/ martes 21 de mayo de 2019

“Biblioteca de la periferia”


“La periferia también es Sagrada”


Quizá todos podamos tener una apreciación de que nuestra vida llega a ser monótona, que tomamos ritmos de acciones y formas que llegan a ponernos en un modo de actuar casi por inercia. Pero afortunadamente no es así. Existen muchos tiempos y también espacios que, pudiéramos decirlo, son tiempos y espacios sagrados.


Esta expresión última se la debemos a un estudioso rumano de las religiones, el maestro Mircea Eliade, quien nos hace ver que la experiencia religiosa de sacralizar el espacio y el tiempo son cuestiones no exclusivas dentro de un ritual específicamente religioso, sino que también se puede mirar como un elemento intrínseco de cada persona.


Eliade, en su obra: Lo sagrado y lo profano, nos ayuda a darnos cuenta de que nuestra vida, que la podemos percibir como lineal, acabamos haciéndola cíclica, al sacralizar algunos tiempos de nuestra vida. Es decir; si todos los tiempos nos resultaran iguales, llegaría el momento que todo nos daría igual. Pero la vida se rompe, se rompe su monotonía porque existen tiempos que no nos son indiferentes, que adquieren un significado distinto, lo exaltamos, lo distinguimos, lo consagramos. Y ese tiempo se convierte en espacio sagrado.


Pensémoslo un poco más… una jornada ordinaria, puede que tenga sus horas con sus ritmos que para nosotros son ordinarios por ser rutina… pero existe un tiempo determinado de esa jornada que para mí es especial, la celo mucho, la defiendo para que no se me escurra entre los demás momentos. Y ese tiempo pudiera ser ese momento de intervalo del trabajo en que me levanto y me sirvo una deliciosa taza de café. Un tiempo que me gusta disfrutarlo, que le dedico los ritmos y pausas suficientes, no sólo para beberlo sino ya desde el levantarme, buscar los instrumentos requeridos y preparar esa taza de café anhelada. Por considerar ese tiempo de mi jornada como algo muy especial, que rompe los demás momentos, supone entonces el respetar mucho ese momento y jerarquizarlo respecto a las otras fases del día.


Cada cuál podrá tener su tiempo sagrado, algunos incluso más instituidos socialmente; como pudiera ser el día del cumpleaños, el del aniversario, el periodo vacacional decembrino, etc. Es tan variado como tan variado somos los seres humanos.


Muy semejante es la cuestión respecto al espacio. No todos los lugares nos dan igual, existen unos que rompen con la monotonía y se constituyen en “espacios sagrados”; no da lo mismo cualquier lugar. Si yo invito a mis amigos a casa, quizá sean de mucha confianza y pudieran estar por cualquier parte de mi casa, sin embargo, no todo puede ser hurgado por ellos, quizá mi cuarto, quizá mi baño, quizá determinado cajón del ropero son espacios sagrados que no fácilmente permito que un intruso se entrometa.


¡Si mi propio cuerpo! Si bien es un cuerpo unitario, no todo me da igual que sea mirado y mucho menos tocado… ciertas partes de mi cuerpo tengo reservado, sea para quizá un circulo más cercano (familia, pareja) o incluso tan sólo para uno mismo.


En el universo de lo religioso esto es más evidente, es algo que MIrcea Eliade ha podido resaltar en sus investigaciones sobre las diversas tradiciones religiosas del mundo. Pero también puede mirarse en la vida social, en el día a día de cada uno donde determinados lugares y determinados momentos, dejan de ser profanos y pasan a ser sagrados, lo que amerita una actitud diferente y especial para ese contacto.


En nuestras sociedades, donde muchos ejes dominantes, pueden mirar a las periferias como espacios de marginación, para los que en ella habitan pueden ser -por el contrario- espacios sagrados en donde, entre los suyos, se respetan, se apoyan, se solidarizan. Una periferia que para sus inquilinos en realidad es su centro. Y de ahí que surjan unos sentimientos de pertenencia muy fuertes. Un ambiente en donde pueden proliferar los insultos y las agresiones verbales de todo tipo… ¡ah pero eso sí, con la madre no temas porque ella es sagrada!


Así, ¡la periferia también es sagrada! Y en ella se encuentra una gamma muy amplia de lugares y tiempos que dan un sentido de pertenencia, de plenitud, de confortabilidad. Incluso muchas prácticas que se basan en esos tiempos y espacios se llegan a constituir como rituales, y se cargan de símbolos. De ahí que miremos las calles de un barrio con emblemas de pertenencia de quienes están ahí, o que ciertos espacios -aunque sean públicos- no les toquen porque saben que tienen un valor específico. No se ven grafitis en ciertos muros porque respetan dicha barda por tal o cual cosa, etc. Cada cual se alista y tiene sus “ritos” para esos momentos especiales, únicos, cargados de sentido. De ahí que, aunque las sociedades vigentes pretendan cada vez más el separar los elementos de sacralización, el ser humano reconoce que no puede vivir sin estos separos de la profanidad de cada día.


