/ miércoles 15 de enero de 2020

El Juglar de la Red

2020 año de definiciones

Los pasados trece meses del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ciertamente no fueron nada de lo que esperaba y menos cerca estuvieron de cumplir todos los ofrecimientos de campaña, en todo caso se acercaron más al fracaso que al éxito.

El 2019 marcó claramente el estilo de gobierno de la 4T: impositiva, centralista, controladora, cerrada a escuchar la opinión pública y marcadamente con un exagerado culto a la personalidad del líder.

Pero igualmente quedó claro que en México hay opositores, pero no existe oposición organizada, eso significa que los contrapesos desaparecen, sea por un avasallamiento de la figura presidencial, sea por complicidad o por temor a represalias; lo cierto es que la 4T está sola en el escenario y nada ni nadie se le interpone.

Sin embargo, todo ese poder ha resultado inútil para detonar crecimiento, generar empleos y solidificar las instituciones; lo que sucedió es en derrumbe de instituciones y un control que el Ejecutivo ejerce sobre instituciones claves.

Por eso, el gran reto ahora es definir lo conveniente al país: regresar a un sistema cerrado de gobierno o, por otro, retomar el camino de las libertadas amplias, de las instituciones fuertes y del estado gobernante antes que administrador.

El año 2000, tras la elección de Vicente Fox, los mexicanos determinamos movernos de un sistema de gobierno presidencialista, centralista, corrupto a uno donde los contrapesos institucionales frenaran las intenciones del gobernante para ejercer un amplio dominio en es espectro de la administración pública, aunque los mecanismos dejaron casi intacto el problema de corrupción.

Dos décadas después, lo que ahora presenciamos es precisamente un regreso al pasado. Y no se trata de que sea un sistema híbrido, donde figuras de todos los partidos políticos confluyen; lo que llama la atención es que su principal promotor, el presidente López Obrador es un personaje que quedó anclado en la última década del siglo pasado, es decir es un ferviente admirador de los sistemas cerrados, sean estos los cubanos, soviéticos o el mexicano impuesto por el PRI y justamente así gobierna.

Ahora bien, los mexicanos, en término de pueblo, tenemos una inclinación marcada al caudillismo, nos gustan las figuras de personajes que asumen el control de todo porque en ellos descansamos de la toma de decisiones y eso hace menos complicada la vida; con dinero suficiente en la bolsa para paliar las necesidades mínimas y obtenido bajo la ley del menor esfuerzo estamos conformes.

Sin embargo, cuando el Caudillo falla –lo cual es una recurrencia—entonces lo defenestramos y tendemos a desecharlo; de gran figura popular se convierte en el villano al que todos lapidan y sus fallas se maximizan para demostrar lo errado de sus decisiones.

La 4T todavía se mueve en la ingenuidad de que tiene 30 millones de seguidores que la respaldan con su voto; no es cierto, las derrotas electorales en Durango, Yucatán y Guanajuato a menos de un año de gobierno de López Obrador mostró su vulnerabilidad y la poca cohesión que tienen como movimiento político, pero lo más graves es que no acaba de constituirse como un partido político.

La definición que debemos asumir los mexicanos este 2020, no estriba en asuntos particulares tan importantes como ceder el control del INE al gobierno federal; en realidad lo que debemos decidir es si seguimos con un cambio al pasado, retornando al sistema cerrado de gobierno o si retomamos el rumbo de los sistemas abiertos, con instituciones fuertes, sólidas y libres; que sin prejuicio del partido que gobierne, permitan conservar el rumbo del crecimiento, el desarrollo y la generación de verdaderas oportunidades para acelerar la movilidad social.

Obviamente no es una decisión del gobierno de la 4T, ellos están convencidos que vamos por el camino correcto, a pesar de los indicadores que marcan lo contrario; el tema lo debe definir la sociedad porque sin una oposición política organizada, con partidos políticos atomizados o mimetizados con la 4T, es simplemente imposible definir el auténtico rumbo de México.

El asunto básico es determinar si entre la sociedad podrán surgir esas figuras que puedan comunicarle al pueblo lo negativo de seguir por el rumbo actual, movilizarlo hacia el cambio con rumbo y hacerlo reaccionar en las urnas el 2021.


