/ domingo 20 de febrero de 2022

El Barrio del Señor

Me gustaría empezar diciendo que lo siguiente puede ser considerado como columna de opinión, pero más que eso es un homenaje al Padre Solís, quien no solamente impactó la comunidad católica juarense, sino a la ciudad entera, gracias a sus acciones dentro y fuera de la iglesia.

Un 19 de marzo de 1946 nació en día de San José, en Villa Ahumada, Chihuahua, descubriendo ahí su vocación siendo monaguillo. Recuerdo con mucho cariño cuando después de misa de domingo a las 8 de la mañana, en la Sacristía de la Parroquia El Señor de la Misericordia, nos contaba sobre su infancia tan bonita y como desde “chavalito” iba iniciando poco a poco su camino en la iglesia, entrando muy joven al seminario.

Uno de los mensajes que más recuerdo que repetía en las misas era que, si quemaran todas las Biblias del mundo y tuvieran que resumirla, lo que quedaría es el amor. Y es un hecho, que el Padre predicaba con ese ejemplo del amor al prójimo, ya que era muy cercano a los feligreses y las puertas de su oficina estaban siempre abiertas tanto para asuntos directos de la parroquia como dialogar con él sobre las dudas que pudieran surgir en temas de la Fe. Siempre con mucha disposición de servir a los demás, porque el encontraba su felicidad más en el dar que en el recibir.

En lo personal, tuve la enorme Bendición de conocerlo más de cerca, y cuando le hacía preguntas acerca de la iglesia o de cualquier tema, siempre se tomaba su tiempo para escucharme y responderme. Cuando le conté que empezaría a escribir columnas quincenales para el periódico, se emocionó tanto como mis familiares y amigos cercanos, genuinamente se notaba que le interesaba que los feligreses encontráramos nuestra paz y lo que nos hiciera felices.

La mañana del 7 de febrero nos avisaron que lamentablemente el Padre había fallecido, a pesar de eso estamos seguros de la huella que dejó en la comunidad juarense, y me atrevo a decir que incluso en otras partes del mundo. Su carisma inigualable nos hará falta, al igual que su don de la reconciliación, lo que es un hecho es que seguirá siendo una Bendición en nuestras vidas aún no estando en esta Tierra, su legado se quedará para siempre con nosotros.

Bien dicen por ahí que es de bien nacidos ser agradecidos, y no me queda más que agradecerle por permitirnos conocerlo los últimos 16 años de su vida sirviendo a Dios con su ejemplo diario de amor y bondad. Cincuenta años de sacerdocio se dicen fácil, pero el número de jóvenes que marcó con sus palabras de aliento, reformándolos, y con una humildad que pocos tienen, logró acercarse al pueblo siendo escuchado por jóvenes y adultos para seguir a Dios.

Una de las características del Padre Solís en cuanto a sus misas, es que utilizaba sus frases célebres, como preguntar a los asistentes que si de dónde venían, y con ello nos hacía sentir bienvenidos a todos, al final preguntando que si de qué barrio éramos, para responder todos al unísono “el barrio del Señor” acompañado por unas carcajadas, ahora que escribo esto se que voy a extrañar escuchar su voz, porque siendo honesta para mí no era únicamente el sacerdote al que veía cada domingo y que me hacía correcciones, para mí y estoy segura que para muchos, era un amigo; alguien en quien se podía confiar y pedir consejos, un hombre íntegro siempre dispuesto a escuchar a los demás y darnos lecciones de vida siempre que podía, contarnos de sus viajes a Tierra Santa y lo mucho que le gustaba viajar, de sus amistades sacerdotales, y de su determinación de seguir sirviendo hasta el final de sus días, lo cual sucedió como el lo quiso, morir como los árboles, de pie.

Recuerdo de las últimas veces que tuve la oportunidad de platicar con él, y lo mucho que él quería seguir sirviendo a pesar de ya haber cumplido sus 75 años de edad y 50 años de sacerdocio, y me atrevo a decir que su misa de aniversario es de las misas más emotivas y repletas de gente que he visto, es innegable el amor que le tenía la comunidad en su momento, y el cual seguirá siempre.

Todos sabemos que nadie es eterno, pero eso no significa que no duela el saber que no volveremos a ver a las personas que queremos, sobretodo porque nunca sabemos cuándo será la última vez que abrazaremos a alguien o le diremos lo mucho que significa para nosotros; si en este momento tuviera enfrente al Padre Solís creo que un abrazo le diría todo lo que siento y lo agradecida que estoy por haber compartido momentos tan preciados. Me da paz el pensar que está con Dios, le faltaba un ángel y por eso se lo llevó, desde el Cielo nos verá seguir adelante con un legado que durará por siempre en nuestros corazones. Un abrazo hasta el Cielo, sus niñas Katya Ávalos y Jacqueline Ojeda.




