/ martes 24 de diciembre de 2019

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“La navidad periférica”

El tiempo en torno a la navidad suele ser en la mayoría de nuestros contextos, tiempos que evocan emociones y sentimientos con mayor intensidad. Aquí juega un rol muy interesante los medios de comunicación, el mercado, las diversas expresiones culturales dan un giro común a elementos basados en ambientaciones que han dominado los últimos años un imaginario colectivo. Por ejemplo: se asocia la navidad con el invierno y, por tanto, con pinos y techados llenos de copos de nieve, con gente abrigada y chimeneas encendidas, trineos, pavos horneados y sonidos de villancicos. En cierta forma podríamos decir que un estilo de sociedad norte-occidental ha imperado preponderantemente un imaginario sobre el ambiente de la Navidad.

No es que sea cosa mala, ni que esté tergiversando el sentido “auténtico” de una celebración de navidad, pero sí deja en claro que para muchísima población esta no es la realidad que le toca contemplar en el día a día (por más que los centros comerciales o la industria publicitaria intente simular estos ambientes o las proyecciones de cine y televisión nos lo deje ver), en tantísimos contextos en estas mismas fechas hace calor, no es invierno o -al menos- no con la intensidad de provocar la caída de nieve ni el uso si quiera de las chimeneas. En el sur del hemisferio este tiempo no es de invierno, aunque predomine en el imaginario dominante la evocación de Navidad con tiempo de frío… seguramente quien radica en zonas cálidas esto se podrá ver extraño y sin embargo lo asocia.

Y si eso sucede con elementos de ambientación, cosa semejante pudiera suceder si hablamos ahora más sobre los elementos dominantes en el imaginario colectivo y la evocación continua a ciertas prácticas propias de este tiempo, me refiero ahora a los sentimientos de compartir y reunirse en familia. Podemos ver continuamente que esta es la preponderancia -y muy buena, por cierto- de referir mucho de este tiempo al encuentro para compartir, entre amigos, colegas de trabajo, compañeros de aula, pero sobre todo, encuentros familiares… la cena en familia. Ciertamente son intenciones muy buenas y se aplaude el que se promuevan, pero a la vez hemos de reconocer que muchos, pero muchos, por diversos motivos quedan excluidos de esta oportunidad. Si bien son tendencias mayoritarias, sigue mucha gente quedando sin esta oportunidad: muchos siguen laborando en una industria imparable en la que las horas laborales no reconocen ni respetan ninguna fecha “sagrada” sea por referencia religiosa o por referencia civil, también nuestro mundo, con una movilidad permanente, deja ver que tantísimos están en situación de movilidad, están fuera de su contexto, de su entorno, de “los suyos” y aunque vean por doquier imágenes e invitaciones a cenar en familia… les es imposible!

Si bien la exacerbación de invitaciones para celebrar en familia es buena; para no estar solo, para pasarla con “los suyos” y para las alegrías de intercambiar presentes, de compartir la cena, de calentarse en torno a chimeneas… también quizá nos pudiera parecer una campaña “cruel” para quienes esto pudiera ocasionarles más bien un sentimiento de nostalgia, de impotencia, de añoranza.

Ya lo refieren los textos Sagrados del Antiguo Testamento cuando los deportados exclaman que les es imposible cantar y celebrar estando lejos de su tierra. No es que se puedan señalar culpables o malos intencionados a aquellos que ciertamente invitan a dar un tiempo especial para el encuentro en familia, entre amigos, entre colegas en ocasión de estas fiestas decembrinas… pero si es de reconocer que lo que para muchos resulta totalmente compatible, empático y alineado a sus sentimientos, para otros muchos les resulta una realidad ajena, inalcanzable, sufrida. Son los que -diríamos aquí- viven una navidad periférica.

La Navidad, para los que formamos parte de la comunidad de fe cristiana, no es sólo una celebración sino ante todo un reconocimiento y conmemoración de la presencia de Dios en nuestra historia, que se encarna, es decir: asume nuestra condición humana como parte de su plan de salvación y que, junto con la Pascua, forman parte de los dos momentos sublimes de nuestra fe. Y una manera de celebrar y conmemorar es asumir esa condición de huésped, de dar cobijo, de aceptar a aquel que viene a nuestro encuentro. Y hoy lo entendemos también con actitudes de aceptación, de recepción, de acogida al “otro” que viene a nuestro encuentro. De ahí tantas tradiciones nobles que buscan recordar esto, sobre todo con las peticiones de posada.