2020 año de definiciones

Los pasados trece meses del gobierno de Andrés Manuel López Obrador ciertamente no fueron nada de lo que esperaba y menos cerca estuvieron de cumplir todos los ofrecimientos de campaña, en todo caso se acercaron más al fracaso que al éxito.

El 2019 marcó claramente el estilo de gobierno de la 4T: impositiva, centralista, controladora, cerrada a escuchar la opinión pública y marcadamente con un exagerado culto a la personalidad del líder.

Pero igualmente quedó claro que en México hay opositores, pero no existe oposición organizada, eso significa que los contrapesos desaparecen, sea por un avasallamiento de la figura presidencial, sea por complicidad o por temor a represalias; lo cierto es que la 4T está sola en el escenario y nada ni nadie se le interpone.

Sin embargo, todo ese poder ha resultado inútil para detonar crecimiento, generar empleos y solidificar las instituciones; lo que sucedió es en derrumbe de instituciones y un control que el Ejecutivo ejerce sobre instituciones claves.

Por eso, el gran reto ahora es definir lo conveniente al país: regresar a un sistema cerrado de gobierno o, por otro, retomar el camino de las libertadas amplias, de las instituciones fuertes y del estado gobernante antes que administrador.

El año 2000, tras la elección de Vicente Fox, los mexicanos determinamos movernos de un sistema de gobierno presidencialista, centralista, corrupto a uno donde los contrapesos institucionales frenaran las intenciones del gobernante para ejercer un amplio dominio en es espectro de la administración pública, aunque los mecanismos dejaron casi intacto el problema de corrupción.

Dos décadas después, lo que ahora presenciamos es precisamente un regreso al pasado. Y no se trata de que sea un sistema híbrido, donde figuras de todos los partidos políticos confluyen; lo que llama la atención es que su principal promotor, el presidente López Obrador es un personaje que quedó anclado en la última década del siglo pasado, es decir es un ferviente admirador de los sistemas cerrados, sean estos los cubanos, soviéticos o el mexicano impuesto por el PRI y justamente así gobierna.

Ahora bien, los mexicanos, en término de pueblo, tenemos una inclinación marcada al caudillismo, nos gustan las figuras de personajes que asumen el control de todo porque en ellos descansamos de la toma de decisiones y eso hace menos complicada la vida; con dinero suficiente en la bolsa para paliar las necesidades mínimas y obtenido bajo la ley del menor esfuerzo estamos conformes.

Sin embargo, cuando el Caudillo falla –lo cual es una recurrencia—entonces lo defenestramos y tendemos a desecharlo; de gran figura popular se convierte en el villano al que todos lapidan y sus fallas se maximizan para demostrar lo errado de sus decisiones.

La 4T todavía se mueve en la ingenuidad de que tiene 30 millones de seguidores que la respaldan con su voto; no es cierto, las derrotas electorales en Durango, Yucatán y Guanajuato a menos de un año de gobierno de López Obrador mostró su vulnerabilidad y la poca cohesión que tienen como movimiento político, pero lo más graves es que no acaba de constituirse como un partido político.

La definición que debemos asumir los mexicanos este 2020, no estriba en asuntos particulares tan importantes como ceder el control del INE al gobierno federal; en realidad lo que debemos decidir es si seguimos con un cambio al pasado, retornando al sistema cerrado de gobierno o si retomamos el rumbo de los sistemas abiertos, con instituciones fuertes, sólidas y libres; que sin prejuicio del partido que gobierne, permitan conservar el rumbo del crecimiento, el desarrollo y la generación de verdaderas oportunidades para acelerar la movilidad social.

Obviamente no es una decisión del gobierno de la 4T, ellos están convencidos que vamos por el camino correcto, a pesar de los indicadores que marcan lo contrario; el tema lo debe definir la sociedad porque sin una oposición política organizada, con partidos políticos atomizados o mimetizados con la 4T, es simplemente imposible definir el auténtico rumbo de México.

El asunto básico es determinar si entre la sociedad podrán surgir esas figuras que puedan comunicarle al pueblo lo negativo de seguir por el rumbo actual, movilizarlo hacia el cambio con rumbo y hacerlo reaccionar en las urnas el 2021.


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