/ martes 27 de octubre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Mirando al COVID desde la periferia”

El COVID nos hizo mirar -una vez más- lo frágil e inconsistente del discurso dominante, a saber; aquel que reza que todos somos necesarios, que somos una comunidad global, que todos tenemos derechos comunes por ser todos parte de una humanidad en igualdad de dignidad. Ciertamente que todas estas sentencias son ciertas, convencionalmente aceptadas por la gran mayoría de la humanidad, pero ¿qué tan veraz es su ejecución?

¿Cómo pretenden, quienes ostentan el dominio de la palabra, que respondamos como sociedad de una manera dócil y eficaz a las recomendaciones de resguardarse, de no salir, de hacer todo desde casa, cuando ni por cerca estamos los diversos grupos humanos de tener equidad de servicios y alternativas de vida? Cuando existen grandes diferencias estructurales en una sociedad es muy difícil pedir la igualdad de respuestas ante situaciones que nos afectan a todos. Cuando existen circunstancias que sólo afectan a los que están en desventaja y en condición de marginación no se presenta la misma fuerza de exigencia de solidaridad y apoyo entre todos.

Quizá una de las mejores formas de buscar alcanzar la justicia es el empeño en la superación de la injusticia. No se trata pues de ofrecer definiciones sobre la naturaleza de la justicia perfecta sino más bien considerar las maneras de juzgar cómo se reduce la injusticia y así se avanza hacia la justicia social. Desde el inicio de la pandemia se pudo ver cómo los discursos que tienden a acentuar la naturaleza perfecta de los ideales y su claridad para exponerlos no ha sido realmente la mejor manera de atacar crisis humanitarias. Pues a fuerza de recitar discursos mucha parte de la humanidad se ha memorizado esa retórica narrativa, pero se disocia en el momento mismo de ponerla por práctica.

Muchas organizaciones de la sociedad civil, iglesias e instituciones han buscado mirar desde las bases y actuar desde ellas. No partiendo desde el discurso nítido sino desde las historias cotidianas de las vidas de aquellos cuya situación fue más drástica, cuya capacidad de opción estaba basada en sobrevivencia más que en reglas de buen civismo. Y crear a la vez el vínculo entre quienes podrían dar un apoyo del modo que fuese para aquellos que se encontraban en situación menos favorable. Una red de solidaridad en la que todos nos sintiésemos corresponsables, bajo el principio mismo de la doctrina social cristiana, en la que no se busca la mera acumulación o seguridad personal, aunque los demás estén viviendo al límite. No basta la propia seguridad… no. Lo importante es que todos tengamos lo suficiente. Sino todos tenemos lo mejor, al menos todos tenemos los mínimos. Son

prácticas sociales en las que, para que todos podamos triunfar, todos debemos ceder parte, no sólo algunos estar bien a costa de otros.

La pandemia del COVID nos sigue retando a toda la sociedad ha seguir buscando reducir las injusticias; reflejadas en la desigualdad de servicios, en las violencias estructurales normalizadas porque no afectan intereses de las clases dominantes, en el descarte de personas que no apreciamos como “productivos” ante un paradigma consumista. Estamos obligados a comprender que vamos hacia una nueva forma de vida social, ante la cual hemos de velar que se atienda prioritariamente las necesidades de aquellos que, por su condición, están en mayor situación de vulnerabilidad.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Mirando al COVID desde la periferia”

El COVID nos hizo mirar -una vez más- lo frágil e inconsistente del discurso dominante, a saber; aquel que reza que todos somos necesarios, que somos una comunidad global, que todos tenemos derechos comunes por ser todos parte de una humanidad en igualdad de dignidad. Ciertamente que todas estas sentencias son ciertas, convencionalmente aceptadas por la gran mayoría de la humanidad, pero ¿qué tan veraz es su ejecución?

¿Cómo pretenden, quienes ostentan el dominio de la palabra, que respondamos como sociedad de una manera dócil y eficaz a las recomendaciones de resguardarse, de no salir, de hacer todo desde casa, cuando ni por cerca estamos los diversos grupos humanos de tener equidad de servicios y alternativas de vida? Cuando existen grandes diferencias estructurales en una sociedad es muy difícil pedir la igualdad de respuestas ante situaciones que nos afectan a todos. Cuando existen circunstancias que sólo afectan a los que están en desventaja y en condición de marginación no se presenta la misma fuerza de exigencia de solidaridad y apoyo entre todos.

Quizá una de las mejores formas de buscar alcanzar la justicia es el empeño en la superación de la injusticia. No se trata pues de ofrecer definiciones sobre la naturaleza de la justicia perfecta sino más bien considerar las maneras de juzgar cómo se reduce la injusticia y así se avanza hacia la justicia social. Desde el inicio de la pandemia se pudo ver cómo los discursos que tienden a acentuar la naturaleza perfecta de los ideales y su claridad para exponerlos no ha sido realmente la mejor manera de atacar crisis humanitarias. Pues a fuerza de recitar discursos mucha parte de la humanidad se ha memorizado esa retórica narrativa, pero se disocia en el momento mismo de ponerla por práctica.

Muchas organizaciones de la sociedad civil, iglesias e instituciones han buscado mirar desde las bases y actuar desde ellas. No partiendo desde el discurso nítido sino desde las historias cotidianas de las vidas de aquellos cuya situación fue más drástica, cuya capacidad de opción estaba basada en sobrevivencia más que en reglas de buen civismo. Y crear a la vez el vínculo entre quienes podrían dar un apoyo del modo que fuese para aquellos que se encontraban en situación menos favorable. Una red de solidaridad en la que todos nos sintiésemos corresponsables, bajo el principio mismo de la doctrina social cristiana, en la que no se busca la mera acumulación o seguridad personal, aunque los demás estén viviendo al límite. No basta la propia seguridad… no. Lo importante es que todos tengamos lo suficiente. Sino todos tenemos lo mejor, al menos todos tenemos los mínimos. Son

prácticas sociales en las que, para que todos podamos triunfar, todos debemos ceder parte, no sólo algunos estar bien a costa de otros.

La pandemia del COVID nos sigue retando a toda la sociedad ha seguir buscando reducir las injusticias; reflejadas en la desigualdad de servicios, en las violencias estructurales normalizadas porque no afectan intereses de las clases dominantes, en el descarte de personas que no apreciamos como “productivos” ante un paradigma consumista. Estamos obligados a comprender que vamos hacia una nueva forma de vida social, ante la cual hemos de velar que se atienda prioritariamente las necesidades de aquellos que, por su condición, están en mayor situación de vulnerabilidad.