/ sábado 11 de diciembre de 2021

El agobio de la indiferencia

Todas las personas de cualquier región del planeta necesitamos percibir o literalmente “leer” en los demás lo que significamos para ellos.

Por supuesto que necesitamos certezas y no dudas, gestos de aprecio y miradas que nos comprendan acompañadas de emociones positivas.

Todo ello da forma a esa comunicación que conocemos como “no verbal”, donde quedan plasmadas las emociones, que percibimos en nuestra vida.

Sin embargo para muchos, no ver estas expresiones puede provocar ansiedad, estrés y tensión mental; además podría dañar la autoestima dando lugar a una fuerte inseguridad.

Frente a este escenario, cabe recordar a Antonio Gramsci, quien fue uno de los más importantes intelectuales del pensamiento filosófico, político y económico del S XX, quien escribió en 1917 un texto titulado “Odio a los indiferentes”

En el que expresaba […Vivir significa tomar partido y estar presente. No pueden existir quienes sean extraños a la ciudad o a la sociedad. La indiferencia es apatía y al mismo tiempo es sinónimo de cobardía, es el peso muerto de la historia…]

Han pasado más de 100 años, desde que Gramsci dio a conocer este pensamiento, tenía razón “la indiferencia es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes de una persona”.

La indiferencia, es aquello que se aparece como fantasma errante, cuando menos lo esperas, una fatalidad con la que no se puede contar, que altera y trastorna los planes mejor elaborados, es todo aquello que se rebela contra la voluntad y la inteligencia, además estrangula y ata nudos que difícilmente podrá deshacer.

La indiferencia puede pasar desapercibida, hasta que se convierte en una fatalidad que lo arrolla todo, surge como una apariencia ilusoria que ejercen algunos; aquellos que nos rodean y que entre sombras intentan tejer la vida colectiva de todos.

El propósito de quienes ejercen la indiferencia, es convertir a alguien en invisible, es anularlo emocionalmente y vetar su necesidad de conexión social, para llevarlo a un limbo de auténtico vacío y sufrimiento.

Esta es una práctica tan común, que abunda en muchos contextos: la vemos en la escuela, en el lugar de trabajo, en relaciones de pareja, en la familia e incluso entre grupos de “amigos”.

Curiosamente la indiferencia la ejercen y la maquillan individuos, que frente al espejo se convierten en verdaderos narcisistas, hedonistas, idealistas, individualistas, escépticos, materialistas, eclécticos, moralistas, intelectuales y otros más, que con sus predicados, dogmas y creencias enajenantes, también conforman el mundo globalizado que compartimos.

La indiferencia rompe un mecanismo básico en la conciencia humana, es una reacción en consecuencia, es decir que actuamos siempre esperando una respuesta de alguien más. Todo ello nos puede confundir e incluso llevarnos a un estado de preocupación, ya que nuestras necesidades demandan atención, afecto y sobre todo respeto.

Como seres sociales, aspiramos a establecer una relación de constante interacción con nuestros seres queridos: familia, amigos y/o pareja.

Pero si empezamos a percibir silencios, vacíos, frialdad y despreocupación, no es necesario recordar que estas son señales, de que algo está ocurriendo y que es importante buscar el origen.

Regresando al texto de Gramsci, podemos encontrar lo siguiente; […Odio a los indiferentes porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho...]

La pregunta obligada que podemos hacer:

¿Usted a ha sido indiferente, frente a escenarios donde su actitud pudo haber afectado a alguien?

Posiblemente las razones de quienes ejercen la indiferencia, sea por causas conocidas, donde las formas y expresiones de otros, no son determinantes para comulgar con ellas.

La realidad es que analizar la indiferencia y quien la ejerce, es algo muy complejo ya que se involucran aspectos culturales.

Lo más importante es que tengamos el valor de la civilidad, fincada precisamente en el respeto sin caer en fatalidades, pero si con mucha inteligencia, algo que a veces se olvida.

Por como decía Antonio Gramsci […La indiferencia es el peso muerto de la historia…]

Con toda seguridad el precepto sigue vigente en el S XXI, en el que todos tenemos comunicación, a través de la informática y la tecnología, que supuestamente nos evitaría caer en el agobio de la indiferencia.


Todas las personas de cualquier región del planeta necesitamos percibir o literalmente “leer” en los demás lo que significamos para ellos.

