/ jueves 28 de febrero de 2019

“Biblioteca de la periferia”

“El bien común desde la orilla

No es nuevo para nosotros el decir que existe una gran brecha entre los discursos y la puesta en práctica. O bien, con otras palabras… “entre el dicho y hecho, hay mucho trecho”. Esto no es excepción cuando nos topamos con retóricas y tantos discursos que evocan el bien común. Se dice tanto que se desgasta o desvirtúa su sentido genuino del concepto.

No pretendo decir que sea prohibido hablar sobre el bien común, lo que sí pudiera considerarse es la disposición misma de quien vaya a promover el bien común, pues es difícil salir de la actitud individualista sin llegar al extremo de la corporativista. Me intentaré explicar…

Considero que para ser un promotor del bien común, necesariamente se debe quitar uno mismo del centro y poner en perspectiva periférica, para no correr riesgo que la postura central haga del discurso del bien común en realidad una promoción de imposición, es decir: caer en el error de comprender y promover que el bien común es un bien determinado por un grupo (o individuo) que dirigen una sociedad, donde el bien común (así entendido) está por encima de las personas y todos han de subordinarse o sacrificarse por llevar a cabo ese fin impuesto.

Quizá hemos sido testigos de lo que la misma historia de las diversas sociedades nos han mostrado; en distintos contextos, en diversos momentos de la historia de la humanidad se han alzado imposiciones de grupos o personajes que marcan pauta en grupos sociales para que, en aras de “un bien común” se anulan las personas. Esos discursos, esas formas de presentar esos fines, son tan fuertes, tan contundentes, tan elocuentes, que llegan de verdad a diluir las individualidades, y por ese bien corporativo se es capaz de todo, de sacrificarse hasta la propia vida. Y ese bien común se puede expresar en un ideal de Estado, en una ideología o incluso en alguna espiritualidad.

Así vemos que los totalitarismos, en su diversidad de tendencias, coinciden todas en esta concepción de bien común, donde se pone por detrás (en la periferia) a las personas, y por delante (al centro) los intereses del Estado.

Por otra parte, si no se habla desde una perspectiva periférica, también se puede imponer otra manera equívoca de comprender el bien común… aquella que concibe a éste como la suma de los bienes de todos los individuos. Lo cual marca una perspectiva totalmente individualista, incapaz de encontrar un sentido en que todos quepan como una identidad colectiva. Porque en esta visión… todos quieren ser centro.

No… el bien común no se construye sino cuando todos nos queremos colocar desde la periferia, donde no me pongo al centro para esperar que los de la periferia apunten a lo que yo considero centro. En este sentido, el bien común ha de ser ese conjunto de condiciones de la vida social que hace que instituciones e individuos traten de alcanzar sus niveles más plenos hacia lo que han sido concebidos.

Es como cuando se considera que, no sólo yo, sino que todos podemos dejar de ser periferia para otros porque todos hemos llegado al centro. No al que es considerado el centro para unos cuantos, y otros se han de sacrificar para que esos pocos estén al centro, ni tampoco en la que todos pretendan llegar por sí mismos porque se aplastarían unos a otros. Sino donde la misma periferia se convierta en centro porque todos y cada uno está alcanzando su nivel más alto posible, en lo colectivo (con sus instituciones) como en lo individual.

De ahí entonces que conviene -insisto- hacer un esfuerzo por tratar de mirar desde la periferia, para tratar de mirar bajo el enfoque de lo que todos por dignidad estamos llamados a alcanzar. El liderazgo tendrá más sentido cuando se logra empatizar con quien aún no ha alcanzado lo que está llamado a alcanzar porque su periferia le aleja mucho de las condiciones necesarias para lograrlo.

Sólo desde esa perspectiva se podrán ejercitar otras tantas virtudes como lo son la justicia, la solidaridad, la templanza, la esperanza… no está fuera de nuestro alcance, es una utopía que siempre nos podrá tener en movimiento hacia ese mejor mundo posible.

