/ martes 15 de septiembre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Entre el arte y la periferia”

Es muy probable que en nuestra vida cotidiana no reparemos en algunas sutilezas que nuestro lenguaje ordinario emplea, pero cuya atención amerita descubrir las concepciones que tenemos ante muchas realidades y acontecimientos.

Suele darse, por ejemplo, que al brindarse el tiempo de visitar algún lugar haciendo un poco de tour, nos topemos con “artesanías” que por obviedad son obras de “artesanos”, como también es muy probable que además de las tiendas y galerías comerciales, nos introduzcamos en algún museo, donde entonces nos encontraríamos con “obras de arte” que por obviedad son obras de “artistas”. ¿Qué marca la diferencia entre esas dos adjetivaciones que suelen parecerse mucho en su expresión?

Es un debate largo y prolongado, cuya intención no está puesta aquí a desarrollar, pero sí aprovecho el servirme de estas expresiones “cercanas” para mirar los posicionamientos que de manera espontánea o involuntaria solemos ponernos como sociedad.

Los artesanos, como los artistas, son creadores. Ambos desarrollan y saben plasmar, materializar, aquello que tienen en sus mentes y con habilidad y empeño se dan a la tarea de producir. Sus obras pueden ser apreciadas y enjuiciadas por aquellos ante quienes se exhiben y queda fuera de la responsabilidad del autor la valoración que se les imponga. Pero suele resultar interesante el preguntarse porqué es que una tiene la apreciación de artesanía y la otra de arte, cuáles serían las razones para separar en dichas categorías y si una adquiere mayor estatus que la otra tanto simbólica como económicamente.

Como he mencionado, no se entrará aquí en materia de discusión sobre estos debates ni mucho menos se llevaría al área de la estética y otras formas de abordaje que ciertamente existen autores que lo desarrollan de manera magistral y exhaustiva. Pero como es tradición en esta columna, quiero constatar cómo más bien el accionar de muchos grupos sociales establecen una separación donde se instala en el lado periférico las piezas de artesanos con respecto a los de los catalogados por instancias hegemónicas como artistas, aunque ambas puedan representar ante nosotros la belleza, lo sublime, la admiración y otras tantas reacciones que la contemplación producen en el individuo.

No es tanto pues la reacción ocasionada ante el objeto lo que establece muchas veces el juicio que establecemos ante el autor de aquello, sino más bien la instalación social que hay sobre él, para categorizarlo como artesano o como artista, dejando a uno en un imaginario colectivo más periférico respecto del otro.

Y no es exclusivo de las artes plásticas y gráficas, también se pudiera entender esta reacción en los músicos. Un cantante, por ejemplo, es ubicado convencionalmente como un “artista” pero le ubicamos así a quien ya está instalado en un mercado musical y tiene la fama de ser un interprete con sus seguidores. Se entiende pues como aquel profesional del medio. Pero es muy probable que muchos de nosotros conozcamos a más de uno que tiene el talento musical tan bien o hasta mejor que aquellos ya categorizados como artistas y, sin embargo, no le solemos llamar así sino un aficionado, dando paso a confundir entre dedicación (monetaria la mayoría de las veces) o mero pasatiempo.

Nuestra vida nos ha llevado así, ha colocar valoraciones establecidas en convencionalismos, pero pudiéramos bien no reducir nuestra capacidad de admiración a clichés establecidos para categorizar y darnos la oportunidad maravillosa de dejarnos asombrar, deleitarnos de la belleza y los talentos de los otros, indistintamente si son catalogados en nivel de periferia o de centro, tantas veces dominados por principios económicos.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Entre el arte y la periferia”

Es muy probable que en nuestra vida cotidiana no reparemos en algunas sutilezas que nuestro lenguaje ordinario emplea, pero cuya atención amerita descubrir las concepciones que tenemos ante muchas realidades y acontecimientos.

Suele darse, por ejemplo, que al brindarse el tiempo de visitar algún lugar haciendo un poco de tour, nos topemos con “artesanías” que por obviedad son obras de “artesanos”, como también es muy probable que además de las tiendas y galerías comerciales, nos introduzcamos en algún museo, donde entonces nos encontraríamos con “obras de arte” que por obviedad son obras de “artistas”. ¿Qué marca la diferencia entre esas dos adjetivaciones que suelen parecerse mucho en su expresión?

Es un debate largo y prolongado, cuya intención no está puesta aquí a desarrollar, pero sí aprovecho el servirme de estas expresiones “cercanas” para mirar los posicionamientos que de manera espontánea o involuntaria solemos ponernos como sociedad.

Los artesanos, como los artistas, son creadores. Ambos desarrollan y saben plasmar, materializar, aquello que tienen en sus mentes y con habilidad y empeño se dan a la tarea de producir. Sus obras pueden ser apreciadas y enjuiciadas por aquellos ante quienes se exhiben y queda fuera de la responsabilidad del autor la valoración que se les imponga. Pero suele resultar interesante el preguntarse porqué es que una tiene la apreciación de artesanía y la otra de arte, cuáles serían las razones para separar en dichas categorías y si una adquiere mayor estatus que la otra tanto simbólica como económicamente.

Como he mencionado, no se entrará aquí en materia de discusión sobre estos debates ni mucho menos se llevaría al área de la estética y otras formas de abordaje que ciertamente existen autores que lo desarrollan de manera magistral y exhaustiva. Pero como es tradición en esta columna, quiero constatar cómo más bien el accionar de muchos grupos sociales establecen una separación donde se instala en el lado periférico las piezas de artesanos con respecto a los de los catalogados por instancias hegemónicas como artistas, aunque ambas puedan representar ante nosotros la belleza, lo sublime, la admiración y otras tantas reacciones que la contemplación producen en el individuo.

No es tanto pues la reacción ocasionada ante el objeto lo que establece muchas veces el juicio que establecemos ante el autor de aquello, sino más bien la instalación social que hay sobre él, para categorizarlo como artesano o como artista, dejando a uno en un imaginario colectivo más periférico respecto del otro.

Y no es exclusivo de las artes plásticas y gráficas, también se pudiera entender esta reacción en los músicos. Un cantante, por ejemplo, es ubicado convencionalmente como un “artista” pero le ubicamos así a quien ya está instalado en un mercado musical y tiene la fama de ser un interprete con sus seguidores. Se entiende pues como aquel profesional del medio. Pero es muy probable que muchos de nosotros conozcamos a más de uno que tiene el talento musical tan bien o hasta mejor que aquellos ya categorizados como artistas y, sin embargo, no le solemos llamar así sino un aficionado, dando paso a confundir entre dedicación (monetaria la mayoría de las veces) o mero pasatiempo.

Nuestra vida nos ha llevado así, ha colocar valoraciones establecidas en convencionalismos, pero pudiéramos bien no reducir nuestra capacidad de admiración a clichés establecidos para categorizar y darnos la oportunidad maravillosa de dejarnos asombrar, deleitarnos de la belleza y los talentos de los otros, indistintamente si son catalogados en nivel de periferia o de centro, tantas veces dominados por principios económicos.