/ miércoles 19 de junio de 2019

“Biblioteca de la periferia”

“La interdependencia… todos somos centro y periferia”


Nuestros esquemas de vida, influenciados por las tendencias sociales y culturales dominantes en tiempos actuales, nos han hecho formar una mentalidad donde pareciese que unos son quienes marcan y controlan el pulso de la ciudad, y el resto somos meros autómatas que fluyen según el ritmo que nos estén tocando. Pudiera parecer cierto a primera instancia la dependencia de los más respecto a los menos, pero si se aprecia de fondo, podrá verse que existe una interdependencia entre todos los que conformamos un ecosistema. No sólo de entre personas, sino con todo lo que nos envuelve. Una vida bien vivida no es algo que uno puede lograr solo.


Y es que hacemos mal al concebir la vida donde nos parece que somos unos quienes llevamos la pauta respecto a los otros. Ya en otra ocasión aquí se ha dicho que conviene más decir “interactuar” que “intervenir”, puesto que lo segundo refleja el protagonismo y decisión de uno mientras refleja la pasividad del otro. Mientras que por “interactuar” se comprende más ese balance donde no es uno el sujeto y el otro el objeto sino la relación de sujeto-sujeto.


De ahí que el investigador social no haga sólo colecta de datos, sino que su acción es un aprendizaje recibido de aquellos que son sus “informantes” o bien de lo que esa realidad le “está diciendo” al confrontarse con ella como su “sujeto de estudio” (léase que no es objeto de estudio), así como también el docente puede concebir que al interactuar con sus alumnos está aprendiendo de ellos en su modo mismo de recibir y hacer uso de los conocimientos compartidos.


Nos damos cuenta de que hemos dado ese paso de reconocimiento -que aprendemos de los otros en el día a día-, cuando no sólo hacemos teoría respecto a lo que vemos, sino sobre todo cuando incorporamos a nuestras explicaciones discursivas aquellos entendimientos aprendidos en las interacciones con los otros.


Y es que trabajar en beneficio de otros implica una disposición favorable, una actitud positiva, donde se tiene conciencia que lo que haga o deje de hacer repercute en los otros de tal manera que puede iniciar una serie en cadena donde -directa e indirectamente- va tejiendo una serie de consecuencias sobre los implicados en ese mismo escenario.


Ojalá pudiéramos esforzarnos por un mundo en el que nos sintamos implicados todos respecto de todos, ni sintiéndonos meros objetos de manipulación de los más poderosos ni tampoco nosotros sentirnos con derecho a dominar a los demás, ni tampoco a la propia tierra y demás seres vivos que tantas veces consideramos “inferiores” o a nuestra disposición.


Aún para quienes somos creyentes, quienes bajo la fe en el Dios de Jesucristo, entendemos a un Dios que también interactúa con sus criaturas, que dialoga y se involucra. Igual también podemos entenderlo con nuestra tierra, con las plantas, animales, con el cuidado de este lugar que habitamos, del cual dependemos y en el cuál también repercutimos. Tenemos un gran don, pero al mismo tiempo una grande responsabilidad. Somos centro y periferia, actuamos y somos a la vez pieza de otros cuyo actuar nos determina o, al menos, incide sobre lo que somos y hacemos.

“La interdependencia… todos somos centro y periferia”


Nuestros esquemas de vida, influenciados por las tendencias sociales y culturales dominantes en tiempos actuales, nos han hecho formar una mentalidad donde pareciese que unos son quienes marcan y controlan el pulso de la ciudad, y el resto somos meros autómatas que fluyen según el ritmo que nos estén tocando. Pudiera parecer cierto a primera instancia la dependencia de los más respecto a los menos, pero si se aprecia de fondo, podrá verse que existe una interdependencia entre todos los que conformamos un ecosistema. No sólo de entre personas, sino con todo lo que nos envuelve. Una vida bien vivida no es algo que uno puede lograr solo.


Y es que hacemos mal al concebir la vida donde nos parece que somos unos quienes llevamos la pauta respecto a los otros. Ya en otra ocasión aquí se ha dicho que conviene más decir “interactuar” que “intervenir”, puesto que lo segundo refleja el protagonismo y decisión de uno mientras refleja la pasividad del otro. Mientras que por “interactuar” se comprende más ese balance donde no es uno el sujeto y el otro el objeto sino la relación de sujeto-sujeto.


De ahí que el investigador social no haga sólo colecta de datos, sino que su acción es un aprendizaje recibido de aquellos que son sus “informantes” o bien de lo que esa realidad le “está diciendo” al confrontarse con ella como su “sujeto de estudio” (léase que no es objeto de estudio), así como también el docente puede concebir que al interactuar con sus alumnos está aprendiendo de ellos en su modo mismo de recibir y hacer uso de los conocimientos compartidos.


Nos damos cuenta de que hemos dado ese paso de reconocimiento -que aprendemos de los otros en el día a día-, cuando no sólo hacemos teoría respecto a lo que vemos, sino sobre todo cuando incorporamos a nuestras explicaciones discursivas aquellos entendimientos aprendidos en las interacciones con los otros.


Y es que trabajar en beneficio de otros implica una disposición favorable, una actitud positiva, donde se tiene conciencia que lo que haga o deje de hacer repercute en los otros de tal manera que puede iniciar una serie en cadena donde -directa e indirectamente- va tejiendo una serie de consecuencias sobre los implicados en ese mismo escenario.


Ojalá pudiéramos esforzarnos por un mundo en el que nos sintamos implicados todos respecto de todos, ni sintiéndonos meros objetos de manipulación de los más poderosos ni tampoco nosotros sentirnos con derecho a dominar a los demás, ni tampoco a la propia tierra y demás seres vivos que tantas veces consideramos “inferiores” o a nuestra disposición.


Aún para quienes somos creyentes, quienes bajo la fe en el Dios de Jesucristo, entendemos a un Dios que también interactúa con sus criaturas, que dialoga y se involucra. Igual también podemos entenderlo con nuestra tierra, con las plantas, animales, con el cuidado de este lugar que habitamos, del cual dependemos y en el cuál también repercutimos. Tenemos un gran don, pero al mismo tiempo una grande responsabilidad. Somos centro y periferia, actuamos y somos a la vez pieza de otros cuyo actuar nos determina o, al menos, incide sobre lo que somos y hacemos.