/ martes 9 de febrero de 2021

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Cuando la religión hace periférica la fe”

Sería muy atrevido decir que tal o cuál religión es totalmente pura, neutra e inalterable en el tiempo y lugar, y en el caso del cristianismo tampoco podríamos decir que sea la excepción. En todas ellas, por el hecho de estar situadas en un contexto y en una historia son ya en sí mismas influenciadas por su entorno y, forjadas, con cierto grado de sincretismo, es decir: de otros elementos culturales propios de dicho lugar que han propiciado ciertos ajustes, formas de expresión y manifestación de la fe. Pues la fe se expresa siempre a través de su instancia social y cultural.

¿Pero qué es lo que pasa cuando se dan dos “desviaciones”? Aquí nos referimos a esas dos intenciones de marginar la religión de la fe, o cuando se relega la fe de la religión.

Antes de comentar estas desviaciones, es importante precisar desde ahora la supremacía de la fe sobre la religión. Este criterio fundamental y universal nos advierte de posibles y reales desviaciones.

La primera patología (así lo menciona Leonardo Boff) es la de la de la religión sin fe. Es la religión que se cierra sobre sí misma, donde se da la creencia en la salvación automática mediante la mera observancia de ritos y normas como elementos de magia. Ahí la religión es instrumentalizada para compensar frustraciones humanas y para engendrar un falso sentimiento de seguridad. Va más por la línea del esfuerzo intelectual que pretende encuadrar el Misterio en fórmulas y dogmas y donde el legalismo es el imperativo para la actuación del día a día. Con todo esto, la religión deja de ser mediación para la fe, y se presenta en cambio como la estructura última y definitiva del hombre religioso, dejando a la fe relegada.

En el sentido opuesto, esta la patología de la fe en la que llega a pretender conservarse en un purismo que ya no ve que la religión pueda tener función alguna. Incluso considerando a la religión como factor destructor del Misterio. Aquí se pretende una negación de la dimensión sociológica de la religión, haciendo reducir la fe a un individualismo inoperante y una privatización intimista. Cuando se destruyen las manifestaciones materiales (ritos y símbolos) conduce a un agnosticismo. El rechazo de la dimensión sentimental que está presente en la religión, la lleva a un nivel de abstracción que deshumaniza al fiel. Pero también deja al fiel oscilante, un gusto cambiante del individuo, sin compromiso con la comunidad y la sociedad.

El equilibrio se encuentra cuando la fe alimenta a la religión y la religión expresa, concreta y configura la densidad histórica de la fe. Y es que, si bien de pronto una quiere marginar y enviar a la periferia a la otra, estas realidades en sí no son absolutas. Quien vive y da soporte a su fe desde una religión, debería recurrentemente tener esto presente.

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“Cuando la religión hace periférica la fe”

Sería muy atrevido decir que tal o cuál religión es totalmente pura, neutra e inalterable en el tiempo y lugar, y en el caso del cristianismo tampoco podríamos decir que sea la excepción. En todas ellas, por el hecho de estar situadas en un contexto y en una historia son ya en sí mismas influenciadas por su entorno y, forjadas, con cierto grado de sincretismo, es decir: de otros elementos culturales propios de dicho lugar que han propiciado ciertos ajustes, formas de expresión y manifestación de la fe. Pues la fe se expresa siempre a través de su instancia social y cultural.

¿Pero qué es lo que pasa cuando se dan dos “desviaciones”? Aquí nos referimos a esas dos intenciones de marginar la religión de la fe, o cuando se relega la fe de la religión.

Antes de comentar estas desviaciones, es importante precisar desde ahora la supremacía de la fe sobre la religión. Este criterio fundamental y universal nos advierte de posibles y reales desviaciones.

La primera patología (así lo menciona Leonardo Boff) es la de la de la religión sin fe. Es la religión que se cierra sobre sí misma, donde se da la creencia en la salvación automática mediante la mera observancia de ritos y normas como elementos de magia. Ahí la religión es instrumentalizada para compensar frustraciones humanas y para engendrar un falso sentimiento de seguridad. Va más por la línea del esfuerzo intelectual que pretende encuadrar el Misterio en fórmulas y dogmas y donde el legalismo es el imperativo para la actuación del día a día. Con todo esto, la religión deja de ser mediación para la fe, y se presenta en cambio como la estructura última y definitiva del hombre religioso, dejando a la fe relegada.

En el sentido opuesto, esta la patología de la fe en la que llega a pretender conservarse en un purismo que ya no ve que la religión pueda tener función alguna. Incluso considerando a la religión como factor destructor del Misterio. Aquí se pretende una negación de la dimensión sociológica de la religión, haciendo reducir la fe a un individualismo inoperante y una privatización intimista. Cuando se destruyen las manifestaciones materiales (ritos y símbolos) conduce a un agnosticismo. El rechazo de la dimensión sentimental que está presente en la religión, la lleva a un nivel de abstracción que deshumaniza al fiel. Pero también deja al fiel oscilante, un gusto cambiante del individuo, sin compromiso con la comunidad y la sociedad.

El equilibrio se encuentra cuando la fe alimenta a la religión y la religión expresa, concreta y configura la densidad histórica de la fe. Y es que, si bien de pronto una quiere marginar y enviar a la periferia a la otra, estas realidades en sí no son absolutas. Quien vive y da soporte a su fe desde una religión, debería recurrentemente tener esto presente.