/ martes 12 de noviembre de 2019

“Biblioteca de la periferia”

Columna: “El Mexicano”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Religión y periferia”

También entre grupos e instituciones que tienen una razón de ser partiendo de la fe y/o la espiritualidad, se da la dinámica de mirarse entre si como entidad legitimada o bien como una cuestión marginal.

Es bueno recordar que el origen de cualquier movimiento religioso o espiritual es carismático… es decir, surge de un estilo muy específico de ver y saberse en el universo. Con sus propios propósitos, con sus maneras de conectar consigo mismo y lo trascendente y con una orientación de vida basada en elementos fundamentales que a su vez intentan responder a cuestiones trascendentes como: ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? ¿Qué nos espera tras esta vida? Preguntas tales cuya respuesta determinan los modos de ser y actuar en el mundo.

Muchos movimientos espirituales llegan al proceso de migrar, para constituirse como una Institución… lo cual significa que pasa de ser una forma de relevancia singular a una identidad comunitaria. Dicho con otras palabras… se institucionaliza (formaliza) un estilo de comprensión de ser el mundo. De ahí que cuando se forma parte de un movimiento que ya está con esos componentes de ser una manera de vida compartida y regida por estructuras sistematizadas, se pueda mirar a otro tipo de movimientos y expresiones espirituales, ritualistas o de búsqueda de sentido como expresiones “poco serias” o inclusive marginales.

Ninguna de las situaciones puede -desde mi punto de vista- atribuirse el mérito de juzgar a la otra, sobre todo en calidad de menosprecio. No considero válido la descalificación de esos que no forman parte del grupo al cual pertenezco, sea de los “institucionalizados” como de la de los “sin institución”.

Considero que en ambos “bloques” se puede encontrar actores que están llevando excelentes formas de vida, balanceados y comprometidos. El hecho de ser parte de un colectivo (cualquier tipo de Iglesia) no le da en sí la calidad de “mejor” respecto de aquel que no posea un vínculo institucional en su modo de abarcar su vida. Tampoco es válido que quien vaya “por la libre” entendido por eso que no forma parte de un colectivo que comparte e institucionaliza su vida espiritual, no puede asegurar que los institucionales sean menos genuinos o estén enajenados y caducos. Son, tanto para un lado como para el otro, cuestiones que van más allá de que exista o no un elemento fundante para vivir esa dimensión trascendente de todo ser humano.

Incluso pasa que quienes forman parte de alguna iglesia que es grande en número y en antigüedad, pueden mirar con cierto menosprecio o dar menos significatividad para quien forme parte de otra iglesia que quizá es mucho menos significativa en cuestión numérica y de presencia en la entidad compartida. La toman y consideran como un grupo periférico, por no ser parte del mayoritario.

Nos viene bien, por ejemplo, recordar que el cristianismo surgió como un grupo marginal, se le consideraba en su tiempo como un grupo sectario, periférico. Fue hasta varios siglos después que se legitimó y hasta impulsó por el Imperio romano su oficialidad. Siendo entonces hoy en día una de las religiones más grandes y centrales en la humanidad, lo cual no significa -ni por mucho- que puede mirar a las otras como menores o marginales. Es así como ella podemos también reconocer a otras, el mismo islam así lo fue en un ya crecido espacio dominado por el cristianismo. Otras formas de espiritualidad y prácticas de sentido han tenido recorridos diversos entre la marginalidad y su posicionamiento en el centro. Así se puede ver del expansionismo de formas de tradición de oriente en el mundo occidental. Del budismo, de la recuperación de las tradiciones espirituales ancestrales de los grupos originarios de América, de las prácticas chamánicas y los vínculos con la Madre Tierra.

Tengo una fuerte convicción, como lo he leído y escuchado de muchos teólogos; que una paz mundial puede ser impulsada principalmente cuando se pueda fomentar una paz entre religiones. Es un vehículo privilegiado el tratar no de tener más preciso las diferencias entre unas y otras por diversas concepciones y cosmovisiones. Sino que entre ellas se puede encontrar unos mínimos, para establecer desde ello unos principios de ética mundial, unas formas de búsquedas comunes de la paz, unas exigencias de defensa de los derechos de todos y cada uno de los hombres y mujeres que poblamos este mundo. Un respeto y cuidado compartido del espacio que compartimos y es la casa común para todos, que para muchos es la Madre Tierra.

Es muy importante entonces en estas formas, partir del principio que todos tenemos el común de una búsqueda continua incesante de la verdad, más que el paradigma de sentir que algunos, sólo algunos… posean “la verdad”.

