/ miércoles 25 de septiembre de 2019

“Biblioteca de la periferia”

Columna: “El Mexicano”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Las lenguas de la periferia”

La lengua no es sólo para el ser humano un instrumento de comunicación, sino que es la expresión misma de su interioridad, una esencia en sí misma que no le pertenece sólo al individuo, sino que es la manifestación misma de que el ser humano es un ser comunitario.

Y si bien cada comunidad ha aprendido un lenguaje (verbal y no verbal) y tras un aprendizaje ha sido capaz también de compartirlo, de darle uso, de adaptarlo y tantas cosas más. Si bien cada lenguaje es diverso, si bien cada lenguaje conserva elementos propios de esa comunidad, elementos de identidad específica y caracterizaciones de sus peculiaridades, también es verdad que se pueden señalar universalismos respecto a los diversos lenguajes y uno de ellos -quizá uno de los más fundamentales- es que el lenguaje configura y reconfigura un sentido de pertenencia, una sensación de comunitarismo, un reconocimiento de que no se vino a este mundo solo, ni se vive para ser aislado y que cada uno contribuye en perpetuar ese legado para los que nos lleguen a suceder.

Pero con estupor hemos sido testigos que por muchos lugares se han manifestado intentos de querer aniquilar, anular, extinguir ciertas lenguas… como si estás no valieran y se busca imponer otra -dándole categoría de dominante- para que se unifique, se homologue una única expresión de comunicación (al menos eso han pretendido).

Nuestro mismo México lo ha atestiguado…, nuestra historia y nuestro presente nos deja ver un tremendo legado y una continuidad en la riqueza del mosaico de lenguajes de tan diversos pueblos y comunidades originarias, que conservan y se han sostenido aún ante la imposición de una lengua como la “valedera”. Muchos tristemente se han ido perdiendo a causa de que no se permitió su retransmisión a posteriores generaciones. De hecho hubo -si se puede aceptar el término- lengüicidios para imponer idiomas como hegemónicos.

Nuestra patria en cierto período de su historia pretendió el “proyecto nación” donde se entendía por algunos como esa pretensión de desarrollo de los pueblos originarios a través de la unificación de la única lengua (el español) deslegitimizando las lenguas locales con las cuales cada una de las comunidades se compartían y retransmitían de día a día y desde tradiciones ancestrales.

Afortunadamente muchas comunidades han resistido y han alzado su propia voz, para manifestar y luchar por conservar sus lenguas, dejando ver que hay conceptos y expresiones que no sólo son formas distintas de llamar las cosas, sino que generan toda una manera de concebir su propia vida, la de los otros, su contacto y relación con el entorno y las maneras de relacionarse con el mundo.

El lenguaje mismo es una manifestación que no hay “lenguajes puros” porque el contacto entre los diversos también ha venido enriqueciendo cada uno de los modos de comunicarse y se van influenciando, nutriendo, recreándose, pues son formas vivas, dinámicas y evolutivas en cada contexto.

Pero no sólo nos referiremos aquí a esas imposiciones de lenguaje que son consecuencias de las pretensiones colonialistas político-económicas aún vigentes en diversos contextos del mundo, sino que también a las formas sutiles y aparentemente del mismo contexto y del mismo idioma. Ahí donde algunas formas de comunicación se consideran a sí mismas centro y dejan a las otras como periféricas y marginales con toda la categoría de calificativos peyorativos que nos podemos imaginar.

¿Cuántas veces no escuchamos expresiones que se burlan o denigran a las formas de hablar en ciertos barrios? Lo que llamamos el caló, o ciertas expresiones que quizá para algunos puede ser una “descomposición del idioma” o que no es la “correcta”, de hecho nos topamos con los “famosos albures” con “dobles sentidos” con la juerga y tantas formas de lo que llamamos “malas palabras”, los versos y los “localismos” de las variadas formas de llamar a lo mismo en el mismo idioma. Una tremenda riqueza de creatividades, de hacer uso de la comunicación como algo más allá de lo indicativo.

Bien vale la pena el esfuerzo por reconocer y admirarse por tantas formas que la humanidad ha desarrollado para ser alguien entre los otros y dejas que los otros interactúen en la propia vida. Quizá ya los manuales de “buenas costumbres” hoy los entendamos más como pretensiones de dominación y de anular ciertas formas alternativas de expresión..., no siempre el resultado es la universalización de formas de vida y costumbres. La misma Iglesia tardó mucho tiempo en aceptar la diversidad del lenguaje como válida para la comunicación con lo sagrado en sus diversas formas de liturgia, no siempre es fácil procesar y encontrar en que lo que consideramos periférico, tiene tantas riquezas como las de quienes puedan considerarse al centro.