Por supuesto que necesitamos certezas y no dudas, gestos de aprecio y miradas que nos comprendan acompañadas de emociones positivas.

Todo ello da forma a esa comunicación que conocemos como “no verbal”, donde quedan plasmadas las emociones, que percibimos en nuestra vida.

Sin embargo para muchos, no ver estas expresiones puede provocar ansiedad, estrés y tensión mental; además podría dañar la autoestima dando lugar a una fuerte inseguridad.

Frente a este escenario, cabe recordar a Antonio Gramsci, quien fue uno de los más importantes intelectuales del pensamiento filosófico, político y económico del S XX, quien escribió en 1917 un texto titulado “Odio a los indiferentes”

En el que expresaba […Vivir significa tomar partido y estar presente. No pueden existir quienes sean extraños a la ciudad o a la sociedad. La indiferencia es apatía y al mismo tiempo es sinónimo de cobardía, es el peso muerto de la historia…]

Han pasado más de 100 años, desde que Gramsci dio a conocer este pensamiento, tenía razón “la indiferencia es la materia inerte en la que a menudo se ahogan los entusiasmos más brillantes de una persona”.

La indiferencia, es aquello que se aparece como fantasma errante, cuando menos lo esperas, una fatalidad con la que no se puede contar, que altera y trastorna los planes mejor elaborados, es todo aquello que se rebela contra la voluntad y la inteligencia, además estrangula y ata nudos que difícilmente podrá deshacer.

La indiferencia puede pasar desapercibida, hasta que se convierte en una fatalidad que lo arrolla todo, surge como una apariencia ilusoria que ejercen algunos; aquellos que nos rodean y que entre sombras intentan tejer la vida colectiva de todos.

El propósito de quienes ejercen la indiferencia, es convertir a alguien en invisible, es anularlo emocionalmente y vetar su necesidad de conexión social, para llevarlo a un limbo de auténtico vacío y sufrimiento.

Esta es una práctica tan común, que abunda en muchos contextos: la vemos en la escuela, en el lugar de trabajo, en relaciones de pareja, en la familia e incluso entre grupos de “amigos”.

Curiosamente la indiferencia la ejercen y la maquillan individuos, que frente al espejo se convierten en verdaderos narcisistas, hedonistas, idealistas, individualistas, escépticos, materialistas, eclécticos, moralistas, intelectuales y otros más, que con sus predicados, dogmas y creencias enajenantes, también conforman el mundo globalizado que compartimos.

La indiferencia rompe un mecanismo básico en la conciencia humana, es una reacción en consecuencia, es decir que actuamos siempre esperando una respuesta de alguien más. Todo ello nos puede confundir e incluso llevarnos a un estado de preocupación, ya que nuestras necesidades demandan atención, afecto y sobre todo respeto.

Como seres sociales, aspiramos a establecer una relación de constante interacción con nuestros seres queridos: familia, amigos y/o pareja.

Pero si empezamos a percibir silencios, vacíos, frialdad y despreocupación, no es necesario recordar que estas son señales, de que algo está ocurriendo y que es importante buscar el origen.

Regresando al texto de Gramsci, podemos encontrar lo siguiente; […Odio a los indiferentes porque me molesta su lloriqueo de eternos inocentes. Pido cuentas a cada uno de ellos por cómo ha desempeñado el papel que la vida le ha dado y le da todos los días, por lo que ha hecho y sobre todo por lo que no ha hecho...]

La pregunta obligada que podemos hacer:

¿Usted a ha sido indiferente, frente a escenarios donde su actitud pudo haber afectado a alguien?

Posiblemente las razones de quienes ejercen la indiferencia, sea por causas conocidas, donde las formas y expresiones de otros, no son determinantes para comulgar con ellas.

La realidad es que analizar la indiferencia y quien la ejerce, es algo muy complejo ya que se involucran aspectos culturales.

Lo más importante es que tengamos el valor de la civilidad, fincada precisamente en el respeto sin caer en fatalidades, pero si con mucha inteligencia, algo que a veces se olvida.

Por como decía Antonio Gramsci […La indiferencia es el peso muerto de la historia…]

Con toda seguridad el precepto sigue vigente en el S XXI, en el que todos tenemos comunicación, a través de la informática y la tecnología, que supuestamente nos evitaría caer en el agobio de la indiferencia.