/ martes 13 de octubre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los vehículos y la periferia”

En el tema del transporte se puede mirar cómo las diversas circunstancias, contextos y relaciones, posibilitan la calificación de su uso como un hecho privilegiado o la mera cuestión de uso por sobrevivencia. Es interesante mirar cómo las significaciones varían y relegan a entenderlo como marginal o como privilegio… y eso sucede muchas veces en un mismo sitio, sólo que en distintas épocas.

Recientemente compartía con amigos entrañables y salía a tema, precisamente por motivos de mi uso recurrente a la bicicleta para trasladarme a mi oficina, y de ahí se desprendió la siguiente reflexión: “hoy en día quienes usamos automóvil somos calificados como terribles ciudadanos”. Y tiene razón, en el sentido de la apreciación contemporánea se es aplaudido el usuario de la bicicleta por muchos elementos que seguramente ya tenemos conocidos (ecología, economía, salud y muchos más) y se fastidia con el usuario de auto de manera personalizada.

La sociedad cada vez más mira con recelo al usuario del automóvil mientras mira con gusto al usuario de la bicicleta, y se aplaude al usuario de transporte múltiple (servicio de trasporte público, privado y transporte no motorizado) … al usuario de la motocicleta todavía es más diversificada su valoración. En México su uso no está todavía tan instalado como en otros países y al parecer allá también tienen muchos calificativos desde peyorativos, hasta los de admiración e incluso los estigmatizados sobre la vinculación con delincuentes por hacer uso recurrente de este medio. ¿Qué con todo esto? Aquí no es el lugar para desarrollar un juicio e indicar qué debería emplearse y qué debería evitarse o mitigarse.

En esta “Biblioteca de la Periferia” se pretende hacer ver cómo los tiempos y contextos han venido también modificando las apreciaciones y valoraciones sobre diversas cosas, entre ellas la de los medios de transporte. Hace todavía no muchos años, por ejemplo, se menospreciaba algunas pequeñas ciudades llamándoles “pueblos bicicleteros”… estoy casi seguro que si esas pequeñas ciudades siguieran preponderando el uso de la bicicleta como acción cotidiana, el juicio no sería ya peyorativo sino, por el contrario, totalmente alabados y puestos como modelos de ciudades amigables.

Solemos ser ágiles para emitir juicios generalizados y espontáneos, pero quizá esa tendencia de aplaudir o repeler a ciudadanos por su medio de transporte debería ser algo menos acelerado para considerar muchos elementos con relación a los cohabitantes de la misma urbe.

Ni todo el que usa la bicicleta la usa por mero privilegio y placer sino porque quizá es lo único posible de momento para ese individuo. Ni tampoco quien va en auto privado está delatando una supremacía económica respecto del peatón o ciclista. Algunos tienen la fortuna de una calidad de vida que les permite trasladarse a sus sitios recurrentes en transportes no motorizados, otros para movilizarse deben atravesar colinas y zonas accidentadas complejas para circular de otra forma que no sea en vehículo de motor. El tema de la seguridad (violencias en robos, asedios, acoso…) también determina en muchas formas las maneras de movilizarse. Incluso la condición de vulnerabilidad que tienen algunas personas en sus traslados sea por tema de género, por cuestión fisiológica o salud.

Cuando nos detenemos un poco a pensar sobre todos los elementos en juego que hay sobre quienes nos encontramos día a día en las calles para cumplir nuestras cotidianas vidas, nos podemos percatar que existen infinidad de factores para que estemos y vayamos como ciclistas, o automovilistas, o peatones, o usuarios de transporte colectivo… todos con cargas preocupaciones, entramados de dificultades, muchos sueños, ilusiones y alegrías, pensamientos y creatividad… sin importar la manera en que se están moviendo. Cada uno en su diversidad nos encontramos en un escenario común: las calles, espacio público que a veces nos hace sentirnos anónimos.

Ninguno es dueño de dichos espacios, el desarrollo de los espacios a lo largo de los tiempos nos ha hecho establecer mínimos de convivencia y articulación convencional en dichos escenarios, nos toca respetarlos a todos para vivir en armonía, sin importar los estatus o marcas y costes de vehículos que estén en marcha. Nadie, ni uno solo es merecedor de ser enviado a periferia simbólica. No te hace más o te hace menos el modo de movilización, sino la manera en que se sabe convivir en ella con los demás que merecen el mismo respeto y reconocimiento.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Los vehículos y la periferia”

En el tema del transporte se puede mirar cómo las diversas circunstancias, contextos y relaciones, posibilitan la calificación de su uso como un hecho privilegiado o la mera cuestión de uso por sobrevivencia. Es interesante mirar cómo las significaciones varían y relegan a entenderlo como marginal o como privilegio… y eso sucede muchas veces en un mismo sitio, sólo que en distintas épocas.

