/ martes 18 de agosto de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los nombres de periferia”

Nombrar es conocer, o reconocer, es crear. En la Biblia misma se puede encontrar esta fuerza del nombrar, cuando en el libro del Génesis vemos en esas primeras líneas del texto Sagrado, que tras cada acto de creación se puede ver el acto mismo de nombrar casi como elementos inseparables.

Cuando se trae una vida al mundo, los padres piensan y se debaten en cómo llamar a su bebé, y el hecho mismo de ponerle nombre les hace sentirlo suyo. E incluso existe una forma de mayor intimidad… el apodo. Sí, el apodo (entendiéndolo en su sentido positivo) es esa manera en que es llamado “por mí” aquel que así identifico. Entonces la manera de nombrarlo es como se representa para mí. Lo vemos más fácilmente reflejado en las parejas, que ahí incluyen un lenguaje más excluyente, único entre ellos como pareja: “mi vida”, “mi princesa”, “bodoquito”… etc.

Para quien no entiende el contexto ni la historia de vida de las personas y sólo escucha el apodo, puede no tener sentido y hasta resultar irrisorio, pero para quienes saben el significado del nombre con el que se evoca a la persona referida, disfrutan de la riqueza de esa manera peculiar de ser nombrado. Toda una serie de nominaciones que le dan una connotación de pertenencia, de intimidad, de exclusividad, de destino. Señala lo que significa para mí. Pero no es una cuestión propia entre personas. También hacia las cosas, los lugares, la geografía.

En nuestro país tenemos una geografía que también es historia y los toponímicos -esta palabra significa la forma de nombrar los lugares- dan cuenta de ella. Tenemos una gran cantidad de vocablos de procedencia de nuestros pueblos originarios, pero para aquellos de nosotros que no dominamos alguna lengua indígena hemos perdido la posibilidad de entender mucho del sentido del hermoso paisaje tan variado que posee nuestro país. Hemos memorizado nombres de cerros, de ríos, de pueblos y árboles, de cuevas y accidentes geográficos, pero no captamos el mensaje que poseen estos nombres.

Incluso muchos nombres con que conocemos lugares o cosas fueron grotescamente deformados (y así son conocidos hoy en día) en los primeros intentos por pronunciar las lenguas de los pueblos originarios durante los primeros años de la etapa colonial. En otros sitios incluso se le añadió al nombre primigenio el “apellido” de algún otro nombre (sobre todo de algún santo), y todavía más radical fue la de la suplantación del nombre original por el de algún nombre y apellido de personaje de la política de la nueva nación (héroe nacional, gobernante, un militar…).

Cuántas veces, sin darnos cuenta, empleamos en nuestro lenguaje cotidiano, frases o expresiones, vocablos, de procedencia indígena, y al no conocer el significado de la palabra que expresamos, perdemos la oportunidad de conocer ese valor que encierra. Basta poder echar una mirada más curiosa a nombres de mezcales o de cervezas artesanales que van con tendencia de seguir posicionando elementos de sitios originarios, o la de grupos musicales que pretenden revivir esos lugares y espacios sagrados para ciertas poblaciones del país. Basta sumergirse en la comprensión de los nombres de ciertas vestimentas o incluso los nombres que se le dan a predios ya que muchos son puntualmente descriptivos.

Es una pena que por muchos años se nos quiso colocar un imaginario social donde se pretendiera una sola pretensión de propuesta de nación, como si fuésemos una población homologada, y se privó o se relegó lo que presenta la diversidad cultural y social que tiene nuestro país. Entre los aspectos socio culturales más afectados y notorios están las lenguas de los pueblos originarios que preservan su modo de comunicarse y desde ella poder representar su cosmovisión. Es una pena sí, que se nos haya hecho ver a las lenguas indígenas como lenguas periféricas (dialectos) y que para muchos de nosotros quedan sólo como nominaciones de geografías pero nos perdemos de conocer sobre el lugar ya por el puro nombre que poseen.

Un nombre (un apodo) ya describe mucho de una persona, también la toponímica, por eso valdría la pena preguntarnos continuamente el “¿qué significa ese nombre?” porque muchas de las veces ya nos acostumbramos a leerlas o escucharlas (hasta en las estaciones del metro de la ciudad de México) al grado de acostumbrarnos a ver esos nombres como nombres vacíos de sentido porque no conocemos lo que relatan al haber sido nombrados por quienes conocían su significado.

