/ martes 11 de mayo de 2021

“Biblioteca de la periferia”

Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“colores y emociones de periferia”

Así como algunos colores son asociados con categorías positivas o negativas, así otras muchas cosas en la sociedad se han posicionado de valoraciones, muchas de las cuales están impregnadas de prejuicios y estigmatizaciones. Y es que en muchos sitios encontramos esa percepción convencional de asociar lo blanco con elementos positivos: bondad, pureza, transparencia, etc. Mientras que lo vinculado a tonalidades grises y al negro va dotado de negatividades como sería la maldad, el oscurantismo, la sospecha, la fealdad, etc. Y muchas de las veces se traduce en expresiones cotidianas poco percibidas o conscientes y, por ende, sin mala intención.

Esto mismo sucede con algunas emociones, que suelen ser apreciadas como favorables o reprochables, absolutizando su valor y ocasionando con ello que muchas afecciones se desplacen a la periferia de nuestras vidas, sea reprobándolas o bien negándolas. Así, en la sociedad mayoritaria se identificó al llanto como un signo de debilidad y asociado al género femenino bajo el estigma de frágil, vulnerable, así: fuerte y respetable aquel que no llora ni muestra sus sentimientos emocionales, y débil e incluso cobarde quien llora. La tolerancia se asoció con la apertura y la capacidad de abrirse a otras formas de ser y estar en el mundo, bueno era quien es tolerable, malo el intolerable. La paciencia se emparejó con percepciones de prudente y calculador, mientras que impaciente es el arrebatado e imprudente.

Pero cuántas veces descubrimos que quien llora es precisamente porque es fuerte y valiente, cuántas veces reconocemos que se debe ser intolerante ante tantas cosas porque no hemos de ser indiferentes y luchamos por las justicias que se están alterando, cuántas veces la impaciencia es signo precisamente de pasión y vida activa, que no se conforma con vivir acostumbrado a los discursos y pensando que a fuerza de repetirlos se convierten en realidad.

Igualmente, la belleza la encontramos en escenarios oscuros y situaciones vergonzosas en plenas tonalidades luminosas y de tonos claros. Las categorías que asociamos convencionalmente no siempre son las más certeras. El mundo mismo nos muestra que la realidad es mucho más sorprendente de lo que suponemos. Pero lo más importante es que seamos genuinos y que nuestras emociones y asociaciones estén basadas desde nuestras pasiones más que desde la aceptación o rechazo de los que nos rodean.


Juan Carlos Quirarte Méndez

Salesiano, sacerdote. Doctor en Antropología Social

“colores y emociones de periferia”

Así como algunos colores son asociados con categorías positivas o negativas, así otras muchas cosas en la sociedad se han posicionado de valoraciones, muchas de las cuales están impregnadas de prejuicios y estigmatizaciones. Y es que en muchos sitios encontramos esa percepción convencional de asociar lo blanco con elementos positivos: bondad, pureza, transparencia, etc. Mientras que lo vinculado a tonalidades grises y al negro va dotado de negatividades como sería la maldad, el oscurantismo, la sospecha, la fealdad, etc. Y muchas de las veces se traduce en expresiones cotidianas poco percibidas o conscientes y, por ende, sin mala intención.

Esto mismo sucede con algunas emociones, que suelen ser apreciadas como favorables o reprochables, absolutizando su valor y ocasionando con ello que muchas afecciones se desplacen a la periferia de nuestras vidas, sea reprobándolas o bien negándolas. Así, en la sociedad mayoritaria se identificó al llanto como un signo de debilidad y asociado al género femenino bajo el estigma de frágil, vulnerable, así: fuerte y respetable aquel que no llora ni muestra sus sentimientos emocionales, y débil e incluso cobarde quien llora. La tolerancia se asoció con la apertura y la capacidad de abrirse a otras formas de ser y estar en el mundo, bueno era quien es tolerable, malo el intolerable. La paciencia se emparejó con percepciones de prudente y calculador, mientras que impaciente es el arrebatado e imprudente.

Pero cuántas veces descubrimos que quien llora es precisamente porque es fuerte y valiente, cuántas veces reconocemos que se debe ser intolerante ante tantas cosas porque no hemos de ser indiferentes y luchamos por las justicias que se están alterando, cuántas veces la impaciencia es signo precisamente de pasión y vida activa, que no se conforma con vivir acostumbrado a los discursos y pensando que a fuerza de repetirlos se convierten en realidad.

Igualmente, la belleza la encontramos en escenarios oscuros y situaciones vergonzosas en plenas tonalidades luminosas y de tonos claros. Las categorías que asociamos convencionalmente no siempre son las más certeras. El mundo mismo nos muestra que la realidad es mucho más sorprendente de lo que suponemos. Pero lo más importante es que seamos genuinos y que nuestras emociones y asociaciones estén basadas desde nuestras pasiones más que desde la aceptación o rechazo de los que nos rodean.