/ miércoles 18 de septiembre de 2019

“Biblioteca de la periferia”

Columna: “El Mexicano”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Las violencias de las periferias”

Cuando las formas de violencias llegan a instalarse en comunidades y sociedades adaptándose casi como a un paisaje que se “normaliza” y no se cuestiona más ni genera asombro, entonces sí que puede enfatizarse un espiral de sucesos cada vez más difíciles de erradicar.

Es como los machismos -tan variados como instalados- que hasta por mucho tiempo los hemos casi celebrado en ciertos contextos, como si fuesen parte de un orgullo o elemento de identidad a presumir y resaltar. Pero sus lados malévolos consecuentes de esa “normatización” de actitudes y actos se prolongan en consecuencias como las homofobias, las formas de bullying, la intolerancia ante cualquier tipo de feminismos, los estereotipos que legitiman ciertas costumbres, etc. Son situaciones instaladas muy complicadas para deconstruir y volver a construir bajo una nueva perspectiva más abierta, más incluyente, más profunda de las implicaciones del tomar ciertas posturas radicales.

Pasa también con ciertas tendencias a una desatención del cuidado del medio ambiente, donde las formas de utilización de materiales tan difícilmente degradables han entrado en escena cotidiana y que nos llevan a consumir tantísimo que no damos tiempo a nuestro plantea para una recuperación de sí. Es tan difícil erradicar prácticas viciadas de dejar sucios los espacios ocupados y que son áreas comunes, de todos. Lo triste de ver que se arrojen basuras desde los automóviles en circulación, del exceso de plásticos, del consumo excesivo de energía y el derroche del agua, entre otras tantas cosas. Con todo este tipo de prácticas también se está ejerciendo violencia y en muy alta escala hacia nuestra tierra y quienes en ella habitamos (y que muchísimos más habitarán).

Pareciese también que en muchos contextos se han instalado otras formas de violencia y que suelen no mencionársele de ese modo, incluso se pretende ver como un destino que no requiere más que aceptación, sino es que pudiera ser mejor dicho “resignación”; me refiero aquí a la “violencia estructural” esas maneras instaladas en tantas sociedades donde un sector legitimado para gobernar, desatiende e incluso radicaliza esa zona de la sociedad en una marginalidad de los accesos, de los servicios, de las oportunidades y otras tantas alternativas que con todo derecho deberían de tener los pobladores de esos sectores. Y lo que llega a ser más triste es que muchas de las veces los sectores privilegiados como los actores mismos de los servicios públicos culpan a esas poblaciones de su condición.

Esas violencias no son todas de la misma fisionomía, incluso no todas llevan las mismas causas o responsabilidades… no es lo mismo señalar una violencia estructural, que la violencia personal… ni tampoco es irremediablemente una causa de la otra. Y es que tantas veces encontramos afirmaciones donde se estigmatiza a pobladores de zonas de violencias estructurales como violentos sociales, como machistas, como poco educados al cuidado de la tierra, como delincuentes… ¡ya de por sí es suficiente padecer violencias estructurales como para que todavía se les culpabilice de los males individuales! Tampoco se busca revictimizarles, pues muchos de quienes están bajo estas cuestiones complejas han sabido no sólo mantenerse en pie sino ser agentes de transformación y empoderamiento.

Nos sigue tocando la ardua tarea de asombrarnos, no dejar que se conviertan en “paisajes fijos” en nuestras sociedades muchas de las violencias que están aparentemente instaladas, y buscar desde la sensibilización y la empatía la unión de voluntades y acciones para superar lo que haciendo aislado es imposible. Toca no acostumbrarse a la corrupción ni a los malos hábitos, urge la activación de las emociones y creatividades para poder desestabilizar lo que ya está estacionado. Deconstruir, reformular, saber escuchar, comprensión… son muchos vocablos que tenemos que emprender en primera línea si buscamos realmente alimentar de nuestras actitudes un sesgo hacia la acción.