Vale le pena colocar al centro, esas formas de nombrar que hemos dejado en la periferia de sentido.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los nombres de periferia”

Nombrar es conocer, o reconocer, es crear. En la Biblia misma se puede encontrar esta fuerza del nombrar, cuando en el libro del Génesis vemos en esas primeras líneas del texto Sagrado, que tras cada acto de creación se puede ver el acto mismo de nombrar casi como elementos inseparables.

Cuando se trae una vida al mundo, los padres piensan y se debaten en cómo llamar a su bebé, y el hecho mismo de ponerle nombre les hace sentirlo suyo. E incluso existe una forma de mayor intimidad… el apodo. Sí, el apodo (entendiéndolo en su sentido positivo) es esa manera en que es llamado “por mí” aquel que así identifico. Entonces la manera de nombrarlo es como se representa para mí. Lo vemos más fácilmente reflejado en las parejas, que ahí incluyen un lenguaje más excluyente, único entre ellos como pareja: “mi vida”, “mi princesa”, “bodoquito”… etc.

Para quien no entiende el contexto ni la historia de vida de las personas y sólo escucha el apodo, puede no tener sentido y hasta resultar irrisorio, pero para quienes saben el significado del nombre con el que se evoca a la persona referida, disfrutan de la riqueza de esa manera peculiar de ser nombrado. Toda una serie de nominaciones que le dan una connotación de pertenencia, de intimidad, de exclusividad, de destino. Señala lo que significa para mí. Pero no es una cuestión propia entre personas. También hacia las cosas, los lugares, la geografía.

En nuestro país tenemos una geografía que también es historia y los toponímicos -esta palabra significa la forma de nombrar los lugares- dan cuenta de ella. Tenemos una gran cantidad de vocablos de procedencia de nuestros pueblos originarios, pero para aquellos de nosotros que no dominamos alguna lengua indígena hemos perdido la posibilidad de entender mucho del sentido del hermoso paisaje tan variado que posee nuestro país. Hemos memorizado nombres de cerros, de ríos, de pueblos y árboles, de cuevas y accidentes geográficos, pero no captamos el mensaje que poseen estos nombres.

Incluso muchos nombres con que conocemos lugares o cosas fueron grotescamente deformados (y así son conocidos hoy en día) en los primeros intentos por pronunciar las lenguas de los pueblos originarios durante los primeros años de la etapa colonial. En otros sitios incluso se le añadió al nombre primigenio el “apellido” de algún otro nombre (sobre todo de algún santo), y todavía más radical fue la de la suplantación del nombre original por el de algún nombre y apellido de personaje de la política de la nueva nación (héroe nacional, gobernante, un militar…).

Cuántas veces, sin darnos cuenta, empleamos en nuestro lenguaje cotidiano, frases o expresiones, vocablos, de procedencia indígena, y al no conocer el significado de la palabra que expresamos, perdemos la oportunidad de conocer ese valor que encierra. Basta poder echar una mirada más curiosa a nombres de mezcales o de cervezas artesanales que van con tendencia de seguir posicionando elementos de sitios originarios, o la de grupos musicales que pretenden revivir esos lugares y espacios sagrados para ciertas poblaciones del país. Basta sumergirse en la comprensión de los nombres de ciertas vestimentas o incluso los nombres que se le dan a predios ya que muchos son puntualmente descriptivos.

Es una pena que por muchos años se nos quiso colocar un imaginario social donde se pretendiera una sola pretensión de propuesta de nación, como si fuésemos una población homologada, y se privó o se relegó lo que presenta la diversidad cultural y social que tiene nuestro país. Entre los aspectos socio culturales más afectados y notorios están las lenguas de los pueblos originarios que preservan su modo de comunicarse y desde ella poder representar su cosmovisión. Es una pena sí, que se nos haya hecho ver a las lenguas indígenas como lenguas periféricas (dialectos) y que para muchos de nosotros quedan sólo como nominaciones de geografías pero nos perdemos de conocer sobre el lugar ya por el puro nombre que poseen.

Un nombre (un apodo) ya describe mucho de una persona, también la toponímica, por eso valdría la pena preguntarnos continuamente el “¿qué significa ese nombre?” porque muchas de las veces ya nos acostumbramos a leerlas o escucharlas (hasta en las estaciones del metro de la ciudad de México) al grado de acostumbrarnos a ver esos nombres como nombres vacíos de sentido porque no conocemos lo que relatan al haber sido nombrados por quienes conocían su significado.

Vale le pena colocar al centro, esas formas de nombrar que hemos dejado en la periferia de sentido.