/ martes 17 de noviembre de 2020

"Biblioteca de la periferia"

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Lo homogéneo y periferia”

Soy un asiduo lector de Mircea Eliade, un especialista en las religiones y espiritualidades, que desde sus propias vivencias y estudios nos dejó un enorme legado de saberes e informaciones para comprender esta dimensión tan importante en la humanidad. Sé que algunos podrán sentirse menos interesados porque la religión la miran con sospecha o como fenómenos externos y meramente institucionales, las veces como entes controladores o dominantes, incluso como enajenantes. O bien las espiritualidades varias y diversas expresiones de prácticas las juzgan como arcaicas y retrógradas, impedimentos para un progreso (entendido desde el desarrollismo) y anclaje en superstición y anti-ciencia.

Lo cierto es que, independientemente de muchas valoraciones poco agraciadas, los temas abordados por Mircea Eliade son bastante pertinentes para entender a la propia humanidad, en sus condiciones mismas, profesen o no algún credo de fe, practiquen o no ciertos cultos vinculados a alguna espiritualidad o religión.

Traigo aquí a colación lo que en uno de sus libros más celebres; “Lo sagrado y lo profano”, expone. En este texto, hace ver de una manera tan interesante cómo todo ser humano puede -con cierto entrenamiento- mirar que la vida misma se fracciona en dos: en tiempos y espacios sagrados, y en tiempos y espacios profanos. Así de simple pero a la vez así de complejo. Y no sólo refiriéndose a los tiempos y espacios sagrados como aquellos lugares y momentos ajustados a un orden de lo trascendente entendido como una deidad, sino como un momento en el que se rompe lo ordinario, se parte lo homogéneo de un contexto.

No todo nos da igual… y esto va para creyentes y no creyentes. Cada ser humano puede en su misma vida distinguir tiempos y espacios sagrados y tiempos y espacios profanos… una sutil línea entre lo que es para mí homogéneo (es decir… igual, sin distinción) y lo que me resulta sagrado (especial, único, distinto… consagrado).

Veámoslo desde las cosas más simples. Una familia cualquiera tiene su casa y todos los miembros de ella por lo general se sienten iguales en condiciones como habitantes del mismo domicilio, entre la pareja que la fundó o bien alguno de ellos que es quien ahí habita y la sostiene, y los mismos hijos. Todos ellos se sienten en “su” casa, entendida como singular. Pero esta casa, si bien es una… cuenta con diversos espacios: comedor, sala, almacén, patio, habitaciones, baño sencillo y algunos baños completos en las mismas habitaciones, etc. Pues bien, aún dentro de las mismas familias se pueden “separar” o “reservar” para algunos el acceso a tal o cual lugar. Es como cuando uno de los hijos no quiere que entren a su cuarto, o al menos a su clóset, donde se encuentran “sus cosas”. Quizá en algunas familias exista algún despacho o área de estudio donde se excluye el ingreso de cualquiera menos del que suele ocupar dicho lugar (sea el papá o la mamá, por ejemplo). Terminan pues, estableciéndose “espacios sagrados” que rompen lo homogéneo de un mismo sitio.

Lo mismo podemos decir del tiempo… volvamos a la misma familia e imaginemos que es una familia muy bien acompañada y de buenas relaciones entre todos sus miembros, con excelente comunicación y procuración de espacios compartidos. Pero, aunque exista esa disposición casi incondicional, suelen reservarse ciertos “tiempos sagrados” en las que se pide no molestar… para algunos puede ser luego del almuerzo, cuando hace su siesta. Para alguien más “su tiempo” que pide no ser interrumpido sea ese horario en que suele ir al servicio sanitario.

Y no vayamos tan lejos, nuestro propio cuerpo es un mapa de la separación entre espacios sagrados y profanos. Si bien tengo un único cuerpo y son consciente de todo él, no me es indistinto el cómo sea tocado. No me da lo mismo que me toque otra persona el hombro a que me toque mi ingle. ¿Pero si es todo cuerpo? Sí, pero ciertas zonas del mismo cuerpo les damos una tonalidad de mayor reserva que otras. Ni las mismas bancas del parque -que son todas iguales- me dan para mí lo mismo; pues en una de ellas fue donde me revelaron un gran secreto y entonces para mí se convierte en mi “lugar sagrado”.

Ya es parte pues inherente del ser humano el vivir en un mundo que se fragmenta entre lo profano y lo sagrado. Si nuestra misma sociedad la quisiéramos banalmente señalar como homogénea, ya veremos atentamente y descubriremos que no es así. Y muchas de las veces otros factores; clasistas, racistas, y de tantas otras formas hacen que partamos y seccionemos, que reservemos y veamos los pocos “espacios públicos” que nos quedan.