“La periferia también es Sagrada”


Quizá todos podamos tener una apreciación de que nuestra vida llega a ser monótona, que tomamos ritmos de acciones y formas que llegan a ponernos en un modo de actuar casi por inercia. Pero afortunadamente no es así. Existen muchos tiempos y también espacios que, pudiéramos decirlo, son tiempos y espacios sagrados.


Esta expresión última se la debemos a un estudioso rumano de las religiones, el maestro Mircea Eliade, quien nos hace ver que la experiencia religiosa de sacralizar el espacio y el tiempo son cuestiones no exclusivas dentro de un ritual específicamente religioso, sino que también se puede mirar como un elemento intrínseco de cada persona.


Eliade, en su obra: Lo sagrado y lo profano, nos ayuda a darnos cuenta de que nuestra vida, que la podemos percibir como lineal, acabamos haciéndola cíclica, al sacralizar algunos tiempos de nuestra vida. Es decir; si todos los tiempos nos resultaran iguales, llegaría el momento que todo nos daría igual. Pero la vida se rompe, se rompe su monotonía porque existen tiempos que no nos son indiferentes, que adquieren un significado distinto, lo exaltamos, lo distinguimos, lo consagramos. Y ese tiempo se convierte en espacio sagrado.


Pensémoslo un poco más… una jornada ordinaria, puede que tenga sus horas con sus ritmos que para nosotros son ordinarios por ser rutina… pero existe un tiempo determinado de esa jornada que para mí es especial, la celo mucho, la defiendo para que no se me escurra entre los demás momentos. Y ese tiempo pudiera ser ese momento de intervalo del trabajo en que me levanto y me sirvo una deliciosa taza de café. Un tiempo que me gusta disfrutarlo, que le dedico los ritmos y pausas suficientes, no sólo para beberlo sino ya desde el levantarme, buscar los instrumentos requeridos y preparar esa taza de café anhelada. Por considerar ese tiempo de mi jornada como algo muy especial, que rompe los demás momentos, supone entonces el respetar mucho ese momento y jerarquizarlo respecto a las otras fases del día.


Cada cuál podrá tener su tiempo sagrado, algunos incluso más instituidos socialmente; como pudiera ser el día del cumpleaños, el del aniversario, el periodo vacacional decembrino, etc. Es tan variado como tan variado somos los seres humanos.


Muy semejante es la cuestión respecto al espacio. No todos los lugares nos dan igual, existen unos que rompen con la monotonía y se constituyen en “espacios sagrados”; no da lo mismo cualquier lugar. Si yo invito a mis amigos a casa, quizá sean de mucha confianza y pudieran estar por cualquier parte de mi casa, sin embargo, no todo puede ser hurgado por ellos, quizá mi cuarto, quizá mi baño, quizá determinado cajón del ropero son espacios sagrados que no fácilmente permito que un intruso se entrometa.


¡Si mi propio cuerpo! Si bien es un cuerpo unitario, no todo me da igual que sea mirado y mucho menos tocado… ciertas partes de mi cuerpo tengo reservado, sea para quizá un circulo más cercano (familia, pareja) o incluso tan sólo para uno mismo.


En el universo de lo religioso esto es más evidente, es algo que MIrcea Eliade ha podido resaltar en sus investigaciones sobre las diversas tradiciones religiosas del mundo. Pero también puede mirarse en la vida social, en el día a día de cada uno donde determinados lugares y determinados momentos, dejan de ser profanos y pasan a ser sagrados, lo que amerita una actitud diferente y especial para ese contacto.


En nuestras sociedades, donde muchos ejes dominantes, pueden mirar a las periferias como espacios de marginación, para los que en ella habitan pueden ser -por el contrario- espacios sagrados en donde, entre los suyos, se respetan, se apoyan, se solidarizan. Una periferia que para sus inquilinos en realidad es su centro. Y de ahí que surjan unos sentimientos de pertenencia muy fuertes. Un ambiente en donde pueden proliferar los insultos y las agresiones verbales de todo tipo… ¡ah pero eso sí, con la madre no temas porque ella es sagrada!


Así, ¡la periferia también es sagrada! Y en ella se encuentra una gamma muy amplia de lugares y tiempos que dan un sentido de pertenencia, de plenitud, de confortabilidad. Incluso muchas prácticas que se basan en esos tiempos y espacios se llegan a constituir como rituales, y se cargan de símbolos. De ahí que miremos las calles de un barrio con emblemas de pertenencia de quienes están ahí, o que ciertos espacios -aunque sean públicos- no les toquen porque saben que tienen un valor específico. No se ven grafitis en ciertos muros porque respetan dicha barda por tal o cual cosa, etc. Cada cual se alista y tiene sus “ritos” para esos momentos especiales, únicos, cargados de sentido. De ahí que, aunque las sociedades vigentes pretendan cada vez más el separar los elementos de sacralización, el ser humano reconoce que no puede vivir sin estos separos de la profanidad de cada día.