/ martes 25 de agosto de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los sentidos de periferia”

Desde la escuela elemental nos han enseñado a identificar y distinguir los cinco sentidos: olfato, vista, gusto, tacto, oído… todos ellos importantes y requeridos para poder tener contacto y reconocimiento en nuestra realidad. La mayoría de las personas los poseen y utilizan durante sus días cotidianos, salvo quien padece alguna condición de discapacidad de alguno de éstos y en cierta forma robustece los otros para compensar la carencia o limitante de aquél.

Para quien tiene la posibilidad de usarlos todos, se podría decir que tantas veces no se es consciente de ello, pues llega a ser -como la respiración, por ejemplo- una situación tan inconsciente para el diario vivir, que se corre el riesgo de no prestarle debida atención para cuidarla, para potenciarla, para valorarla.

Aquí quisiera detenerme en una consideración: los cinco sentidos muchas veces han tenido una jerarquización, y se exalta más uno que otro, se prepondera la función da alguno por encima de los otros o, desde el otro ángulo, se minusvalora alguno con respecto al cuidado que se les presta a los otros. Tan es así, que sin darnos cuenta vamos restando la capacidad del menos atendido por no darle la importancia y valor que merece. Como el arte, cuando no se ejercita una de esas habilidades inherentes que tenemos, se le va restando la capacidad de ejecución.

¡Qué bueno sería que pudiésemos disfrutar con los cinco sentidos muchos de esos momentos importantes de la vida! Que al poder gustar un buen alimento, también pudiéramos crear un espacio donde no sólo el gusto sacia su interés, sino también la vista disfruta de un buen escenario donde ese bocado está siendo consumido, donde la atmósfera tuviera un aroma agradable que haga que aquel gusto tenga mayor deleite, donde no esté un ruido ambiental estruendoso que me disturbe aquello, ni tampoco la incomodidad o suciedad del espacio haga que mi tacto no se sienta cómodo al saciar mi gusto alimenticio.

Lo sé, no siempre es fácil; quizá aquel lugar donde los tacos al pastor me resultan tan deliciosos (ahí el sentido del gusto se deleita) son sabrosos, pero a costa de soportar el estruendoso sonido de la música que ameniza ese puesto callejero, y la calle tan estrecha y maloliente se convierte junto con las rutas de transporte público que pasan tan veloces y arrojando grandes humaredas negras de combustión a través de sus escapes, el salero y los salseros están tan pegajosos, que cada que los agarro para su uso quedan las manos sucias y pastosas. Un costo alto para los otros sentidos el que ahí se pueda disfrutar del sentido del gusto. Qué bueno sería que la armonía de la exquisitez que se le brinda al gusto fuese igualmente compartida con lo que la vista, el oído, el tacto y el oído pudieran también disfrutar.

Soy consciente que la vida social nos ha instalado en condiciones donde el valor monetario de la vida hace pensar que sólo ciertos estratos pueden alcanzar la dicha de disfrutar los cinco sentidos. Pero quizá no siempre es así, y puede ser que más bien hemos prestado poca atención a tratar de vivir, desde las cosas simples la capacidad de gozar la vida con toda la posibilidad que la vida nos ha brindado a través de los sentidos que poseemos. Hemos caído muchas veces en la trampa de marginar y hacer periféricos muchos de nuestros sentidos, y soportar su exclusión en aras de que otros sentidos puedan sentirse atendidos. Hoy nos toca buscar esa manera de disfrutar, en cuanto podamos, los cinco sentidos como centrales, lejos de ser periféricos.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los sentidos de periferia”

Desde la escuela elemental nos han enseñado a identificar y distinguir los cinco sentidos: olfato, vista, gusto, tacto, oído… todos ellos importantes y requeridos para poder tener contacto y reconocimiento en nuestra realidad. La mayoría de las personas los poseen y utilizan durante sus días cotidianos, salvo quien padece alguna condición de discapacidad de alguno de éstos y en cierta forma robustece los otros para compensar la carencia o limitante de aquél.

Para quien tiene la posibilidad de usarlos todos, se podría decir que tantas veces no se es consciente de ello, pues llega a ser -como la respiración, por ejemplo- una situación tan inconsciente para el diario vivir, que se corre el riesgo de no prestarle debida atención para cuidarla, para potenciarla, para valorarla.

Aquí quisiera detenerme en una consideración: los cinco sentidos muchas veces han tenido una jerarquización, y se exalta más uno que otro, se prepondera la función da alguno por encima de los otros o, desde el otro ángulo, se minusvalora alguno con respecto al cuidado que se les presta a los otros. Tan es así, que sin darnos cuenta vamos restando la capacidad del menos atendido por no darle la importancia y valor que merece. Como el arte, cuando no se ejercita una de esas habilidades inherentes que tenemos, se le va restando la capacidad de ejecución.

¡Qué bueno sería que pudiésemos disfrutar con los cinco sentidos muchos de esos momentos importantes de la vida! Que al poder gustar un buen alimento, también pudiéramos crear un espacio donde no sólo el gusto sacia su interés, sino también la vista disfruta de un buen escenario donde ese bocado está siendo consumido, donde la atmósfera tuviera un aroma agradable que haga que aquel gusto tenga mayor deleite, donde no esté un ruido ambiental estruendoso que me disturbe aquello, ni tampoco la incomodidad o suciedad del espacio haga que mi tacto no se sienta cómodo al saciar mi gusto alimenticio.

Lo sé, no siempre es fácil; quizá aquel lugar donde los tacos al pastor me resultan tan deliciosos (ahí el sentido del gusto se deleita) son sabrosos, pero a costa de soportar el estruendoso sonido de la música que ameniza ese puesto callejero, y la calle tan estrecha y maloliente se convierte junto con las rutas de transporte público que pasan tan veloces y arrojando grandes humaredas negras de combustión a través de sus escapes, el salero y los salseros están tan pegajosos, que cada que los agarro para su uso quedan las manos sucias y pastosas. Un costo alto para los otros sentidos el que ahí se pueda disfrutar del sentido del gusto. Qué bueno sería que la armonía de la exquisitez que se le brinda al gusto fuese igualmente compartida con lo que la vista, el oído, el tacto y el oído pudieran también disfrutar.

Soy consciente que la vida social nos ha instalado en condiciones donde el valor monetario de la vida hace pensar que sólo ciertos estratos pueden alcanzar la dicha de disfrutar los cinco sentidos. Pero quizá no siempre es así, y puede ser que más bien hemos prestado poca atención a tratar de vivir, desde las cosas simples la capacidad de gozar la vida con toda la posibilidad que la vida nos ha brindado a través de los sentidos que poseemos. Hemos caído muchas veces en la trampa de marginar y hacer periféricos muchos de nuestros sentidos, y soportar su exclusión en aras de que otros sentidos puedan sentirse atendidos. Hoy nos toca buscar esa manera de disfrutar, en cuanto podamos, los cinco sentidos como centrales, lejos de ser periféricos.