/ martes 24 de noviembre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

¿Y los afrodescendientes?”

No es tema nuevo, pero sí necesario volver a colocarlo sobre la mesa del diálogo y la reflexión lo que hoy se aborda en esta Biblioteca de la Periferia, a saber: la afrodescencia en nuestro México. Y es que así como se ha querido negar la vigencia fuerte de los pueblos originarios, esa presencia indígena en nuestro país, no sólo en los relatos del pasado y las memorias museográficas y los espacios arqueológicos, sino sobre todo en el día a día que es parte de nuestra mexicanidad aunque muchas veces menospreciada y rezagada. Así también -incluso más acentuadamente- se ha pretendido negar la presencia afrodescendiente en nuestros contextos, con diversas teorías de que acá no se importaron poblaciones enteras provenientes del África durante los períodos coloniales. Dos realidades negadas, explícita o sútilmente que nunca está demás volver a remarcar.

Uno de los primeros autores en abordar las costumbres y tradiciones que se mantenían y adaptaban al nuevo contexto de México por parte de afrodescendientes es Gonzalo Aguirre Beltrán, quien por los años cincuenta con obras como: “La población negra de México, 1519-1810” y el libro “Cuijla” que es un clásico sobre estos estudios en nuestro país.

Es triste notar que, en algunos, la presencia en nuestros rasgos físicos, las costumbres y tradiciones con descendencia indígena como pueblos originarios o de poblaciones afrodescendientes se consideren como menores, como causa de vergüenza o de sinónimo de ausencia de progreso. Por algo Guillermo Bonfil acusaba de la intención política de preponderar el “México imaginado” (exaltado) por encima del “México profundo” (negado).

La historía, con sus actores implicados, ha venido colocando en el lado periférico a grandes poblaciones que muestran una descendencia afroindígena, dejando tan sólo las características del folckor y los manojos de curiosidades y exotismos como elementos de admiración y comercialización.

Muchas cosas hay en el mundo que no podemos cambiar, una de ellas es la historia. Pero lo que sí podemos hacer es nuestra manera de leer y comprender la historia, de releer y principalmente de cómo aprendemos de ella y qué actitud tomamos en el presente por la realidad que nos ha tocado recibir. Es tarea nuestra desaprender muchas cosas que han estado mal y siguen reproduciendo estereotipos peyorativos para ciertos tipos de poblaciones, está en nuestras manos la manera de asumir a los otros como semejantes o la de querer relagarlos, así como lo mismo ocurre cuando nos sentimos menos frente a otros, porque pareciera que nos inyectaron desde pequeños una visión de que unos valen más que otros.

Seguiría siendo muy necio que quisiéramos seguir negando la presencia afrodescendiente en nuestro país, en nuestra cultura como algo que ha venido abonando por sus riquezas y tradiciones incorporadas por siglos, ya no sólo ubicado en algunas regiones del país -como sucedía en la costa Chica de Guerrero- sino que la misma expansión de horizontes y la dinámica de los años han testimoniado ese esparcimiento de diversidad en nuestro país.

Vivir en la diversidad es una gran riqueza, requiere entrenamiento… como todo en la vida, un arte de aprender a convivir entre diversas concepciones de vida, formas de ver y apreciar las cosas, modos varios de interactuar entre los miembros de poblaciones y con la misma tierra. Cuánta riqueza podemos dejar pasar si seguimos ubicando en la periferia a grupos y estereotipos de personas, y si algunos llegamos a sentinos centro absoluto por considerarnos de otra estirpe.

Y sí… en México se forjó una gran nación con la interacción (dicha simplisticamente) de las mezclas de afrodescendientes, indígenas y europeos. Hoy, ¿quién sería capaz de negar también la presencia de asiáticos por ejemplo? Ciertamente la diversidad se sigue incrementando día a día y nos hace una población -como en todo el mundo sucede- digna de llamarse inquilinos de una misma casa común.

