/ martes 14 de abril de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Un espacio para aprender de nuevo todas las cosas”

Una de mis primeras participaciones en esta columna, hace ya unos años, versaba sobre la implicación del saber. En aquella ocasión sentenciaba señalando que el “saber duele” y lo desglosaba en diversos componentes; porque es cansado y requiere disciplina aprender algo, otras porque el saber algo que luego pesa uno preferiría a veces mejor no haberlo sabido para no padecerlo, etc.

En esta ocasión me remonto a esa misma visión, pero entendiendo que ahora la situación de la pandemia nos lleva a ser más conscientes del saber. Es una condición que nos vuelve a poner en condición de “ignorantes” ante situaciones nuevas, poco percibidas. Saber ahora duele, porque para quienes a veces pensamos o sentimos que “la sabemos de todas” o que ya nuestro criterio es lo más relevante, de pronto nos damos cuenta de que hemos de saber escuchar, atender, prestar oído a los que más saben de estas cosas, a los que de algún modo también tienen una autoridad o se las cedemos a causa del enfoque desde el cual pueden decir cómo son las cosas.

Pero también es un momento de aprender de nuevo todas las cosas, a veces esas más básicas, esas que ya no prestábamos atención o que se habían desatendido… en mi caso muchas cosas que las veía como asimiladas o resueltas porque había siempre que las resolvía por mí: cocinar, barrer, reparar tal puerta, destapar coladeras, etc. Pero también aprender a convivir con quien se cohabita, que a veces confundimos. Aprender a administrar un tiempo en espacios y circunstancias diferentes, aprender a mirar lo que de pasada siempre se veía o ya se había dejado de ver. Y es que nunca uno termina de saber, de aprender.

Saber duele, si… duele saber que tenemos que quedarnos cierto tiempo sin los ritmos de acciones a que estábamos habituados, duele saber sobre paros al trabajo, duele saber que se debe uno privar de visitar a los amigos, de rencontrarse con la familia para comer los domingos, duele saber que se suspenden los deportes y conciertos, etc. Sí, hay cosas del saber que duele. En fin, duele saber que seguimos siendo tan vulnerables como siempre lo hemos sido, aunque muchas veces nos lo neguemos.

Pero precisamente de ese saber sufrido es donde se puede aprender tanto, para poder crecer, el conocimiento sin ese sufrimiento… muchas veces no entra, no se queda. Y quizá lo vemos con el escepticismo en muchas personas, como una negatividad de la realidad antes que asumirlo como un nuevo aprendizaje de la vida.

Hoy nos toca sufrir este aprendizaje, y si nos abrimos a ese dolor del aprendizaje es como podremos dar un paso realmente de evolución, no como la del progreso entendida como el acumulamiento de bienes y de tecnología, como en momentos se han entendido. Tampoco en el sentido del progreso entendiéndolo como dominación de la naturaleza y el intervencionismo descontrolado de los bienes que no le pertenecen a la humanidad, sino que es la casa de todos los seres vivos.

En este saber, quizá algunos sufran más que otros, otros la paguen más que otros, unos aprendan más que otros. Pero se nos está llamando a una nueva forma de estar y sabernos en el mundo. Empecemos por las cosas sencillas de aprender. Dejémonos sorprender a nosotros mismos de cuántas cosas esta nueva condición que estamos paciendo toda la humanidad nos da para saber más de nosotros mismos y lo que somos capaces de lograr cuando tenemos fe y confianza en todos y cada uno.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Un espacio para aprender de nuevo todas las cosas”

Una de mis primeras participaciones en esta columna, hace ya unos años, versaba sobre la implicación del saber. En aquella ocasión sentenciaba señalando que el “saber duele” y lo desglosaba en diversos componentes; porque es cansado y requiere disciplina aprender algo, otras porque el saber algo que luego pesa uno preferiría a veces mejor no haberlo sabido para no padecerlo, etc.

En esta ocasión me remonto a esa misma visión, pero entendiendo que ahora la situación de la pandemia nos lleva a ser más conscientes del saber. Es una condición que nos vuelve a poner en condición de “ignorantes” ante situaciones nuevas, poco percibidas. Saber ahora duele, porque para quienes a veces pensamos o sentimos que “la sabemos de todas” o que ya nuestro criterio es lo más relevante, de pronto nos damos cuenta de que hemos de saber escuchar, atender, prestar oído a los que más saben de estas cosas, a los que de algún modo también tienen una autoridad o se las cedemos a causa del enfoque desde el cual pueden decir cómo son las cosas.

Pero también es un momento de aprender de nuevo todas las cosas, a veces esas más básicas, esas que ya no prestábamos atención o que se habían desatendido… en mi caso muchas cosas que las veía como asimiladas o resueltas porque había siempre que las resolvía por mí: cocinar, barrer, reparar tal puerta, destapar coladeras, etc. Pero también aprender a convivir con quien se cohabita, que a veces confundimos. Aprender a administrar un tiempo en espacios y circunstancias diferentes, aprender a mirar lo que de pasada siempre se veía o ya se había dejado de ver. Y es que nunca uno termina de saber, de aprender.

Saber duele, si… duele saber que tenemos que quedarnos cierto tiempo sin los ritmos de acciones a que estábamos habituados, duele saber sobre paros al trabajo, duele saber que se debe uno privar de visitar a los amigos, de rencontrarse con la familia para comer los domingos, duele saber que se suspenden los deportes y conciertos, etc. Sí, hay cosas del saber que duele. En fin, duele saber que seguimos siendo tan vulnerables como siempre lo hemos sido, aunque muchas veces nos lo neguemos.

Pero precisamente de ese saber sufrido es donde se puede aprender tanto, para poder crecer, el conocimiento sin ese sufrimiento… muchas veces no entra, no se queda. Y quizá lo vemos con el escepticismo en muchas personas, como una negatividad de la realidad antes que asumirlo como un nuevo aprendizaje de la vida.

Hoy nos toca sufrir este aprendizaje, y si nos abrimos a ese dolor del aprendizaje es como podremos dar un paso realmente de evolución, no como la del progreso entendida como el acumulamiento de bienes y de tecnología, como en momentos se han entendido. Tampoco en el sentido del progreso entendiéndolo como dominación de la naturaleza y el intervencionismo descontrolado de los bienes que no le pertenecen a la humanidad, sino que es la casa de todos los seres vivos.

En este saber, quizá algunos sufran más que otros, otros la paguen más que otros, unos aprendan más que otros. Pero se nos está llamando a una nueva forma de estar y sabernos en el mundo. Empecemos por las cosas sencillas de aprender. Dejémonos sorprender a nosotros mismos de cuántas cosas esta nueva condición que estamos paciendo toda la humanidad nos da para saber más de nosotros mismos y lo que somos capaces de lograr cuando tenemos fe y confianza en todos y cada uno.