/ martes 16 de marzo de 2021

“Biblioteca de la periferia”

“La formación de periferia”

Continuamente tengo ocasión de señalar que una pedagogía necesaria a través de cualquier estrategia debería de llevar dos componentes esenciales: educar para formar un pensamiento crítico y educar para tener un protagonismo social (compromiso).

Estas dos encomiendas no son exclusivas de altos y muy elaborados sistemas educativos, ni tampoco se da sólo en ámbitos escolarizados, ni necesariamente deben de ser de alto costo económico. Por el contrario, es una pedagogía que encaja muy bien en cualquier contexto, en cualquier circunstancia y si, también en la periferia.

Y es que el contribuir para formar un pensamiento crítico se da desde los escenarios más simples y humildes. Es una cuestión esencial del ser humano, el tener la capacidad de asombrarse, de cuestionarse, de no dar por supuesto las cosas que están alrededor.

Pensamiento crítico es esa capacidad de cuestionar, no sólo de absorber saberes y aprender fórmulas, sino las de buscar el sentido mismo de las cosas, de saberse en un mundo, como parte de él y como alguien que le cuestiona y cuestiona la forma de estar en él.

Formar para un protagonismo social no se refiere aquí a la condición del éxito y la fama, sino más bien a la sabia lectura de vida de que vivir es comprometerse con ese mundo donde se vive.

Ser protagonista social significa ser sujeto activo en el mundo, no un ente pasivo social que se deja llevar por la inercia de la vida y las tendencias del momento. Es la capacidad de sentirse implicado y comprometido para hacer de este mundo un buen hogar, un espacio vital en el que quepan muchos mundos, donde la reciprocidad es prácticamente un deber porque los dones suscitan otros dones. Es saber hacer las cosas por gratuidad, no esperar siempre esa compensación inmediata que hace que toda vida entre en fase de mercado.

La adecuada y balanceada mezcla de ambos: pensar críticamente y actuar corresponsablemente en este mundo heredado, hace tener un éxito pedagógico, indistintamente de donde haya sido formado, sí en grandes universidades o en la sabiduría de los abuelos en casa, si a través de grandes obras literarias o el ejemplo loable de un

vecino que día a día nos deja mucho que aprender. Ambas formaciones requieren apoyos externos, pero sobre todo convicciones propias y el coraje de emprenderlas.

“La formación de periferia”

Continuamente tengo ocasión de señalar que una pedagogía necesaria a través de cualquier estrategia debería de llevar dos componentes esenciales: educar para formar un pensamiento crítico y educar para tener un protagonismo social (compromiso).

Estas dos encomiendas no son exclusivas de altos y muy elaborados sistemas educativos, ni tampoco se da sólo en ámbitos escolarizados, ni necesariamente deben de ser de alto costo económico. Por el contrario, es una pedagogía que encaja muy bien en cualquier contexto, en cualquier circunstancia y si, también en la periferia.

Y es que el contribuir para formar un pensamiento crítico se da desde los escenarios más simples y humildes. Es una cuestión esencial del ser humano, el tener la capacidad de asombrarse, de cuestionarse, de no dar por supuesto las cosas que están alrededor.

Pensamiento crítico es esa capacidad de cuestionar, no sólo de absorber saberes y aprender fórmulas, sino las de buscar el sentido mismo de las cosas, de saberse en un mundo, como parte de él y como alguien que le cuestiona y cuestiona la forma de estar en él.

Formar para un protagonismo social no se refiere aquí a la condición del éxito y la fama, sino más bien a la sabia lectura de vida de que vivir es comprometerse con ese mundo donde se vive.

Ser protagonista social significa ser sujeto activo en el mundo, no un ente pasivo social que se deja llevar por la inercia de la vida y las tendencias del momento. Es la capacidad de sentirse implicado y comprometido para hacer de este mundo un buen hogar, un espacio vital en el que quepan muchos mundos, donde la reciprocidad es prácticamente un deber porque los dones suscitan otros dones. Es saber hacer las cosas por gratuidad, no esperar siempre esa compensación inmediata que hace que toda vida entre en fase de mercado.

La adecuada y balanceada mezcla de ambos: pensar críticamente y actuar corresponsablemente en este mundo heredado, hace tener un éxito pedagógico, indistintamente de donde haya sido formado, sí en grandes universidades o en la sabiduría de los abuelos en casa, si a través de grandes obras literarias o el ejemplo loable de un

vecino que día a día nos deja mucho que aprender. Ambas formaciones requieren apoyos externos, pero sobre todo convicciones propias y el coraje de emprenderlas.