/ martes 20 de abril de 2021

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“El aeropuerto y la periferia”

Retomando algunas prácticas pre-COVID como lo es el volar, me he entretenido mirando ociosamente los movimientos del aeropuerto. Recientemente lo he palpado en la ciudad de México, en Monterrey, Tijuana y mi natal Guadalajara. Y mientras se vive, padece, disfruta y tantas cosas pasa en breves momentos de tiempo, me fue surgiendo una manera de ver lo que ahí sucede mientras me toca abordar y que quizá pueda reflejar algo de lo que sucede en nuestra sociedad contemporánea.

Si quisiéramos ver al aeropuerto como un “ecosistema”, como un muestreo de una sociedad en un pequeño espacio de tiempo, se pueden ver bastantes cosas que nos hacen entender lo que se desarrolla en diversas ciudades del mundo. Hago mención de algunas cosas que pudieran ilustrar eso que rondaba por mi cabeza:

Lo primero que puede percibirse es la manera habitual en que estamos acostumbrados para orientarnos, la simbología del aeropuerto que nos proporciona un “lenguaje global” para que en cualquiera de los aeropuertos en que nos encontremos podamos ubicarnos y saber hacia donde movernos y para qué. Nos hace recordar que debemos encontrar un código lo más “universal posible” para que en la diversidad de lenguajes podamos tener los mínimos para una armonía.

El aeropuerto nos hace reconocer que una de las prioridades es la seguridad. Que mucho del personal, de los instrumentos y la logística están invertidas para temas de seguridad. Y por seguridad no entendemos sólo el mantenernos salvos con la prevención de que los vuelos sean seguros, sino que se refiere a una seguridad apoyada mucho en un sentimiento de amenaza continua donde cualquiera de los usuarios puede ser sospechoso de algo y, por ende, hemos de demostrar que no lo somos. El presupuesto del aeropuerto, como pasa en las sociedades contemporáneas, tienen un alto costo en los temas de seguridad, lo cual merma en otros servicios que pudiesen ayudar mucho para quienes ahí habitan o transitan.

El aeropuerto nos recuerda también que las agrupaciones no precisamente suponen la convivencia. En los aeropuertos circulan millares a diario, y sin embargo nos hace sujetos anónimos. No suele existir la interacción sino para lo mínimo, sobre todo cuando requiero ser atendido por algún servicio. Estas situaciones han llevado que muchos de los que ahí transitan requieran al uso de dispositivos personales para aislarse en su propio universo musical, en sumergirse en algún video juego o serie en alguna plataforma digital, otros cuantos prolongan su oficina móvil y continuan sus compromisos en lugares donde puedan concentrarse. Pero eso sí, también algunos van acompañados y se puede mirar sus camaraderías o tiempos de charla.

El aeropuerto nos dispone a un frenesí que roza la ansiedad en muchos, se nota la correría de un lado a otro, buscando avanzar rápido. El personal que labora trata de “facilitar” los procesos que se requieren hasta que el vuelo salga, dando indicaciones continuas y, sobretodo, que propicien la agilidad de los movimientos. Suele ser que en estos momentos, las personas de mayor edad, o algunos que están poco habituados a estos servicios, se sientan más nerviosos y desorientados por la presión que se les ejerce en su entorno.

El aeropuerto nos ayuda a recordar la globalización, son casi siempre las mismas tiendas de negocio, los mismos productos y restaurantes los que están colocados ahí dentro. El consumo nos es aproximado y, como en muchos lados, no nos deja más opciones que las que están ahí y al costo que está ahí. La única opción alternativa es no consumirlo.

En el aeropuerto se mira también las distinciones, si bien muchos abordarán el mismo avión, su espera en las salas no es igual, hay quienes pueden acceder a otros lugares -más exclusivos- para que estén apartados del resto y con atenciones más personalizadas. Se requiere membresía y para tener ésta y para ello la diferencia esencial es la economía. Así como hay quienes comparten la misma ciudad pero viven en fraccionamientos separados y con acceso restringido, igual en los cortos períodos de tiempo de espera en aeropuerto se miran esas realidades sociales.

La economía es la que permite quien puede ingresar al avión por una fila menos larga, con preferencia de acceso, de asiento, de equipaje. Los impuestos y uso de estas áreas es mucho más alto que otras instancias de la ciudad. En el aeropuerto, como en la ciudad, se distinguen personalidades que son valoradas como imprescindibles y, por ende, preferenciales. El personal que conforma la tripulación y estará al frente de la responsabilidad del vuelo, son fácilmente reconocible por su atuendo (uniforme) y se les suele mirar que interactúan sólo entre ellos y con el porte y seguridad de quien se sabe en su área que domina. Los diversos pasajeros que se cruzan por su camino les miran con respeto y algunos hasta admiración. Es comprensible, ¡tienen una responsabilidad muy alta en este asunto de los vuelos!

En fin, un tiempo de espera para abordaje de avión hace repasar a la sociedad como una fotografía que, a modo de muestreo, deja pensando las formas de vivir en que la sociedad nos ha forjado, cosas muy buenas y otras que pudiéramos seguir buscando mejorar.


Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“El aeropuerto y la periferia”

Retomando algunas prácticas pre-COVID como lo es el volar, me he entretenido mirando ociosamente los movimientos del aeropuerto. Recientemente lo he palpado en la ciudad de México, en Monterrey, Tijuana y mi natal Guadalajara. Y mientras se vive, padece, disfruta y tantas cosas pasa en breves momentos de tiempo, me fue surgiendo una manera de ver lo que ahí sucede mientras me toca abordar y que quizá pueda reflejar algo de lo que sucede en nuestra sociedad contemporánea.

Si quisiéramos ver al aeropuerto como un “ecosistema”, como un muestreo de una sociedad en un pequeño espacio de tiempo, se pueden ver bastantes cosas que nos hacen entender lo que se desarrolla en diversas ciudades del mundo. Hago mención de algunas cosas que pudieran ilustrar eso que rondaba por mi cabeza:

Lo primero que puede percibirse es la manera habitual en que estamos acostumbrados para orientarnos, la simbología del aeropuerto que nos proporciona un “lenguaje global” para que en cualquiera de los aeropuertos en que nos encontremos podamos ubicarnos y saber hacia donde movernos y para qué. Nos hace recordar que debemos encontrar un código lo más “universal posible” para que en la diversidad de lenguajes podamos tener los mínimos para una armonía.

El aeropuerto nos hace reconocer que una de las prioridades es la seguridad. Que mucho del personal, de los instrumentos y la logística están invertidas para temas de seguridad. Y por seguridad no entendemos sólo el mantenernos salvos con la prevención de que los vuelos sean seguros, sino que se refiere a una seguridad apoyada mucho en un sentimiento de amenaza continua donde cualquiera de los usuarios puede ser sospechoso de algo y, por ende, hemos de demostrar que no lo somos. El presupuesto del aeropuerto, como pasa en las sociedades contemporáneas, tienen un alto costo en los temas de seguridad, lo cual merma en otros servicios que pudiesen ayudar mucho para quienes ahí habitan o transitan.

El aeropuerto nos recuerda también que las agrupaciones no precisamente suponen la convivencia. En los aeropuertos circulan millares a diario, y sin embargo nos hace sujetos anónimos. No suele existir la interacción sino para lo mínimo, sobre todo cuando requiero ser atendido por algún servicio. Estas situaciones han llevado que muchos de los que ahí transitan requieran al uso de dispositivos personales para aislarse en su propio universo musical, en sumergirse en algún video juego o serie en alguna plataforma digital, otros cuantos prolongan su oficina móvil y continuan sus compromisos en lugares donde puedan concentrarse. Pero eso sí, también algunos van acompañados y se puede mirar sus camaraderías o tiempos de charla.

El aeropuerto nos dispone a un frenesí que roza la ansiedad en muchos, se nota la correría de un lado a otro, buscando avanzar rápido. El personal que labora trata de “facilitar” los procesos que se requieren hasta que el vuelo salga, dando indicaciones continuas y, sobretodo, que propicien la agilidad de los movimientos. Suele ser que en estos momentos, las personas de mayor edad, o algunos que están poco habituados a estos servicios, se sientan más nerviosos y desorientados por la presión que se les ejerce en su entorno.

El aeropuerto nos ayuda a recordar la globalización, son casi siempre las mismas tiendas de negocio, los mismos productos y restaurantes los que están colocados ahí dentro. El consumo nos es aproximado y, como en muchos lados, no nos deja más opciones que las que están ahí y al costo que está ahí. La única opción alternativa es no consumirlo.

En el aeropuerto se mira también las distinciones, si bien muchos abordarán el mismo avión, su espera en las salas no es igual, hay quienes pueden acceder a otros lugares -más exclusivos- para que estén apartados del resto y con atenciones más personalizadas. Se requiere membresía y para tener ésta y para ello la diferencia esencial es la economía. Así como hay quienes comparten la misma ciudad pero viven en fraccionamientos separados y con acceso restringido, igual en los cortos períodos de tiempo de espera en aeropuerto se miran esas realidades sociales.

La economía es la que permite quien puede ingresar al avión por una fila menos larga, con preferencia de acceso, de asiento, de equipaje. Los impuestos y uso de estas áreas es mucho más alto que otras instancias de la ciudad. En el aeropuerto, como en la ciudad, se distinguen personalidades que son valoradas como imprescindibles y, por ende, preferenciales. El personal que conforma la tripulación y estará al frente de la responsabilidad del vuelo, son fácilmente reconocible por su atuendo (uniforme) y se les suele mirar que interactúan sólo entre ellos y con el porte y seguridad de quien se sabe en su área que domina. Los diversos pasajeros que se cruzan por su camino les miran con respeto y algunos hasta admiración. Es comprensible, ¡tienen una responsabilidad muy alta en este asunto de los vuelos!

En fin, un tiempo de espera para abordaje de avión hace repasar a la sociedad como una fotografía que, a modo de muestreo, deja pensando las formas de vivir en que la sociedad nos ha forjado, cosas muy buenas y otras que pudiéramos seguir buscando mejorar.