Estudiar pues el fenómeno de lo sagrado y lo profano, como lo ilustra Eliade, puede dar unas bases para entender esta dicotomía -desde otra perspectiva, claro está- entre el centro y periferia, que tanto vemos en esta columna.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Lo homogéneo y periferia”

Soy un asiduo lector de Mircea Eliade, un especialista en las religiones y espiritualidades, que desde sus propias vivencias y estudios nos dejó un enorme legado de saberes e informaciones para comprender esta dimensión tan importante en la humanidad. Sé que algunos podrán sentirse menos interesados porque la religión la miran con sospecha o como fenómenos externos y meramente institucionales, las veces como entes controladores o dominantes, incluso como enajenantes. O bien las espiritualidades varias y diversas expresiones de prácticas las juzgan como arcaicas y retrógradas, impedimentos para un progreso (entendido desde el desarrollismo) y anclaje en superstición y anti-ciencia.

Lo cierto es que, independientemente de muchas valoraciones poco agraciadas, los temas abordados por Mircea Eliade son bastante pertinentes para entender a la propia humanidad, en sus condiciones mismas, profesen o no algún credo de fe, practiquen o no ciertos cultos vinculados a alguna espiritualidad o religión.

Traigo aquí a colación lo que en uno de sus libros más celebres; “Lo sagrado y lo profano”, expone. En este texto, hace ver de una manera tan interesante cómo todo ser humano puede -con cierto entrenamiento- mirar que la vida misma se fracciona en dos: en tiempos y espacios sagrados, y en tiempos y espacios profanos. Así de simple pero a la vez así de complejo. Y no sólo refiriéndose a los tiempos y espacios sagrados como aquellos lugares y momentos ajustados a un orden de lo trascendente entendido como una deidad, sino como un momento en el que se rompe lo ordinario, se parte lo homogéneo de un contexto.

No todo nos da igual… y esto va para creyentes y no creyentes. Cada ser humano puede en su misma vida distinguir tiempos y espacios sagrados y tiempos y espacios profanos… una sutil línea entre lo que es para mí homogéneo (es decir… igual, sin distinción) y lo que me resulta sagrado (especial, único, distinto… consagrado).

Veámoslo desde las cosas más simples. Una familia cualquiera tiene su casa y todos los miembros de ella por lo general se sienten iguales en condiciones como habitantes del mismo domicilio, entre la pareja que la fundó o bien alguno de ellos que es quien ahí habita y la sostiene, y los mismos hijos. Todos ellos se sienten en “su” casa, entendida como singular. Pero esta casa, si bien es una… cuenta con diversos espacios: comedor, sala, almacén, patio, habitaciones, baño sencillo y algunos baños completos en las mismas habitaciones, etc. Pues bien, aún dentro de las mismas familias se pueden “separar” o “reservar” para algunos el acceso a tal o cual lugar. Es como cuando uno de los hijos no quiere que entren a su cuarto, o al menos a su clóset, donde se encuentran “sus cosas”. Quizá en algunas familias exista algún despacho o área de estudio donde se excluye el ingreso de cualquiera menos del que suele ocupar dicho lugar (sea el papá o la mamá, por ejemplo). Terminan pues, estableciéndose “espacios sagrados” que rompen lo homogéneo de un mismo sitio.

Lo mismo podemos decir del tiempo… volvamos a la misma familia e imaginemos que es una familia muy bien acompañada y de buenas relaciones entre todos sus miembros, con excelente comunicación y procuración de espacios compartidos. Pero, aunque exista esa disposición casi incondicional, suelen reservarse ciertos “tiempos sagrados” en las que se pide no molestar… para algunos puede ser luego del almuerzo, cuando hace su siesta. Para alguien más “su tiempo” que pide no ser interrumpido sea ese horario en que suele ir al servicio sanitario.

Y no vayamos tan lejos, nuestro propio cuerpo es un mapa de la separación entre espacios sagrados y profanos. Si bien tengo un único cuerpo y son consciente de todo él, no me es indistinto el cómo sea tocado. No me da lo mismo que me toque otra persona el hombro a que me toque mi ingle. ¿Pero si es todo cuerpo? Sí, pero ciertas zonas del mismo cuerpo les damos una tonalidad de mayor reserva que otras. Ni las mismas bancas del parque -que son todas iguales- me dan para mí lo mismo; pues en una de ellas fue donde me revelaron un gran secreto y entonces para mí se convierte en mi “lugar sagrado”.

Ya es parte pues inherente del ser humano el vivir en un mundo que se fragmenta entre lo profano y lo sagrado. Si nuestra misma sociedad la quisiéramos banalmente señalar como homogénea, ya veremos atentamente y descubriremos que no es así. Y muchas de las veces otros factores; clasistas, racistas, y de tantas otras formas hacen que partamos y seccionemos, que reservemos y veamos los pocos “espacios públicos” que nos quedan.

Estudiar pues el fenómeno de lo sagrado y lo profano, como lo ilustra Eliade, puede dar unas bases para entender esta dicotomía -desde otra perspectiva, claro está- entre el centro y periferia, que tanto vemos en esta columna.