/ lunes 1 de marzo de 2021

“Biblioteca de la periferia”

“La Brigada de la Alegría en la periferia”

He tenido la oportunidad, recientemente, de volver a acompañar a un equipo de jóvenes que realiza su acción voluntaria a través del proyecto “Brigada de la Alegría”, invirtiendo poco más de dos horas de implementación de la intervención los viernes por la tarde. Este proyecto, si bien nació como tal en Ciudad Juárez en el 2013, se ha venido expandiendo bajo esta modalidad específica en varias ciudades del país y, en mi caso, me ha tocado ahora acompañarlo en mi lugar de origen, en Tlaquepaque y en Guadalajara respectivamente.

La acción pudiera parecer muy sencilla: ir en equipo a un barrio popular, convocar a los niños pasando por las diversas calles, llamándoles a gritos y con diversos instrumentos que produzcan algarabía. Luego de recorrer algunas calles se concentran todos en algún espacio de su mismo barrio (se llegan a juntar cerca de 40 niñas y niños) y comienzan los juegos. Actividades colaborativas más que competitivas, participación amigable y de sana interacción entre los diversos géneros y edades. Se subdividen los grupos y se buscan formas de interactuar -ahora más específicamente en tiempos de pandemia- y mientras los pequeños se gozan entre risas y juegos, muchos adultos, en especial señoras, se acercan curiosas y son testigos sonrientes de la escena relajante de niñas y niños del barrio jugando colectivamente.

Una descripción como tal puede parecer bastante ordinaria para unos y poco extraordinaria para otros, pero para otros muchos que pueden mirar y admirar quizá sientan -como yo- que para esas pequeñas y pequeños ese momento es un paraíso. Pues ya no es una “cosa común” ver jugar a jóvenes con niños en las calles de manera colectiva; ya no es “ordinario” si quiera que veamos jugar a los niños con cantos y manualidades en los que todos busquen crear y alcanzar el objetivo más que querer siempre ser el que gane y venza a sus “oponentes”.

Es menos común ver que al final de las dos horas de juegos y manualidades se tenga un buen pensamiento de buenas tardes, con una invitación a reconocerse y respetarse en la diversidad, o de lo grande de los pequeños hábitos, y cerrar con una pequeña pero significativa merienda, utilizando recipientes que han de ser vueltos a usar tras lavarse y tratar de dejar el espacio público o la misma calle que se utilizó de una manera limpia.

Es lindo ver igualmente a los adultos que pasan para llegar o salir de sus casas y son sumamente cuidadosos al conducir el auto para esperar que los niños se hagan a las orillas y suban a la banqueta, saludando con una amplia sonrisa a los jóvenes voluntarios. Mucho más asombroso cuando algún adulto acaba igualmente participando de las actividades por el mero placer de quererse sumar.

Este, que parecería la descripción de una población marginada y desfavorecida tiene en esos momentos unos estándares de calidad de vida que difícilmente pueden verse en otras zonas de la ciudad que convencionalmente podríamos llamar “privilegiadas” o más favorecidas. Pues en aquellas se suele más bien mantener en la propia casa, aislarse de los vecinos o convivir con muy pocos y tener poca interacción con otros modelos juveniles a su alcance.

Si alguna vez vas por un barrio popular, entre calles polvosas y músicas estruendosas provenientes de diversas casas muy juntas -incluyendo las propias vecindades- y que el principal paisaje sean niñas y niñas corriendo y gritando felices, a la par de jóvenes que gozosamente se divierten con ellos..., presta atención, pues quizá estás pasando por un campo de Brigada. Con la “Brigada de la Alegría” aquella intervención que parecería que es de periferia, ¡en realidad es de primer mundo!

“La Brigada de la Alegría en la periferia”

He tenido la oportunidad, recientemente, de volver a acompañar a un equipo de jóvenes que realiza su acción voluntaria a través del proyecto “Brigada de la Alegría”, invirtiendo poco más de dos horas de implementación de la intervención los viernes por la tarde. Este proyecto, si bien nació como tal en Ciudad Juárez en el 2013, se ha venido expandiendo bajo esta modalidad específica en varias ciudades del país y, en mi caso, me ha tocado ahora acompañarlo en mi lugar de origen, en Tlaquepaque y en Guadalajara respectivamente.

La acción pudiera parecer muy sencilla: ir en equipo a un barrio popular, convocar a los niños pasando por las diversas calles, llamándoles a gritos y con diversos instrumentos que produzcan algarabía. Luego de recorrer algunas calles se concentran todos en algún espacio de su mismo barrio (se llegan a juntar cerca de 40 niñas y niños) y comienzan los juegos. Actividades colaborativas más que competitivas, participación amigable y de sana interacción entre los diversos géneros y edades. Se subdividen los grupos y se buscan formas de interactuar -ahora más específicamente en tiempos de pandemia- y mientras los pequeños se gozan entre risas y juegos, muchos adultos, en especial señoras, se acercan curiosas y son testigos sonrientes de la escena relajante de niñas y niños del barrio jugando colectivamente.

Una descripción como tal puede parecer bastante ordinaria para unos y poco extraordinaria para otros, pero para otros muchos que pueden mirar y admirar quizá sientan -como yo- que para esas pequeñas y pequeños ese momento es un paraíso. Pues ya no es una “cosa común” ver jugar a jóvenes con niños en las calles de manera colectiva; ya no es “ordinario” si quiera que veamos jugar a los niños con cantos y manualidades en los que todos busquen crear y alcanzar el objetivo más que querer siempre ser el que gane y venza a sus “oponentes”.

Es menos común ver que al final de las dos horas de juegos y manualidades se tenga un buen pensamiento de buenas tardes, con una invitación a reconocerse y respetarse en la diversidad, o de lo grande de los pequeños hábitos, y cerrar con una pequeña pero significativa merienda, utilizando recipientes que han de ser vueltos a usar tras lavarse y tratar de dejar el espacio público o la misma calle que se utilizó de una manera limpia.

Es lindo ver igualmente a los adultos que pasan para llegar o salir de sus casas y son sumamente cuidadosos al conducir el auto para esperar que los niños se hagan a las orillas y suban a la banqueta, saludando con una amplia sonrisa a los jóvenes voluntarios. Mucho más asombroso cuando algún adulto acaba igualmente participando de las actividades por el mero placer de quererse sumar.

Este, que parecería la descripción de una población marginada y desfavorecida tiene en esos momentos unos estándares de calidad de vida que difícilmente pueden verse en otras zonas de la ciudad que convencionalmente podríamos llamar “privilegiadas” o más favorecidas. Pues en aquellas se suele más bien mantener en la propia casa, aislarse de los vecinos o convivir con muy pocos y tener poca interacción con otros modelos juveniles a su alcance.

Si alguna vez vas por un barrio popular, entre calles polvosas y músicas estruendosas provenientes de diversas casas muy juntas -incluyendo las propias vecindades- y que el principal paisaje sean niñas y niñas corriendo y gritando felices, a la par de jóvenes que gozosamente se divierten con ellos..., presta atención, pues quizá estás pasando por un campo de Brigada. Con la “Brigada de la Alegría” aquella intervención que parecería que es de periferia, ¡en realidad es de primer mundo!