Hoy en día, la celebración de la Navidad se asume también en contextos y por sociedades e individuos que no precisamente lo conmemoran desde un enfoque de la fe o bajo una comunidad de creyentes, pero ambos (los que la celebran desde una comunidad de fe y los que la viven desde un enfoque secular) comparten muchos elementos que son benevolentes: acciones de caridad y apertura hacia los otros, momentos de reconciliación y encuentro, gestos de generosidad y de solidaridad con quienes estén pasando momentos en desventaja, etc.

Pudiera ser una oportunidad para nosotros que la celebración de Navidad, que la hemos convertido -dentro de los imaginarios colectivos- como una celebración de centro, el que estemos alertas para quienes estén viviendo una navidad de periferia; sea porque están lejos de su casa, sea porque su situación no les permita darse la ocasión de tener una noche especial, sea porque recientemente perdieron un ser querido y no hay animo de celebración, sea por que viven con temor y miedo ante las diversas violencias que continuamente padecen, sea por que les toca laborar y eso les impide darse el tiempo para estar con “los suyos”, sea porque están privados de su libertad, sea por la causa que sea… es un tiempo en que así como continuamente nuestros sentidos reciben información de que es un tiempo de paz, de rencuentro, de convivencia… sepamos que para muchos es un tiempo de mayor sensibilidad de sentirse ausentes, marginados y asustados.

Desde lo que podamos, desde donde alcancemos, desde nuestros espacios… pudiéramos contribuir un poco o un mucho para que quienes estén en periferia, puedan como nosotros, tratar de alcanzar el centro. Celebro y admiro a tantos y tantas que -anónimamente- tienen unos gestos maravillosos en estos tiempos, de agudizar sus ojos, oídos, acciones hacia aquellos que están en una navidad periférica. ¡Bendiciones y felices fiestas para todas y todos!

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“La navidad periférica”

El tiempo en torno a la navidad suele ser en la mayoría de nuestros contextos, tiempos que evocan emociones y sentimientos con mayor intensidad. Aquí juega un rol muy interesante los medios de comunicación, el mercado, las diversas expresiones culturales dan un giro común a elementos basados en ambientaciones que han dominado los últimos años un imaginario colectivo. Por ejemplo: se asocia la navidad con el invierno y, por tanto, con pinos y techados llenos de copos de nieve, con gente abrigada y chimeneas encendidas, trineos, pavos horneados y sonidos de villancicos. En cierta forma podríamos decir que un estilo de sociedad norte-occidental ha imperado preponderantemente un imaginario sobre el ambiente de la Navidad.

No es que sea cosa mala, ni que esté tergiversando el sentido “auténtico” de una celebración de navidad, pero sí deja en claro que para muchísima población esta no es la realidad que le toca contemplar en el día a día (por más que los centros comerciales o la industria publicitaria intente simular estos ambientes o las proyecciones de cine y televisión nos lo deje ver), en tantísimos contextos en estas mismas fechas hace calor, no es invierno o -al menos- no con la intensidad de provocar la caída de nieve ni el uso si quiera de las chimeneas. En el sur del hemisferio este tiempo no es de invierno, aunque predomine en el imaginario dominante la evocación de Navidad con tiempo de frío… seguramente quien radica en zonas cálidas esto se podrá ver extraño y sin embargo lo asocia.

