/ martes 5 de mayo de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“El desarrollo es periferia”

Situaciones como las que nos encontramos actualmente, con la pandemia, nos hacen retomar ese concepto tan empoderado y sobre utilizado, bajo la sospecha del dogma e ideología que ha impuesto, me refiero aquí al concepto de “desarrollo”.

Este término se ha asociado o instalado a partir de visiones de la vida donde se mira con un optimismo desmedido al devenir histórico que apuesta por ciertas formas de economía, por ciertas formas de estructuras sociales con determinadas políticas y cosmovisiones donde se entiende que la ciencia positiva ha derrocado e instalado la verdadera civilización, mirando el pasado como “superado” gracias al raciocinio (exacerbado en ciertas disciplinas académicas).

El “desarrollo”, así entendido, llega a justificar incluso el dominio de ciertos pueblos sobre otros, porque son como “misiones” donde se instalan las formas “maduras” de una sociedad y se han de “colonizar” las que aún pretenden preservar esos modos “tribales” que se encuentran sometidos a las fuerzas mágicas e impiden llegar a ser esas sociedades “civilizadas”.

Así, no sólo la religión, sino muchas otras prácticas, mitos, apreciaciones y espiritualidades, son desdeñadas por entender civilización como sinónimo de desarrollo, desde los famosos “estadios” del positivismo hasta las vigentes formas de colonialismo y postcolonialismo. Una buena parte de la sociedad entendió y asumió esta doctrina de desarrollo y casi se llegó a imaginar una instalación del hombre (y aquí no se refiere a humanidad entera sino quizá a determinado tipo de hombre, sea por raza, sea por concepción de vida, georreferenciado, etc.) en la cúspide de los seres vivos y el mundo. Justificándole el uso de sus habilidades para el dominio y sometimiento de la tierra entera y sus habitantes de toda especie.


Quizá se entendió por algún momento, que el desarrollo significaba la victoria del ser humano por encima de su propia naturaleza (que es también frágil), y muchas prácticas del pasado que ciertamente pudieran enseñar a vivir, porque también podían vivir bien y felices, no son tomadas en cuenta por pensarlas como “formas de vida arcaica”. Hoy, como otros tiempos de la historia de la humanidad, la realidad misma nos puede poner en nuestro respectivo lugar, y mirar con como los diversos episodios de la historia de la humanidad tienen sus fases para que cada grupo humano, según su tiempo, se dé cuenta que tiene su lugar y su sentido en un contexto y tiempo determinado, y nos toca seguir aprendiendo.


El desarrollo sigue siendo periferia, no es una meta alcanzada sino un camino para seguir marchando, tropezando y levantando, recordando del pasado y rescatar sus valores, calcular hacia el futuro pero seguir abierto a las cosas impredecibles que pueden estarnos esperando a la vuelta de la esquina.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“El desarrollo es periferia”

Situaciones como las que nos encontramos actualmente, con la pandemia, nos hacen retomar ese concepto tan empoderado y sobre utilizado, bajo la sospecha del dogma e ideología que ha impuesto, me refiero aquí al concepto de “desarrollo”.

Este término se ha asociado o instalado a partir de visiones de la vida donde se mira con un optimismo desmedido al devenir histórico que apuesta por ciertas formas de economía, por ciertas formas de estructuras sociales con determinadas políticas y cosmovisiones donde se entiende que la ciencia positiva ha derrocado e instalado la verdadera civilización, mirando el pasado como “superado” gracias al raciocinio (exacerbado en ciertas disciplinas académicas).

El “desarrollo”, así entendido, llega a justificar incluso el dominio de ciertos pueblos sobre otros, porque son como “misiones” donde se instalan las formas “maduras” de una sociedad y se han de “colonizar” las que aún pretenden preservar esos modos “tribales” que se encuentran sometidos a las fuerzas mágicas e impiden llegar a ser esas sociedades “civilizadas”.

Así, no sólo la religión, sino muchas otras prácticas, mitos, apreciaciones y espiritualidades, son desdeñadas por entender civilización como sinónimo de desarrollo, desde los famosos “estadios” del positivismo hasta las vigentes formas de colonialismo y postcolonialismo. Una buena parte de la sociedad entendió y asumió esta doctrina de desarrollo y casi se llegó a imaginar una instalación del hombre (y aquí no se refiere a humanidad entera sino quizá a determinado tipo de hombre, sea por raza, sea por concepción de vida, georreferenciado, etc.) en la cúspide de los seres vivos y el mundo. Justificándole el uso de sus habilidades para el dominio y sometimiento de la tierra entera y sus habitantes de toda especie.


Quizá se entendió por algún momento, que el desarrollo significaba la victoria del ser humano por encima de su propia naturaleza (que es también frágil), y muchas prácticas del pasado que ciertamente pudieran enseñar a vivir, porque también podían vivir bien y felices, no son tomadas en cuenta por pensarlas como “formas de vida arcaica”. Hoy, como otros tiempos de la historia de la humanidad, la realidad misma nos puede poner en nuestro respectivo lugar, y mirar con como los diversos episodios de la historia de la humanidad tienen sus fases para que cada grupo humano, según su tiempo, se dé cuenta que tiene su lugar y su sentido en un contexto y tiempo determinado, y nos toca seguir aprendiendo.


El desarrollo sigue siendo periferia, no es una meta alcanzada sino un camino para seguir marchando, tropezando y levantando, recordando del pasado y rescatar sus valores, calcular hacia el futuro pero seguir abierto a las cosas impredecibles que pueden estarnos esperando a la vuelta de la esquina.