Columna: “El Mexicano”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Las lenguas de la periferia”

La lengua no es sólo para el ser humano un instrumento de comunicación, sino que es la expresión misma de su interioridad, una esencia en sí misma que no le pertenece sólo al individuo, sino que es la manifestación misma de que el ser humano es un ser comunitario.

Y si bien cada comunidad ha aprendido un lenguaje (verbal y no verbal) y tras un aprendizaje ha sido capaz también de compartirlo, de darle uso, de adaptarlo y tantas cosas más. Si bien cada lenguaje es diverso, si bien cada lenguaje conserva elementos propios de esa comunidad, elementos de identidad específica y caracterizaciones de sus peculiaridades, también es verdad que se pueden señalar universalismos respecto a los diversos lenguajes y uno de ellos -quizá uno de los más fundamentales- es que el lenguaje configura y reconfigura un sentido de pertenencia, una sensación de comunitarismo, un reconocimiento de que no se vino a este mundo solo, ni se vive para ser aislado y que cada uno contribuye en perpetuar ese legado para los que nos lleguen a suceder.

Pero con estupor hemos sido testigos que por muchos lugares se han manifestado intentos de querer aniquilar, anular, extinguir ciertas lenguas… como si estás no valieran y se busca imponer otra -dándole categoría de dominante- para que se unifique, se homologue una única expresión de comunicación (al menos eso han pretendido).

Nuestro mismo México lo ha atestiguado…, nuestra historia y nuestro presente nos deja ver un tremendo legado y una continuidad en la riqueza del mosaico de lenguajes de tan diversos pueblos y comunidades originarias, que conservan y se han sostenido aún ante la imposición de una lengua como la “valedera”. Muchos tristemente se han ido perdiendo a causa de que no se permitió su retransmisión a posteriores generaciones. De hecho hubo -si se puede aceptar el término- lengüicidios para imponer idiomas como hegemónicos.

Nuestra patria en cierto período de su historia pretendió el “proyecto nación” donde se entendía por algunos como esa pretensión de desarrollo de los pueblos originarios a través de la unificación de la única lengua (el español) deslegitimizando las lenguas locales con las cuales cada una de las comunidades se compartían y retransmitían de día a día y desde tradiciones ancestrales.

Afortunadamente muchas comunidades han resistido y han alzado su propia voz, para manifestar y luchar por conservar sus lenguas, dejando ver que hay conceptos y expresiones que no sólo son formas distintas de llamar las cosas, sino que generan toda una manera de concebir su propia vida, la de los otros, su contacto y relación con el entorno y las maneras de relacionarse con el mundo.

El lenguaje mismo es una manifestación que no hay “lenguajes puros” porque el contacto entre los diversos también ha venido enriqueciendo cada uno de los modos de comunicarse y se van influenciando, nutriendo, recreándose, pues son formas vivas, dinámicas y evolutivas en cada contexto.

Pero no sólo nos referiremos aquí a esas imposiciones de lenguaje que son consecuencias de las pretensiones colonialistas político-económicas aún vigentes en diversos contextos del mundo, sino que también a las formas sutiles y aparentemente del mismo contexto y del mismo idioma. Ahí donde algunas formas de comunicación se consideran a sí mismas centro y dejan a las otras como periféricas y marginales con toda la categoría de calificativos peyorativos que nos podemos imaginar.

¿Cuántas veces no escuchamos expresiones que se burlan o denigran a las formas de hablar en ciertos barrios? Lo que llamamos el caló, o ciertas expresiones que quizá para algunos puede ser una “descomposición del idioma” o que no es la “correcta”, de hecho nos topamos con los “famosos albures” con “dobles sentidos” con la juerga y tantas formas de lo que llamamos “malas palabras”, los versos y los “localismos” de las variadas formas de llamar a lo mismo en el mismo idioma. Una tremenda riqueza de creatividades, de hacer uso de la comunicación como algo más allá de lo indicativo.

Bien vale la pena el esfuerzo por reconocer y admirarse por tantas formas que la humanidad ha desarrollado para ser alguien entre los otros y dejas que los otros interactúen en la propia vida. Quizá ya los manuales de “buenas costumbres” hoy los entendamos más como pretensiones de dominación y de anular ciertas formas alternativas de expresión..., no siempre el resultado es la universalización de formas de vida y costumbres. La misma Iglesia tardó mucho tiempo en aceptar la diversidad del lenguaje como válida para la comunicación con lo sagrado en sus diversas formas de liturgia, no siempre es fácil procesar y encontrar en que lo que consideramos periférico, tiene tantas riquezas como las de quienes puedan considerarse al centro.