“El bien común desde la orilla

No es nuevo para nosotros el decir que existe una gran brecha entre los discursos y la puesta en práctica. O bien, con otras palabras… “entre el dicho y hecho, hay mucho trecho”. Esto no es excepción cuando nos topamos con retóricas y tantos discursos que evocan el bien común. Se dice tanto que se desgasta o desvirtúa su sentido genuino del concepto.

No pretendo decir que sea prohibido hablar sobre el bien común, lo que sí pudiera considerarse es la disposición misma de quien vaya a promover el bien común, pues es difícil salir de la actitud individualista sin llegar al extremo de la corporativista. Me intentaré explicar…

Considero que para ser un promotor del bien común, necesariamente se debe quitar uno mismo del centro y poner en perspectiva periférica, para no correr riesgo que la postura central haga del discurso del bien común en realidad una promoción de imposición, es decir: caer en el error de comprender y promover que el bien común es un bien determinado por un grupo (o individuo) que dirigen una sociedad, donde el bien común (así entendido) está por encima de las personas y todos han de subordinarse o sacrificarse por llevar a cabo ese fin impuesto.

Quizá hemos sido testigos de lo que la misma historia de las diversas sociedades nos han mostrado; en distintos contextos, en diversos momentos de la historia de la humanidad se han alzado imposiciones de grupos o personajes que marcan pauta en grupos sociales para que, en aras de “un bien común” se anulan las personas. Esos discursos, esas formas de presentar esos fines, son tan fuertes, tan contundentes, tan elocuentes, que llegan de verdad a diluir las individualidades, y por ese bien corporativo se es capaz de todo, de sacrificarse hasta la propia vida. Y ese bien común se puede expresar en un ideal de Estado, en una ideología o incluso en alguna espiritualidad.

Así vemos que los totalitarismos, en su diversidad de tendencias, coinciden todas en esta concepción de bien común, donde se pone por detrás (en la periferia) a las personas, y por delante (al centro) los intereses del Estado.

Por otra parte, si no se habla desde una perspectiva periférica, también se puede imponer otra manera equívoca de comprender el bien común… aquella que concibe a éste como la suma de los bienes de todos los individuos. Lo cual marca una perspectiva totalmente individualista, incapaz de encontrar un sentido en que todos quepan como una identidad colectiva. Porque en esta visión… todos quieren ser centro.

No… el bien común no se construye sino cuando todos nos queremos colocar desde la periferia, donde no me pongo al centro para esperar que los de la periferia apunten a lo que yo considero centro. En este sentido, el bien común ha de ser ese conjunto de condiciones de la vida social que hace que instituciones e individuos traten de alcanzar sus niveles más plenos hacia lo que han sido concebidos.

Es como cuando se considera que, no sólo yo, sino que todos podemos dejar de ser periferia para otros porque todos hemos llegado al centro. No al que es considerado el centro para unos cuantos, y otros se han de sacrificar para que esos pocos estén al centro, ni tampoco en la que todos pretendan llegar por sí mismos porque se aplastarían unos a otros. Sino donde la misma periferia se convierta en centro porque todos y cada uno está alcanzando su nivel más alto posible, en lo colectivo (con sus instituciones) como en lo individual.

De ahí entonces que conviene -insisto- hacer un esfuerzo por tratar de mirar desde la periferia, para tratar de mirar bajo el enfoque de lo que todos por dignidad estamos llamados a alcanzar. El liderazgo tendrá más sentido cuando se logra empatizar con quien aún no ha alcanzado lo que está llamado a alcanzar porque su periferia le aleja mucho de las condiciones necesarias para lograrlo.

Sólo desde esa perspectiva se podrán ejercitar otras tantas virtudes como lo son la justicia, la solidaridad, la templanza, la esperanza… no está fuera de nuestro alcance, es una utopía que siempre nos podrá tener en movimiento hacia ese mejor mundo posible.