/ martes 22 de diciembre de 2020

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“El consumo y la periferia”

Ya en la columna de la semana pasada anunciaba lo que en esta ocasión se abordaría. Concluía en aquel lugar que el mundo nos viene invitando, con mucha sensualidad, a formarnos para el consumo exacerbado y sus “valores” haciendo que muchas otras cosas las dejemos de lado o los enviemos a la periferia.

Y es que las ideologías políticas y económicas que rigen actualmente las formas de vivir en sociedad nos han venido instalando en nuestras mentes, desde las mismas formas de educarnos, a instruirnos para el consumo, más que para un pensamiento crítico y el protagonismo social y político. Nos dejan en claro que la vida es esforzarse y prepararse para luego poder tener también el capital adquisitivo necesario para consumir lo que nos oferta el mundo.

Y la manera manifiesta en que pudiera verse materializado el poder de seducción del consumo se reduce a sus cuatro “propuestas” de falsos valores:

El primero de ellos… la belleza. Pero no la belleza que parte del estudio de la estética filosófica, sino la “belleza canonizada”, aquella que intenta encerrar y limitar lo bonito a ciertas formas estereotipadas dominantes que nos señalan quién es bello consensualmente y quién no lo es. Y de ahí que surgen aquellas formas de belleza que ya pregona en su música de “belleza plástica” el buen Rubén Blades.

El segundo baluarte que invita la formación al consumo: la riqueza, una riqueza que se da esa categoría en base a la acumulación de bienes, es la forma neoliberal de entender la economía, no como la capacidad de que tengan todos lo suficiente sino la competencia misma en ver quién acumula más.

El tercer falso valor es el del poder, una categoría que no es mala en sí misma, pues el poder puede igualmente utilizarse para servir. Aquí lo problemático es que se empata el poder con la dominación, como la capacidad misma de sentirse por encima de los otros y que aquellos están al servicio de uno. Se consume el poder porque se quiere estar en posición de no depender de nadie y dominar a los más posibles.

La cuarta y última es la fama, esa tendencia de querer reconocimiento, admiración, seguidores, ser incluso idolatrado, donde la experiencia de sentirse un “alguien” se basa en el número de reconocimientos y seguidores que se tenga. Es una acumulación de reconocimientos, de valoraciones de los otros. Ser porque los otros me hacen ser.

Es doloroso caer en cuenta que estos cuatro valores abanderados por la cultura del consumo; poder, riqueza, belleza y fama, son alcances que están muy distantes de la mayoría de las personas. Y nos educan para anhelar tener las cuatro. Pero se nos prepara muy poco o nulamente para aceptar el no tenerlas.

Así pues, la frustración, la angustia, la envidia y otras tantas emociones más emergen ante la imposibilidad de alcanzar esto que día a día se nos bombardea como aspiraciones. Y donde las estructuras sociales nos seducen para desearlas, pero no nos proporciona los medios propicios para poder alcanzarlas.

Y sí, una grande causa de las violencias actuales es precisamente esta educación al consumo. Más que la propia responsabilidad del sujeto que delinque está la cultura misma instalada y saturada de hacernos máquinas de consumo. Eso ocasiona más de una vez que muchos, ante la frustración por anhelar aquello, esos que se les instruyó para confundir entre necesidad y deseo, luego acaban haciendo acciones al margen de la ley para poder tener algo de fama, de poder, de riqueza, de belleza.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“El consumo y la periferia”

Ya en la columna de la semana pasada anunciaba lo que en esta ocasión se abordaría. Concluía en aquel lugar que el mundo nos viene invitando, con mucha sensualidad, a formarnos para el consumo exacerbado y sus “valores” haciendo que muchas otras cosas las dejemos de lado o los enviemos a la periferia.

Y es que las ideologías políticas y económicas que rigen actualmente las formas de vivir en sociedad nos han venido instalando en nuestras mentes, desde las mismas formas de educarnos, a instruirnos para el consumo, más que para un pensamiento crítico y el protagonismo social y político. Nos dejan en claro que la vida es esforzarse y prepararse para luego poder tener también el capital adquisitivo necesario para consumir lo que nos oferta el mundo.

Y la manera manifiesta en que pudiera verse materializado el poder de seducción del consumo se reduce a sus cuatro “propuestas” de falsos valores:

El primero de ellos… la belleza. Pero no la belleza que parte del estudio de la estética filosófica, sino la “belleza canonizada”, aquella que intenta encerrar y limitar lo bonito a ciertas formas estereotipadas dominantes que nos señalan quién es bello consensualmente y quién no lo es. Y de ahí que surgen aquellas formas de belleza que ya pregona en su música de “belleza plástica” el buen Rubén Blades.

El segundo baluarte que invita la formación al consumo: la riqueza, una riqueza que se da esa categoría en base a la acumulación de bienes, es la forma neoliberal de entender la economía, no como la capacidad de que tengan todos lo suficiente sino la competencia misma en ver quién acumula más.

El tercer falso valor es el del poder, una categoría que no es mala en sí misma, pues el poder puede igualmente utilizarse para servir. Aquí lo problemático es que se empata el poder con la dominación, como la capacidad misma de sentirse por encima de los otros y que aquellos están al servicio de uno. Se consume el poder porque se quiere estar en posición de no depender de nadie y dominar a los más posibles.

La cuarta y última es la fama, esa tendencia de querer reconocimiento, admiración, seguidores, ser incluso idolatrado, donde la experiencia de sentirse un “alguien” se basa en el número de reconocimientos y seguidores que se tenga. Es una acumulación de reconocimientos, de valoraciones de los otros. Ser porque los otros me hacen ser.

Es doloroso caer en cuenta que estos cuatro valores abanderados por la cultura del consumo; poder, riqueza, belleza y fama, son alcances que están muy distantes de la mayoría de las personas. Y nos educan para anhelar tener las cuatro. Pero se nos prepara muy poco o nulamente para aceptar el no tenerlas.

Así pues, la frustración, la angustia, la envidia y otras tantas emociones más emergen ante la imposibilidad de alcanzar esto que día a día se nos bombardea como aspiraciones. Y donde las estructuras sociales nos seducen para desearlas, pero no nos proporciona los medios propicios para poder alcanzarlas.

Y sí, una grande causa de las violencias actuales es precisamente esta educación al consumo. Más que la propia responsabilidad del sujeto que delinque está la cultura misma instalada y saturada de hacernos máquinas de consumo. Eso ocasiona más de una vez que muchos, ante la frustración por anhelar aquello, esos que se les instruyó para confundir entre necesidad y deseo, luego acaban haciendo acciones al margen de la ley para poder tener algo de fama, de poder, de riqueza, de belleza.