¿Y los afrodescendientes?”

No es tema nuevo, pero sí necesario volver a colocarlo sobre la mesa del diálogo y la reflexión lo que hoy se aborda en esta Biblioteca de la Periferia, a saber: la afrodescencia en nuestro México. Y es que así como se ha querido negar la vigencia fuerte de los pueblos originarios, esa presencia indígena en nuestro país, no sólo en los relatos del pasado y las memorias museográficas y los espacios arqueológicos, sino sobre todo en el día a día que es parte de nuestra mexicanidad aunque muchas veces menospreciada y rezagada. Así también -incluso más acentuadamente- se ha pretendido negar la presencia afrodescendiente en nuestros contextos, con diversas teorías de que acá no se importaron poblaciones enteras provenientes del África durante los períodos coloniales. Dos realidades negadas, explícita o sútilmente que nunca está demás volver a remarcar.

Uno de los primeros autores en abordar las costumbres y tradiciones que se mantenían y adaptaban al nuevo contexto de México por parte de afrodescendientes es Gonzalo Aguirre Beltrán, quien por los años cincuenta con obras como: “La población negra de México, 1519-1810” y el libro “Cuijla” que es un clásico sobre estos estudios en nuestro país.

Es triste notar que, en algunos, la presencia en nuestros rasgos físicos, las costumbres y tradiciones con descendencia indígena como pueblos originarios o de poblaciones afrodescendientes se consideren como menores, como causa de vergüenza o de sinónimo de ausencia de progreso. Por algo Guillermo Bonfil acusaba de la intención política de preponderar el “México imaginado” (exaltado) por encima del “México profundo” (negado).

La historía, con sus actores implicados, ha venido colocando en el lado periférico a grandes poblaciones que muestran una descendencia afroindígena, dejando tan sólo las características del folckor y los manojos de curiosidades y exotismos como elementos de admiración y comercialización.

Muchas cosas hay en el mundo que no podemos cambiar, una de ellas es la historia. Pero lo que sí podemos hacer es nuestra manera de leer y comprender la historia, de releer y principalmente de cómo aprendemos de ella y qué actitud tomamos en el presente por la realidad que nos ha tocado recibir. Es tarea nuestra desaprender muchas cosas que han estado mal y siguen reproduciendo estereotipos peyorativos para ciertos tipos de poblaciones, está en nuestras manos la manera de asumir a los otros como semejantes o la de querer relagarlos, así como lo mismo ocurre cuando nos sentimos menos frente a otros, porque pareciera que nos inyectaron desde pequeños una visión de que unos valen más que otros.

Seguiría siendo muy necio que quisiéramos seguir negando la presencia afrodescendiente en nuestro país, en nuestra cultura como algo que ha venido abonando por sus riquezas y tradiciones incorporadas por siglos, ya no sólo ubicado en algunas regiones del país -como sucedía en la costa Chica de Guerrero- sino que la misma expansión de horizontes y la dinámica de los años han testimoniado ese esparcimiento de diversidad en nuestro país.

Vivir en la diversidad es una gran riqueza, requiere entrenamiento… como todo en la vida, un arte de aprender a convivir entre diversas concepciones de vida, formas de ver y apreciar las cosas, modos varios de interactuar entre los miembros de poblaciones y con la misma tierra. Cuánta riqueza podemos dejar pasar si seguimos ubicando en la periferia a grupos y estereotipos de personas, y si algunos llegamos a sentinos centro absoluto por considerarnos de otra estirpe.

Y sí… en México se forjó una gran nación con la interacción (dicha simplisticamente) de las mezclas de afrodescendientes, indígenas y europeos. Hoy, ¿quién sería capaz de negar también la presencia de asiáticos por ejemplo? Ciertamente la diversidad se sigue incrementando día a día y nos hace una población -como en todo el mundo sucede- digna de llamarse inquilinos de una misma casa común.