Columna: “El Mexicano”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Religión y periferia”

También entre grupos e instituciones que tienen una razón de ser partiendo de la fe y/o la espiritualidad, se da la dinámica de mirarse entre si como entidad legitimada o bien como una cuestión marginal.

Es bueno recordar que el origen de cualquier movimiento religioso o espiritual es carismático… es decir, surge de un estilo muy específico de ver y saberse en el universo. Con sus propios propósitos, con sus maneras de conectar consigo mismo y lo trascendente y con una orientación de vida basada en elementos fundamentales que a su vez intentan responder a cuestiones trascendentes como: ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? ¿Qué nos espera tras esta vida? Preguntas tales cuya respuesta determinan los modos de ser y actuar en el mundo.

Muchos movimientos espirituales llegan al proceso de migrar, para constituirse como una Institución… lo cual significa que pasa de ser una forma de relevancia singular a una identidad comunitaria. Dicho con otras palabras… se institucionaliza (formaliza) un estilo de comprensión de ser el mundo. De ahí que cuando se forma parte de un movimiento que ya está con esos componentes de ser una manera de vida compartida y regida por estructuras sistematizadas, se pueda mirar a otro tipo de movimientos y expresiones espirituales, ritualistas o de búsqueda de sentido como expresiones “poco serias” o inclusive marginales.

Ninguna de las situaciones puede -desde mi punto de vista- atribuirse el mérito de juzgar a la otra, sobre todo en calidad de menosprecio. No considero válido la descalificación de esos que no forman parte del grupo al cual pertenezco, sea de los “institucionalizados” como de la de los “sin institución”.

Considero que en ambos “bloques” se puede encontrar actores que están llevando excelentes formas de vida, balanceados y comprometidos. El hecho de ser parte de un colectivo (cualquier tipo de Iglesia) no le da en sí la calidad de “mejor” respecto de aquel que no posea un vínculo institucional en su modo de abarcar su vida. Tampoco es válido que quien vaya “por la libre” entendido por eso que no forma parte de un colectivo que comparte e institucionaliza su vida espiritual, no puede asegurar que los institucionales sean menos genuinos o estén enajenados y caducos. Son, tanto para un lado como para el otro, cuestiones que van más allá de que exista o no un elemento fundante para vivir esa dimensión trascendente de todo ser humano.

Incluso pasa que quienes forman parte de alguna iglesia que es grande en número y en antigüedad, pueden mirar con cierto menosprecio o dar menos significatividad para quien forme parte de otra iglesia que quizá es mucho menos significativa en cuestión numérica y de presencia en la entidad compartida. La toman y consideran como un grupo periférico, por no ser parte del mayoritario.

Nos viene bien, por ejemplo, recordar que el cristianismo surgió como un grupo marginal, se le consideraba en su tiempo como un grupo sectario, periférico. Fue hasta varios siglos después que se legitimó y hasta impulsó por el Imperio romano su oficialidad. Siendo entonces hoy en día una de las religiones más grandes y centrales en la humanidad, lo cual no significa -ni por mucho- que puede mirar a las otras como menores o marginales. Es así como ella podemos también reconocer a otras, el mismo islam así lo fue en un ya crecido espacio dominado por el cristianismo. Otras formas de espiritualidad y prácticas de sentido han tenido recorridos diversos entre la marginalidad y su posicionamiento en el centro. Así se puede ver del expansionismo de formas de tradición de oriente en el mundo occidental. Del budismo, de la recuperación de las tradiciones espirituales ancestrales de los grupos originarios de América, de las prácticas chamánicas y los vínculos con la Madre Tierra.

Tengo una fuerte convicción, como lo he leído y escuchado de muchos teólogos; que una paz mundial puede ser impulsada principalmente cuando se pueda fomentar una paz entre religiones. Es un vehículo privilegiado el tratar no de tener más preciso las diferencias entre unas y otras por diversas concepciones y cosmovisiones. Sino que entre ellas se puede encontrar unos mínimos, para establecer desde ello unos principios de ética mundial, unas formas de búsquedas comunes de la paz, unas exigencias de defensa de los derechos de todos y cada uno de los hombres y mujeres que poblamos este mundo. Un respeto y cuidado compartido del espacio que compartimos y es la casa común para todos, que para muchos es la Madre Tierra.

Es muy importante entonces en estas formas, partir del principio que todos tenemos el común de una búsqueda continua incesante de la verdad, más que el paradigma de sentir que algunos, sólo algunos… posean “la verdad”.