Me gustaría empezar diciendo que lo siguiente puede ser considerado como columna de opinión, pero más que eso es un homenaje al Padre Solís, quien no solamente impactó la comunidad católica juarense, sino a la ciudad entera, gracias a sus acciones dentro y fuera de la iglesia.

Un 19 de marzo de 1946 nació en día de San José, en Villa Ahumada, Chihuahua, descubriendo ahí su vocación siendo monaguillo. Recuerdo con mucho cariño cuando después de misa de domingo a las 8 de la mañana, en la Sacristía de la Parroquia El Señor de la Misericordia, nos contaba sobre su infancia tan bonita y como desde “chavalito” iba iniciando poco a poco su camino en la iglesia, entrando muy joven al seminario.

Uno de los mensajes que más recuerdo que repetía en las misas era que, si quemaran todas las Biblias del mundo y tuvieran que resumirla, lo que quedaría es el amor. Y es un hecho, que el Padre predicaba con ese ejemplo del amor al prójimo, ya que era muy cercano a los feligreses y las puertas de su oficina estaban siempre abiertas tanto para asuntos directos de la parroquia como dialogar con él sobre las dudas que pudieran surgir en temas de la Fe. Siempre con mucha disposición de servir a los demás, porque el encontraba su felicidad más en el dar que en el recibir.

En lo personal, tuve la enorme Bendición de conocerlo más de cerca, y cuando le hacía preguntas acerca de la iglesia o de cualquier tema, siempre se tomaba su tiempo para escucharme y responderme. Cuando le conté que empezaría a escribir columnas quincenales para el periódico, se emocionó tanto como mis familiares y amigos cercanos, genuinamente se notaba que le interesaba que los feligreses encontráramos nuestra paz y lo que nos hiciera felices.

La mañana del 7 de febrero nos avisaron que lamentablemente el Padre había fallecido, a pesar de eso estamos seguros de la huella que dejó en la comunidad juarense, y me atrevo a decir que incluso en otras partes del mundo. Su carisma inigualable nos hará falta, al igual que su don de la reconciliación, lo que es un hecho es que seguirá siendo una Bendición en nuestras vidas aún no estando en esta Tierra, su legado se quedará para siempre con nosotros.

Bien dicen por ahí que es de bien nacidos ser agradecidos, y no me queda más que agradecerle por permitirnos conocerlo los últimos 16 años de su vida sirviendo a Dios con su ejemplo diario de amor y bondad. Cincuenta años de sacerdocio se dicen fácil, pero el número de jóvenes que marcó con sus palabras de aliento, reformándolos, y con una humildad que pocos tienen, logró acercarse al pueblo siendo escuchado por jóvenes y adultos para seguir a Dios.

Una de las características del Padre Solís en cuanto a sus misas, es que utilizaba sus frases célebres, como preguntar a los asistentes que si de dónde venían, y con ello nos hacía sentir bienvenidos a todos, al final preguntando que si de qué barrio éramos, para responder todos al unísono “el barrio del Señor” acompañado por unas carcajadas, ahora que escribo esto se que voy a extrañar escuchar su voz, porque siendo honesta para mí no era únicamente el sacerdote al que veía cada domingo y que me hacía correcciones, para mí y estoy segura que para muchos, era un amigo; alguien en quien se podía confiar y pedir consejos, un hombre íntegro siempre dispuesto a escuchar a los demás y darnos lecciones de vida siempre que podía, contarnos de sus viajes a Tierra Santa y lo mucho que le gustaba viajar, de sus amistades sacerdotales, y de su determinación de seguir sirviendo hasta el final de sus días, lo cual sucedió como el lo quiso, morir como los árboles, de pie.

Recuerdo de las últimas veces que tuve la oportunidad de platicar con él, y lo mucho que él quería seguir sirviendo a pesar de ya haber cumplido sus 75 años de edad y 50 años de sacerdocio, y me atrevo a decir que su misa de aniversario es de las misas más emotivas y repletas de gente que he visto, es innegable el amor que le tenía la comunidad en su momento, y el cual seguirá siempre.

Todos sabemos que nadie es eterno, pero eso no significa que no duela el saber que no volveremos a ver a las personas que queremos, sobretodo porque nunca sabemos cuándo será la última vez que abrazaremos a alguien o le diremos lo mucho que significa para nosotros; si en este momento tuviera enfrente al Padre Solís creo que un abrazo le diría todo lo que siento y lo agradecida que estoy por haber compartido momentos tan preciados. Me da paz el pensar que está con Dios, le faltaba un ángel y por eso se lo llevó, desde el Cielo nos verá seguir adelante con un legado que durará por siempre en nuestros corazones. Un abrazo hasta el Cielo, sus niñas Katya Ávalos y Jacqueline Ojeda.