/ sábado 7 de octubre de 2023

El espejo de los otros

“Sin duda el espejo envenenó el corazón humano”

De acuerdo a especialistas en la obra Metamorfosis, de Ovidio, lo que llama la atención y podría ser preocupante del joven Narciso, no era que se amara a sí mismo, sino que mucho antes de ver su imagen reflejada en aquella fuente, era incapaz de amar a nadie.

En la obra, esta versión convirtió a Narciso en una leyenda, un personaje que solo puede sentir amor hacia sí mismo y que, desesperado por esta pasión desmedida se suicida ante la imposibilidad de ser correspondido, porque su reflejo ni es, ni será nunca la de un otro en el que pueda mirarse, que pueda amarle o rechazarle, y por el que pueda ser reconocido.

Curiosamente esto cae, en aquello que conocemos como vanidad, que sigue siendo un mito, es decir, aquello que resulta en una pasión relacionada con el amor hacia sí mismo y que asociada a la incapacidad de amar a los demás o, al menos, de amarlos más de lo que uno se pueda amar a sí mismo, y que no debe ser confundida, como equivocadamente se hace a menudo, con tener un buen concepto de uno mismo.

Referente a este tópico, Aristóteles en su obra ‘Ética a Nicomáqueo’ calificaría de necios e ignorantes de sí mismos a los vanidosos, ya que se adornan con ropas y aderezos, para ser reconocidos por todos.

Esto nos hace recordar, “La hoguera de las vanidades” de 1497 en Florencia Italia, en la que se quemaron todos aquellos objetos condenados por las autoridades eclesiásticas por pecaminosos, como espejos, maquillajes, vestidos refinados, libros, pinturas e incluso instrumentos musicales, que alimentaban las llamas de la vanidad.

Referir que la vanidad, radica no solo mirarse en el espejo, sino que el espejo no es compartido con otros.

De tal forma que Narciso tendrá un castigo, verse a sí mismo a través de una imagen proyectada en el agua, en la que solo habitan fantasmas y apariencias, con la creencia de que lo envidian, pero olvidando que nada es perdurable.

Interesante referir que el escenario descrito, se repite una y otra vez en este mundo caótico del S XXI, donde existen personas que parecen olvidar la finitud del mundo que habitan, ya que son individuos que se empecinan en cumplir el arrastre y enajenación de sus caprichos, vicios y manías manifestadas en su diminuto y aburrido mundo de vanidad, sin considerar a los demás, así que “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

Pero ¿A quién puede hacer daño una pizca de vanidad?

La vanidad, aunque está asociada con la autoestima, es, sobre todo una pasión de relación, que nos habla de la forma con la que una persona, se relaciona con los otros.

Lo que caracteriza al vanidoso no es que sepa –o crea saber– de la excelsitud de sus cualidades, sean estas, la inteligencia, la agudeza o la belleza, sino que haga ostentación de ellas con el fin de que los demás las noten y las reconozcan.

Por otro lado, es necesario referir que la afirmación de las cualidades propias, que nos hacen destacar de los demás y que constituyen el alimento de la vanidad, simplemente nos alejan de los otros.

Porque “El vanidoso se detuvo ante el espejo a admirarse a sí mismo.

Contemplaba en silencio su imagen y vio a un ser excepcional, un individuo bello por fuera, pero cuyo brillo en los ojos traslucía su bondad interior, su gran inteligencia y generosidad.

Su sonrisa era signo de su alegría y optimismo, a través de la que podía contemplarse la felicidad que transmitía a los demás. Y su gesto firme y tranquilo era síntoma de una de sus grandes virtudes: la compasión.

De pronto, un sirviente que traía su ropa captó su atención y dejó, por un instante, de mirar al espejo. Molesto por la interrupción, echó al criado de la habitación y volvió a contemplarse ante el espejo.

Fue entonces cuando éste le devolvió una imagen muy distinta: vio a un ser pequeño, de físico desagradable, ceño fruncido y boca torcida. Su gesto hablaba de un personaje poco fiable, cobarde e iracundo.

En aquel momento, hizo retirar todos los espejos y nunca volvió a haber uno en aquel lugar mientras tuvo vida”.

Quien se planta firmemente ante un espejo, con una actitud ética, siempre busca siempre salir de sus propios errores.

Por lo que ahora recuerdo en alguna ocasión haber escuchado a mi madre decir: “¿Pero tú no te viste en el espejo?”.

Porque quizás la imagen reflejada en el espejo no sea perfecta nunca, pero al menos será más auténtica y menos borrosa.