Columna: “El Mexicano”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Las violencias de las periferias”

Cuando las formas de violencias llegan a instalarse en comunidades y sociedades adaptándose casi como a un paisaje que se “normaliza” y no se cuestiona más ni genera asombro, entonces sí que puede enfatizarse un espiral de sucesos cada vez más difíciles de erradicar.

Es como los machismos -tan variados como instalados- que hasta por mucho tiempo los hemos casi celebrado en ciertos contextos, como si fuesen parte de un orgullo o elemento de identidad a presumir y resaltar. Pero sus lados malévolos consecuentes de esa “normatización” de actitudes y actos se prolongan en consecuencias como las homofobias, las formas de bullying, la intolerancia ante cualquier tipo de feminismos, los estereotipos que legitiman ciertas costumbres, etc. Son situaciones instaladas muy complicadas para deconstruir y volver a construir bajo una nueva perspectiva más abierta, más incluyente, más profunda de las implicaciones del tomar ciertas posturas radicales.

Pasa también con ciertas tendencias a una desatención del cuidado del medio ambiente, donde las formas de utilización de materiales tan difícilmente degradables han entrado en escena cotidiana y que nos llevan a consumir tantísimo que no damos tiempo a nuestro plantea para una recuperación de sí. Es tan difícil erradicar prácticas viciadas de dejar sucios los espacios ocupados y que son áreas comunes, de todos. Lo triste de ver que se arrojen basuras desde los automóviles en circulación, del exceso de plásticos, del consumo excesivo de energía y el derroche del agua, entre otras tantas cosas. Con todo este tipo de prácticas también se está ejerciendo violencia y en muy alta escala hacia nuestra tierra y quienes en ella habitamos (y que muchísimos más habitarán).

Pareciese también que en muchos contextos se han instalado otras formas de violencia y que suelen no mencionársele de ese modo, incluso se pretende ver como un destino que no requiere más que aceptación, sino es que pudiera ser mejor dicho “resignación”; me refiero aquí a la “violencia estructural” esas maneras instaladas en tantas sociedades donde un sector legitimado para gobernar, desatiende e incluso radicaliza esa zona de la sociedad en una marginalidad de los accesos, de los servicios, de las oportunidades y otras tantas alternativas que con todo derecho deberían de tener los pobladores de esos sectores. Y lo que llega a ser más triste es que muchas de las veces los sectores privilegiados como los actores mismos de los servicios públicos culpan a esas poblaciones de su condición.

Esas violencias no son todas de la misma fisionomía, incluso no todas llevan las mismas causas o responsabilidades… no es lo mismo señalar una violencia estructural, que la violencia personal… ni tampoco es irremediablemente una causa de la otra. Y es que tantas veces encontramos afirmaciones donde se estigmatiza a pobladores de zonas de violencias estructurales como violentos sociales, como machistas, como poco educados al cuidado de la tierra, como delincuentes… ¡ya de por sí es suficiente padecer violencias estructurales como para que todavía se les culpabilice de los males individuales! Tampoco se busca revictimizarles, pues muchos de quienes están bajo estas cuestiones complejas han sabido no sólo mantenerse en pie sino ser agentes de transformación y empoderamiento.

Nos sigue tocando la ardua tarea de asombrarnos, no dejar que se conviertan en “paisajes fijos” en nuestras sociedades muchas de las violencias que están aparentemente instaladas, y buscar desde la sensibilización y la empatía la unión de voluntades y acciones para superar lo que haciendo aislado es imposible. Toca no acostumbrarse a la corrupción ni a los malos hábitos, urge la activación de las emociones y creatividades para poder desestabilizar lo que ya está estacionado. Deconstruir, reformular, saber escuchar, comprensión… son muchos vocablos que tenemos que emprender en primera línea si buscamos realmente alimentar de nuestras actitudes un sesgo hacia la acción.