/ martes 31 de marzo de 2020

"Biblioteca de la Periferia"

“La mayor desgracia del hombre es creerse desgraciado…” señala M. Eliade (1936) en uno de sus Ensayos refiriéndose a los contenidos de la obra literaria de C.K. Chesterton. ¡Cuán elocuente pudiera parecer esta sentencia en tiempos de contingencia como los que nos encontramos la humanidad en estos días!

La desgracia, opuesta a lo agraciado precisamente, es la negatividad absoluta y muchas otras características podrían envolver ese calificativo: vacío, ausencia, sinsentido, carencia, derrota, pérdida, etc. Y esa categoría (desgraciado) va en alineación con el verbo creer, “creerse desgraciado”, es decir, la convicción misma y afirmación -cual verdad- de que no solo “se tiene” sino que se es.

Afortunadamente para nosotros, podemos también aseverar que no es la sentencia definitiva ni mucho menos la última del ser humano. Pudieran existir muchas situaciones adversas a lo que para nosotros sería lo más conveniente, pudieran afectarnos tantas cosas en el día a día, pero con todo ello nada en lo absoluto pudiera arrebatarnos la capacidad de sentirnos y sabernos que también somos agraciados y, por tanto, agradecidos.

Suele pasar que damos por sentado tantas cosas que suceden en lo cotidiano, que ya las asumimos como elementos ordinarios y que no les consideramos un regalo (gracia)… por el contrario, cuando aparece algo que nos obstaculiza nuestra rutina y nos complica un tanto lo que estamos realizando, entonces sí que percibimos aquello que no nos gusta y nos lastima, nos ofende, nos afecta y le llamamos “desgracia”.

Como sociedad, muchas veces, hemos relegado a la “periferia” las gracias (regalos) que cada día recibimos, desde las cosas más sencillas y otras muchas que damos ya como un hecho que “deben ser”, dígase por ejemplo la salud, la compañía de los otros, los regalos que nos brinda la naturaleza todos los días (un rayo de Sol, un hermoso atardecer, la suave brisa, etc.) como nuestras propias capacidades que ejecutamos ordinariamente (capacidad de locomoción, habilidades para construir, las rutinas de trabajo ordinario, todas las cuestiones que acontecen en nuestra vida diaria: encontrarnos a nuestros vecinos, las invitaciones para celebrar algún evento familiar o social, los momentos del deporte y disfrute de espectáculos callejeros y así podrías seguir una lista interminable de elementos que nos harían “creernos agraciados”.

Y no me refiero solamente a aquellas cosas que pudieran separar entre quienes tienen dinero y quienes carecen del mismo, hay cosas que van mucho más allá de ciertos “capitales adquiridos”.

Hoy, existe una situación grave que nos afecta a todos, indistintamente, en cuestión del riesgo de la salud. Y se han venido adoptando medidas y se irán recrudeciendo más aún en los varios rincones del mundo, es algo que ciertamente es una “desgracia” en el sentido que es una situación que complica las vidas de cada individuo y de la sociedad toda, pero no deja de ser una desgracia que no por ende nos hace “desgraciados”. Seguimos siendo agraciados, dichosos, bendecidos, y es un momento determinante para mostrarnos como humanidad que ponemos en su debido balance lo que es más importante en realidad en nuestra vida… la vida misma. Por lo que es en cuanto lo que somos y no en cuanto lo que poseemos ni en cuanto el reconocimiento de los otros. Es la vida y su requerimiento de ser vivida en plenitud la que se coloca en su debido sitio.

Hoy es el tiempo preciso para reconocer que somos capaces de muchas cosas positivas, y que la gracia de ser y vivir en sociedad también se agradece porque podemos cuidarnos y protegernos unos a otros, viviendo por estos tiempos sin las barreras que a lo largo de la historia nos hemos puesto, hoy no existen muros lingüísticos, raciales, nacionales, religiosos, ni estratos clasistas por diferencias económicas, todos estamos en la conciencia plena de nuestra vulnerabilidad ante la fragilidad de nuestra salud, por eso todos tendíamos que estar preocupados no por los míos, sino por todos, porque esta es la casa de todos.

Hoy, es un tiempo preciso para impedir -y está en nuestras manos- que una desgracia nos haga desgraciados.

