/ martes 20 de octubre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Del antojo al dominio”

Hoy nos puede resultar relativamente fácil el acceder a conseguir especias, basta ir a un pequeño supermercado y nos topamos con una gran variedad de frasquillos en los que se presentan de diversos productivos para los condimentos de nuestros alimentos. Incluso -a excepción de espacios muy gourmet- podríamos tenerlos a unos costos considerablemente accesibles.

Pero, ante ese ejercicio sencillo -recurrente para muchos- quién pudiera imaginar que esa accesibilidad tan privilegiada para nosotros hoy en día fue totalmente lo opuesto algunos siglos atrás. Y es que la expansión de rutas de mercado, la lucha encarnecida por convertirse en los intermediarios entre los productores y los consumidores de especias fue un factor determinante y altamente demandante de cambios sociales y -por la misma razón- geopolíticos, económicos y culturales.

Durante la Edad Media, la demanda por el uso de las especias para poder combinar los preparados alimenticios con base de carne (que era el principal consumo de los empoderados económicamente) provocó la ardua búsqueda por rutas que agilicen y faciliten la importación de especias al occidente europeo. La India y otras regiones del Asía y norte africano eran las zonas que lo suministraban. De hecho, fue este uno de los principales motivos de nuevas expediciones en navíos y de ahí se desencadena esa historia que tanto escuchamos del hallazgo de estos navegantes en lo que hoy llamamos Continente Americano. Las especias, esos minúsculos objetos, pero tan costosamente procurados, fueron causa de grandes cambios en el Mundo que ha narrado la historia.

Las formas de mirar las prácticas ordinarias varían con el tiempo y se van revalorando cuestiones que antes se despreciaban o minusvaloraban, así como a la inversa… cuestiones antes se exaltaban ahora se les cuestiona su valor. Así como en aquellos tiempos, aquellos consumidores a los que he hecho referencia despreciaban a quienes consumían legumbres y demás alimentos que no fuesen carne, igualándole al hábito alimenticio su estatus clasista: pobre y mísero quien no consume carne y se sumerge en legumbres, tubérculos, semillas y otros alimentos. Qué cara pondrían si vieran cómo en nuestro tiempo existen tantos restaurantes y supermercados que ofertan el consumo de tantos productos no carnívoros e incluso son vistos sus consumidores como ejemplaridad y no necesariamente sujeto a un estatus económico.

La forma de entender las cosas del mundo y su manera de relacionarse con ellas, han sido factores de cambios profundos en la historia de la humanidad, provocando grandes hazañas, terribles calamidades, exuberantes transformaciones. Desde sacralizar o profanizar objetos o prácticas hasta los radicales cambios de valor agregado que se colocan sobre ciertos productos por su grande demanda o su peligro de escases. El latir consumista del ser humano se convierte en un motor de desarrollo, pero también en acelere de desigualdades y abuso por parte de algunos, para explotación de muchos otros.

La sociedad empuja con fuerza, muchas de las veces, la instalación de ciertos objetos como elementos de necesidad, aunque quizá sean más bien objetos de deseo, y despiertan en nosotros el anhelo por tener y poseer lo que antes nos resultaba tranquilamente irrelevante. Y cuando el ser humano se hace adicto por aquello y lo toma con tal fuerza de deseo, se inyecta de temeridad por alcanzarlo al coste que sea, despertando su creatividad que muchas veces construye e innova, pero tristemente otras muchas destroza y aniquila.



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Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Del antojo al dominio”

Hoy nos puede resultar relativamente fácil el acceder a conseguir especias, basta ir a un pequeño supermercado y nos topamos con una gran variedad de frasquillos en los que se presentan de diversos productivos para los condimentos de nuestros alimentos. Incluso -a excepción de espacios muy gourmet- podríamos tenerlos a unos costos considerablemente accesibles.

Pero, ante ese ejercicio sencillo -recurrente para muchos- quién pudiera imaginar que esa accesibilidad tan privilegiada para nosotros hoy en día fue totalmente lo opuesto algunos siglos atrás. Y es que la expansión de rutas de mercado, la lucha encarnecida por convertirse en los intermediarios entre los productores y los consumidores de especias fue un factor determinante y altamente demandante de cambios sociales y -por la misma razón- geopolíticos, económicos y culturales.

Durante la Edad Media, la demanda por el uso de las especias para poder combinar los preparados alimenticios con base de carne (que era el principal consumo de los empoderados económicamente) provocó la ardua búsqueda por rutas que agilicen y faciliten la importación de especias al occidente europeo. La India y otras regiones del Asía y norte africano eran las zonas que lo suministraban. De hecho, fue este uno de los principales motivos de nuevas expediciones en navíos y de ahí se desencadena esa historia que tanto escuchamos del hallazgo de estos navegantes en lo que hoy llamamos Continente Americano. Las especias, esos minúsculos objetos, pero tan costosamente procurados, fueron causa de grandes cambios en el Mundo que ha narrado la historia.

Las formas de mirar las prácticas ordinarias varían con el tiempo y se van revalorando cuestiones que antes se despreciaban o minusvaloraban, así como a la inversa… cuestiones antes se exaltaban ahora se les cuestiona su valor. Así como en aquellos tiempos, aquellos consumidores a los que he hecho referencia despreciaban a quienes consumían legumbres y demás alimentos que no fuesen carne, igualándole al hábito alimenticio su estatus clasista: pobre y mísero quien no consume carne y se sumerge en legumbres, tubérculos, semillas y otros alimentos. Qué cara pondrían si vieran cómo en nuestro tiempo existen tantos restaurantes y supermercados que ofertan el consumo de tantos productos no carnívoros e incluso son vistos sus consumidores como ejemplaridad y no necesariamente sujeto a un estatus económico.

La forma de entender las cosas del mundo y su manera de relacionarse con ellas, han sido factores de cambios profundos en la historia de la humanidad, provocando grandes hazañas, terribles calamidades, exuberantes transformaciones. Desde sacralizar o profanizar objetos o prácticas hasta los radicales cambios de valor agregado que se colocan sobre ciertos productos por su grande demanda o su peligro de escases. El latir consumista del ser humano se convierte en un motor de desarrollo, pero también en acelere de desigualdades y abuso por parte de algunos, para explotación de muchos otros.

La sociedad empuja con fuerza, muchas de las veces, la instalación de ciertos objetos como elementos de necesidad, aunque quizá sean más bien objetos de deseo, y despiertan en nosotros el anhelo por tener y poseer lo que antes nos resultaba tranquilamente irrelevante. Y cuando el ser humano se hace adicto por aquello y lo toma con tal fuerza de deseo, se inyecta de temeridad por alcanzarlo al coste que sea, despertando su creatividad que muchas veces construye e innova, pero tristemente otras muchas destroza y aniquila.



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