Y si eso sucede con elementos de ambientación, cosa semejante pudiera suceder si hablamos ahora más sobre los elementos dominantes en el imaginario colectivo y la evocación continua a ciertas prácticas propias de este tiempo, me refiero ahora a los sentimientos de compartir y reunirse en familia. Podemos ver continuamente que esta es la preponderancia -y muy buena, por cierto- de referir mucho de este tiempo al encuentro para compartir, entre amigos, colegas de trabajo, compañeros de aula, pero sobre todo, encuentros familiares… la cena en familia. Ciertamente son intenciones muy buenas y se aplaude el que se promuevan, pero a la vez hemos de reconocer que muchos, pero muchos, por diversos motivos quedan excluidos de esta oportunidad. Si bien son tendencias mayoritarias, sigue mucha gente quedando sin esta oportunidad: muchos siguen laborando en una industria imparable en la que las horas laborales no reconocen ni respetan ninguna fecha “sagrada” sea por referencia religiosa o por referencia civil, también nuestro mundo, con una movilidad permanente, deja ver que tantísimos están en situación de movilidad, están fuera de su contexto, de su entorno, de “los suyos” y aunque vean por doquier imágenes e invitaciones a cenar en familia… les es imposible!

Si bien la exacerbación de invitaciones para celebrar en familia es buena; para no estar solo, para pasarla con “los suyos” y para las alegrías de intercambiar presentes, de compartir la cena, de calentarse en torno a chimeneas… también quizá nos pudiera parecer una campaña “cruel” para quienes esto pudiera ocasionarles más bien un sentimiento de nostalgia, de impotencia, de añoranza.

Ya lo refieren los textos Sagrados del Antiguo Testamento cuando los deportados exclaman que les es imposible cantar y celebrar estando lejos de su tierra. No es que se puedan señalar culpables o malos intencionados a aquellos que ciertamente invitan a dar un tiempo especial para el encuentro en familia, entre amigos, entre colegas en ocasión de estas fiestas decembrinas… pero si es de reconocer que lo que para muchos resulta totalmente compatible, empático y alineado a sus sentimientos, para otros muchos les resulta una realidad ajena, inalcanzable, sufrida. Son los que -diríamos aquí- viven una navidad periférica.

La Navidad, para los que formamos parte de la comunidad de fe cristiana, no es sólo una celebración sino ante todo un reconocimiento y conmemoración de la presencia de Dios en nuestra historia, que se encarna, es decir: asume nuestra condición humana como parte de su plan de salvación y que, junto con la Pascua, forman parte de los dos momentos sublimes de nuestra fe. Y una manera de celebrar y conmemorar es asumir esa condición de huésped, de dar cobijo, de aceptar a aquel que viene a nuestro encuentro. Y hoy lo entendemos también con actitudes de aceptación, de recepción, de acogida al “otro” que viene a nuestro encuentro. De ahí tantas tradiciones nobles que buscan recordar esto, sobre todo con las peticiones de posada.

Hoy en día, la celebración de la Navidad se asume también en contextos y por sociedades e individuos que no precisamente lo conmemoran desde un enfoque de la fe o bajo una comunidad de creyentes, pero ambos (los que la celebran desde una comunidad de fe y los que la viven desde un enfoque secular) comparten muchos elementos que son benevolentes: acciones de caridad y apertura hacia los otros, momentos de reconciliación y encuentro, gestos de generosidad y de solidaridad con quienes estén pasando momentos en desventaja, etc.

Pudiera ser una oportunidad para nosotros que la celebración de Navidad, que la hemos convertido -dentro de los imaginarios colectivos- como una celebración de centro, el que estemos alertas para quienes estén viviendo una navidad de periferia; sea porque están lejos de su casa, sea porque su situación no les permita darse la ocasión de tener una noche especial, sea porque recientemente perdieron un ser querido y no hay animo de celebración, sea por que viven con temor y miedo ante las diversas violencias que continuamente padecen, sea por que les toca laborar y eso les impide darse el tiempo para estar con “los suyos”, sea porque están privados de su libertad, sea por la causa que sea… es un tiempo en que así como continuamente nuestros sentidos reciben información de que es un tiempo de paz, de rencuentro, de convivencia… sepamos que para muchos es un tiempo de mayor sensibilidad de sentirse ausentes, marginados y asustados.

Desde lo que podamos, desde donde alcancemos, desde nuestros espacios… pudiéramos contribuir un poco o un mucho para que quienes estén en periferia, puedan como nosotros, tratar de alcanzar el centro. Celebro y admiro a tantos y tantas que -anónimamente- tienen unos gestos maravillosos en estos tiempos, de agudizar sus ojos, oídos, acciones hacia aquellos que están en una navidad periférica. ¡Bendiciones y felices fiestas para todas y todos!