“La mayor desgracia del hombre es creerse desgraciado…” señala M. Eliade (1936) en uno de sus Ensayos refiriéndose a los contenidos de la obra literaria de C.K. Chesterton. ¡Cuán elocuente pudiera parecer esta sentencia en tiempos de contingencia como los que nos encontramos la humanidad en estos días!

La desgracia, opuesta a lo agraciado precisamente, es la negatividad absoluta y muchas otras características podrían envolver ese calificativo: vacío, ausencia, sinsentido, carencia, derrota, pérdida, etc. Y esa categoría (desgraciado) va en alineación con el verbo creer, “creerse desgraciado”, es decir, la convicción misma y afirmación -cual verdad- de que no solo “se tiene” sino que se es.

Afortunadamente para nosotros, podemos también aseverar que no es la sentencia definitiva ni mucho menos la última del ser humano. Pudieran existir muchas situaciones adversas a lo que para nosotros sería lo más conveniente, pudieran afectarnos tantas cosas en el día a día, pero con todo ello nada en lo absoluto pudiera arrebatarnos la capacidad de sentirnos y sabernos que también somos agraciados y, por tanto, agradecidos.

Suele pasar que damos por sentado tantas cosas que suceden en lo cotidiano, que ya las asumimos como elementos ordinarios y que no les consideramos un regalo (gracia)… por el contrario, cuando aparece algo que nos obstaculiza nuestra rutina y nos complica un tanto lo que estamos realizando, entonces sí que percibimos aquello que no nos gusta y nos lastima, nos ofende, nos afecta y le llamamos “desgracia”.

Como sociedad, muchas veces, hemos relegado a la “periferia” las gracias (regalos) que cada día recibimos, desde las cosas más sencillas y otras muchas que damos ya como un hecho que “deben ser”, dígase por ejemplo la salud, la compañía de los otros, los regalos que nos brinda la naturaleza todos los días (un rayo de Sol, un hermoso atardecer, la suave brisa, etc.) como nuestras propias capacidades que ejecutamos ordinariamente (capacidad de locomoción, habilidades para construir, las rutinas de trabajo ordinario, todas las cuestiones que acontecen en nuestra vida diaria: encontrarnos a nuestros vecinos, las invitaciones para celebrar algún evento familiar o social, los momentos del deporte y disfrute de espectáculos callejeros y así podrías seguir una lista interminable de elementos que nos harían “creernos agraciados”.

Y no me refiero solamente a aquellas cosas que pudieran separar entre quienes tienen dinero y quienes carecen del mismo, hay cosas que van mucho más allá de ciertos “capitales adquiridos”.

Hoy, existe una situación grave que nos afecta a todos, indistintamente, en cuestión del riesgo de la salud. Y se han venido adoptando medidas y se irán recrudeciendo más aún en los varios rincones del mundo, es algo que ciertamente es una “desgracia” en el sentido que es una situación que complica las vidas de cada individuo y de la sociedad toda, pero no deja de ser una desgracia que no por ende nos hace “desgraciados”. Seguimos siendo agraciados, dichosos, bendecidos, y es un momento determinante para mostrarnos como humanidad que ponemos en su debido balance lo que es más importante en realidad en nuestra vida… la vida misma. Por lo que es en cuanto lo que somos y no en cuanto lo que poseemos ni en cuanto el reconocimiento de los otros. Es la vida y su requerimiento de ser vivida en plenitud la que se coloca en su debido sitio.

Hoy es el tiempo preciso para reconocer que somos capaces de muchas cosas positivas, y que la gracia de ser y vivir en sociedad también se agradece porque podemos cuidarnos y protegernos unos a otros, viviendo por estos tiempos sin las barreras que a lo largo de la historia nos hemos puesto, hoy no existen muros lingüísticos, raciales, nacionales, religiosos, ni estratos clasistas por diferencias económicas, todos estamos en la conciencia plena de nuestra vulnerabilidad ante la fragilidad de nuestra salud, por eso todos tendíamos que estar preocupados no por los míos, sino por todos, porque esta es la casa de todos.

Hoy, es un tiempo preciso para impedir -y está en nuestras manos- que una desgracia nos haga desgraciados.