Recientemente compartía con amigos entrañables y salía a tema, precisamente por motivos de mi uso recurrente a la bicicleta para trasladarme a mi oficina, y de ahí se desprendió la siguiente reflexión: “hoy en día quienes usamos automóvil somos calificados como terribles ciudadanos”. Y tiene razón, en el sentido de la apreciación contemporánea se es aplaudido el usuario de la bicicleta por muchos elementos que seguramente ya tenemos conocidos (ecología, economía, salud y muchos más) y se fastidia con el usuario de auto de manera personalizada.

La sociedad cada vez más mira con recelo al usuario del automóvil mientras mira con gusto al usuario de la bicicleta, y se aplaude al usuario de transporte múltiple (servicio de trasporte público, privado y transporte no motorizado) … al usuario de la motocicleta todavía es más diversificada su valoración. En México su uso no está todavía tan instalado como en otros países y al parecer allá también tienen muchos calificativos desde peyorativos, hasta los de admiración e incluso los estigmatizados sobre la vinculación con delincuentes por hacer uso recurrente de este medio. ¿Qué con todo esto? Aquí no es el lugar para desarrollar un juicio e indicar qué debería emplearse y qué debería evitarse o mitigarse.

En esta “Biblioteca de la Periferia” se pretende hacer ver cómo los tiempos y contextos han venido también modificando las apreciaciones y valoraciones sobre diversas cosas, entre ellas la de los medios de transporte. Hace todavía no muchos años, por ejemplo, se menospreciaba algunas pequeñas ciudades llamándoles “pueblos bicicleteros”… estoy casi seguro que si esas pequeñas ciudades siguieran preponderando el uso de la bicicleta como acción cotidiana, el juicio no sería ya peyorativo sino, por el contrario, totalmente alabados y puestos como modelos de ciudades amigables.

Solemos ser ágiles para emitir juicios generalizados y espontáneos, pero quizá esa tendencia de aplaudir o repeler a ciudadanos por su medio de transporte debería ser algo menos acelerado para considerar muchos elementos con relación a los cohabitantes de la misma urbe.

Ni todo el que usa la bicicleta la usa por mero privilegio y placer sino porque quizá es lo único posible de momento para ese individuo. Ni tampoco quien va en auto privado está delatando una supremacía económica respecto del peatón o ciclista. Algunos tienen la fortuna de una calidad de vida que les permite trasladarse a sus sitios recurrentes en transportes no motorizados, otros para movilizarse deben atravesar colinas y zonas accidentadas complejas para circular de otra forma que no sea en vehículo de motor. El tema de la seguridad (violencias en robos, asedios, acoso…) también determina en muchas formas las maneras de movilizarse. Incluso la condición de vulnerabilidad que tienen algunas personas en sus traslados sea por tema de género, por cuestión fisiológica o salud.

Cuando nos detenemos un poco a pensar sobre todos los elementos en juego que hay sobre quienes nos encontramos día a día en las calles para cumplir nuestras cotidianas vidas, nos podemos percatar que existen infinidad de factores para que estemos y vayamos como ciclistas, o automovilistas, o peatones, o usuarios de transporte colectivo… todos con cargas preocupaciones, entramados de dificultades, muchos sueños, ilusiones y alegrías, pensamientos y creatividad… sin importar la manera en que se están moviendo. Cada uno en su diversidad nos encontramos en un escenario común: las calles, espacio público que a veces nos hace sentirnos anónimos.

Ninguno es dueño de dichos espacios, el desarrollo de los espacios a lo largo de los tiempos nos ha hecho establecer mínimos de convivencia y articulación convencional en dichos escenarios, nos toca respetarlos a todos para vivir en armonía, sin importar los estatus o marcas y costes de vehículos que estén en marcha. Nadie, ni uno solo es merecedor de ser enviado a periferia simbólica. No te hace más o te hace menos el modo de movilización, sino la manera en que se sabe convivir en ella con los demás que merecen el mismo respeto y reconocimiento.