¿Usted que opina?




“Sin duda el espejo envenenó el corazón humano”

De acuerdo a especialistas en la obra Metamorfosis, de Ovidio, lo que llama la atención y podría ser preocupante del joven Narciso, no era que se amara a sí mismo, sino que mucho antes de ver su imagen reflejada en aquella fuente, era incapaz de amar a nadie.

En la obra, esta versión convirtió a Narciso en una leyenda, un personaje que solo puede sentir amor hacia sí mismo y que, desesperado por esta pasión desmedida se suicida ante la imposibilidad de ser correspondido, porque su reflejo ni es, ni será nunca la de un otro en el que pueda mirarse, que pueda amarle o rechazarle, y por el que pueda ser reconocido.

Curiosamente esto cae, en aquello que conocemos como vanidad, que sigue siendo un mito, es decir, aquello que resulta en una pasión relacionada con el amor hacia sí mismo y que asociada a la incapacidad de amar a los demás o, al menos, de amarlos más de lo que uno se pueda amar a sí mismo, y que no debe ser confundida, como equivocadamente se hace a menudo, con tener un buen concepto de uno mismo.

Referente a este tópico, Aristóteles en su obra ‘Ética a Nicomáqueo’ calificaría de necios e ignorantes de sí mismos a los vanidosos, ya que se adornan con ropas y aderezos, para ser reconocidos por todos.

Esto nos hace recordar, “La hoguera de las vanidades” de 1497 en Florencia Italia, en la que se quemaron todos aquellos objetos condenados por las autoridades eclesiásticas por pecaminosos, como espejos, maquillajes, vestidos refinados, libros, pinturas e incluso instrumentos musicales, que alimentaban las llamas de la vanidad.

Referir que la vanidad, radica no solo mirarse en el espejo, sino que el espejo no es compartido con otros.

De tal forma que Narciso tendrá un castigo, verse a sí mismo a través de una imagen proyectada en el agua, en la que solo habitan fantasmas y apariencias, con la creencia de que lo envidian, pero olvidando que nada es perdurable.

Interesante referir que el escenario descrito, se repite una y otra vez en este mundo caótico del S XXI, donde existen personas que parecen olvidar la finitud del mundo que habitan, ya que son individuos que se empecinan en cumplir el arrastre y enajenación de sus caprichos, vicios y manías manifestadas en su diminuto y aburrido mundo de vanidad, sin considerar a los demás, así que “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

Pero ¿A quién puede hacer daño una pizca de vanidad?

La vanidad, aunque está asociada con la autoestima, es, sobre todo una pasión de relación, que nos habla de la forma con la que una persona, se relaciona con los otros.

Lo que caracteriza al vanidoso no es que sepa –o crea saber– de la excelsitud de sus cualidades, sean estas, la inteligencia, la agudeza o la belleza, sino que haga ostentación de ellas con el fin de que los demás las noten y las reconozcan.

Por otro lado, es necesario referir que la afirmación de las cualidades propias, que nos hacen destacar de los demás y que constituyen el alimento de la vanidad, simplemente nos alejan de los otros.

Porque “El vanidoso se detuvo ante el espejo a admirarse a sí mismo.

Contemplaba en silencio su imagen y vio a un ser excepcional, un individuo bello por fuera, pero cuyo brillo en los ojos traslucía su bondad interior, su gran inteligencia y generosidad.

Su sonrisa era signo de su alegría y optimismo, a través de la que podía contemplarse la felicidad que transmitía a los demás. Y su gesto firme y tranquilo era síntoma de una de sus grandes virtudes: la compasión.

De pronto, un sirviente que traía su ropa captó su atención y dejó, por un instante, de mirar al espejo. Molesto por la interrupción, echó al criado de la habitación y volvió a contemplarse ante el espejo.

Fue entonces cuando éste le devolvió una imagen muy distinta: vio a un ser pequeño, de físico desagradable, ceño fruncido y boca torcida. Su gesto hablaba de un personaje poco fiable, cobarde e iracundo.

En aquel momento, hizo retirar todos los espejos y nunca volvió a haber uno en aquel lugar mientras tuvo vida”.

Quien se planta firmemente ante un espejo, con una actitud ética, siempre busca siempre salir de sus propios errores.

Por lo que ahora recuerdo en alguna ocasión haber escuchado a mi madre decir: “¿Pero tú no te viste en el espejo?”.

Porque quizás la imagen reflejada en el espejo no sea perfecta nunca, pero al menos será más auténtica y menos borrosa.

¿Usted que opina?