/ martes 2 de febrero de 2021

“Biblioteca de la periferia”

“Muertes de periferia”

Existen expresiones bastante crueles en nuestro ritmo cotidiano que, a pesar de que las usemos en tonos de broma, ilustran realidades crudas de las que a veces -tristemente- pareciera que normalizamos o nos acostumbramos. Tal es el caso de la frase: “hasta la basura se separa” para dar a entender que no vivimos en una sociedad igualitaria ni medimos de la misma forma para todos. Hoy pudiéramos hacer la reflexión que aquello que a todos nos une ineludiblemente (la muerte) de cualquier forma solemos hacer distinciones entre los seres humanos tras el morir.

Hay muchas muertes que no se narran, sólo se enumeran… muertes que no se lloran, sólo se cifran… muertes que no entristecen, sino que hasta se celebran por muchos… muertes que provocan duelo y otras que son sólo de pasar página… muertes que asombran y otras que ya nos acostumbramos.

Y no sólo es por cuestión de distinción entre personas famosas y las anónimas, sino también por las tendencias del momento. En nuestro país se ha venido siguiendo con preocupación el conteo de las muertes provocadas por violencia, lo cual propició una atención continua por el número de defunciones basados en los promedios por cada cien mil habitantes. Esto, si bien tiene la buena intención de buscar estrategias para mitigar las violencias que desencadenan en decesos, también llega a disminuir la atención a otras causas que también han provocado muertes (hambrunas, salud y bienestar, accidentes y cuestiones estructurales, entre otros).

Ahora, durante el tiempo de pandemia, la atención se volcó precisamente sobre las defunciones a causa de los contagios del virus. Y comenzamos a escuchar las cifras en incremento y acumulación como antes lo veníamos escuchando respecto de las muertes por causa de violencia y grupos armados.

Un peligro es que ahora el protagonismo (numérico al menos) sea en relación a estas condiciones de salud y se margina la atención sobre la violencia… y tanto en una como en otra comenzamos a relegar a la periferia las muertes, viéndolas como cifras más que el cese de una historia única, irrepetible y de impacto en muchos otros -empezando por sus seres queridos- como algo que no pasa al día siguiente para esperar otros resultados numéricos, sino que es un episodio singular y profundo en la vida de los afectados.

No deberíamos de tener distinciones entre “muertes relevantes” y “muertes irrelevantes”. Del morir todos tenemos experiencia, pues es una realidad cotidiana que pasa en nuestra propia vida… células mueren, nuestra piel muda, vamos muriendo a muchas cosas en cada momento. Pero la muerte, como evento, es única, irrepetible, exclusiva de quien la padece y, por lo tanto, nadie vivo la ha experimentado. “Nada humano me es indiferente” dijo Pablo de Tarso hace dos milenios, y quizá nos haría mucho bien tener presente que la muerte es parte constitutiva del ser humano y cuyo evento tampoco tendría que sernos indiferente, sea la causa por la que haya sido.

“Muertes de periferia”

Existen expresiones bastante crueles en nuestro ritmo cotidiano que, a pesar de que las usemos en tonos de broma, ilustran realidades crudas de las que a veces -tristemente- pareciera que normalizamos o nos acostumbramos. Tal es el caso de la frase: “hasta la basura se separa” para dar a entender que no vivimos en una sociedad igualitaria ni medimos de la misma forma para todos. Hoy pudiéramos hacer la reflexión que aquello que a todos nos une ineludiblemente (la muerte) de cualquier forma solemos hacer distinciones entre los seres humanos tras el morir.

Hay muchas muertes que no se narran, sólo se enumeran… muertes que no se lloran, sólo se cifran… muertes que no entristecen, sino que hasta se celebran por muchos… muertes que provocan duelo y otras que son sólo de pasar página… muertes que asombran y otras que ya nos acostumbramos.

Y no sólo es por cuestión de distinción entre personas famosas y las anónimas, sino también por las tendencias del momento. En nuestro país se ha venido siguiendo con preocupación el conteo de las muertes provocadas por violencia, lo cual propició una atención continua por el número de defunciones basados en los promedios por cada cien mil habitantes. Esto, si bien tiene la buena intención de buscar estrategias para mitigar las violencias que desencadenan en decesos, también llega a disminuir la atención a otras causas que también han provocado muertes (hambrunas, salud y bienestar, accidentes y cuestiones estructurales, entre otros).

Ahora, durante el tiempo de pandemia, la atención se volcó precisamente sobre las defunciones a causa de los contagios del virus. Y comenzamos a escuchar las cifras en incremento y acumulación como antes lo veníamos escuchando respecto de las muertes por causa de violencia y grupos armados.

Un peligro es que ahora el protagonismo (numérico al menos) sea en relación a estas condiciones de salud y se margina la atención sobre la violencia… y tanto en una como en otra comenzamos a relegar a la periferia las muertes, viéndolas como cifras más que el cese de una historia única, irrepetible y de impacto en muchos otros -empezando por sus seres queridos- como algo que no pasa al día siguiente para esperar otros resultados numéricos, sino que es un episodio singular y profundo en la vida de los afectados.

No deberíamos de tener distinciones entre “muertes relevantes” y “muertes irrelevantes”. Del morir todos tenemos experiencia, pues es una realidad cotidiana que pasa en nuestra propia vida… células mueren, nuestra piel muda, vamos muriendo a muchas cosas en cada momento. Pero la muerte, como evento, es única, irrepetible, exclusiva de quien la padece y, por lo tanto, nadie vivo la ha experimentado. “Nada humano me es indiferente” dijo Pablo de Tarso hace dos milenios, y quizá nos haría mucho bien tener presente que la muerte es parte constitutiva del ser humano y cuyo evento tampoco tendría que sernos indiferente, sea la causa por la que haya sido.