/ sábado 8 de enero de 2022

Entre las urgencias y las prisas

“El tiempo pone cada cosa en su lugar”

Sabemos que las exigencias de nuestras actividades, cada vez son más complejas, ya que detrás de cada una de ellas, aparecen otras nuevas, que provocan grandes tensiones, dificultades y resistencias.

De alguna manera, somos lo que hacemos en la vida, dedicando el tiempo a proyectos vitales y a otros de menor importancia.

Esto nos hace recordar, que somos seres temporales en busca de equilibrios o balances, en el aspecto personal, familiar y profesional, para trascender en el tiempo.

Un tiempo que fluye de manera ordenada y permanente, el cual intentamos dominar anticipándonos al futuro, con el propósito de cumplir metas bajo la directriz de nuestras decisiones.

Al final del día, nos damos cuenta que no somos dueños del transcurrir del tiempo, ya que siempre tratamos de “ganar tiempo al tiempo”.

Sí, de ganar en todo y siempre de tener más y más. Así que la única forma de conseguirlo, es con “velocidad”, uno de los placeres inventados por el hombre tecnificado.

Porque sin temor a equivocarme, el ser humano siempre tiene urgencia o prisa para todo: trabaja aprisa, come aprisa, se gasta el dinero a toda prisa, duerme y sueña aprisa, se enamora aprisa, y curiosamente las relaciones que tiene en ocasiones son temporales y con prisa; así que se la pasa viviendo todo el tiempo aprisa; pero no se da cuenta que también esta perdiendo la vida con prisa.

Y entonces nos preguntamos:

¿Qué sentido tiene vivir con prisa?

El riesgo de vivir de esta forma es precisamente, que se alteran los ritmos naturales.

Ahora la velocidad es sinónimo de productividad y por supuesto de competitividad, de ganarle al hermano, al vecino o al compañero de trabajo, incluso hay individuos que compiten con la pareja y siempre quieren ganar en todo, ya que su ego no les permite perder.

De tal forma, que todas las realidades humanas y culturales de nuestra época, se han convertido en un factor decisivo de la producción y en un bien de consumo.

Es buscar hacer más y mejores cosas, en menos tiempo. Esto significa acelerar el ritmo; es un hábito y un estilo que se mantiene incluso cuando deja de ser necesario.

Se trata no solo de vencer al “otro”, sino más aún, se tiene una lucha de nosotros mismos contra el tiempo.

Es competir con el fantasma de la velocidad, que se puede convertir en una vivencia dolorosa en el ámbito del trabajo por la actividad febril, las agendas apretadas, la acumulación de gestiones, el cumplimiento de los plazos, los tramites y requisitos legales, las reuniones, las horas extras, la tensión de no llegar tarde y muchas otras más.

Por supuesto que son formas normales de trabajar, en las que se busca mejorar y aumentar la productividad, y sobre todo ser competitivo para poder sobrevivir y no perder el puesto de trabajo, con el resultado de vivir horarios desfasados, lo cual resulta simplemente agotador.

Porque todo, absolutamente todo está basado en la prisa, en el […modus operandi…] donde “todo urge” dentro de la inmediatez obligatoria.

O acaso el “curriculum” actual de muchos profesionistas, no es demostrar lo mucho que han logrado en poco tiempo.

Las consecuencias no esperan, a corto o mediano plazo, provocan la alteración incontrolable de los ciclos naturales del cuerpo, que finalmente te cobra la factura a través del stress, el agotamiento físico, la ansiedad e incluso la depresión, sin tomar en cuenta que aun estamos inmersos en una pandemia, que se ha convertido en una verdadera pesadilla para muchas familias.

Recordemos todo es resultado por las prisas de ir a todas partes, y darse cuenta de no llegar a ningún lado.

Esta forma de vivir el tiempo, conlleva a lo inmediato, donde la prisa impide la contemplación de la belleza, puesto que toda ella, está volcada a la utilidad y al ansia de los buenos resultados que nos deben sustentar el trabajo, donde ya no hay tiempo de reír ni llorar, porque probablemente estas emociones en un futuro, se conviertan en una competencia para ver quien ríe o llora mas, en menos tiempo.

Estimado lector, todo lo anterior tal vez ya lo ha vivido o le está sucediendo, así que es necesario darse un “tiempo” para pensar en construir un tiempo nuevo y esperanzador, de volver a empezar y tener una nueva oportunidad para mejorar y confiar en aquello que queremos cambiar, de tener un tiempo para soñar, de establecer vínculos para seguir creciendo, y que cada día nos aporte algo nuevo que nos pueda fortalecer como sociedad.


“El tiempo pone cada cosa en su lugar”

Sabemos que las exigencias de nuestras actividades, cada vez son más complejas, ya que detrás de cada una de ellas, aparecen otras nuevas, que provocan grandes tensiones, dificultades y resistencias.

De alguna manera, somos lo que hacemos en la vida, dedicando el tiempo a proyectos vitales y a otros de menor importancia.

Esto nos hace recordar, que somos seres temporales en busca de equilibrios o balances, en el aspecto personal, familiar y profesional, para trascender en el tiempo.

Un tiempo que fluye de manera ordenada y permanente, el cual intentamos dominar anticipándonos al futuro, con el propósito de cumplir metas bajo la directriz de nuestras decisiones.

Al final del día, nos damos cuenta que no somos dueños del transcurrir del tiempo, ya que siempre tratamos de “ganar tiempo al tiempo”.

Sí, de ganar en todo y siempre de tener más y más. Así que la única forma de conseguirlo, es con “velocidad”, uno de los placeres inventados por el hombre tecnificado.

Porque sin temor a equivocarme, el ser humano siempre tiene urgencia o prisa para todo: trabaja aprisa, come aprisa, se gasta el dinero a toda prisa, duerme y sueña aprisa, se enamora aprisa, y curiosamente las relaciones que tiene en ocasiones son temporales y con prisa; así que se la pasa viviendo todo el tiempo aprisa; pero no se da cuenta que también esta perdiendo la vida con prisa.

Y entonces nos preguntamos:

¿Qué sentido tiene vivir con prisa?

El riesgo de vivir de esta forma es precisamente, que se alteran los ritmos naturales.

Ahora la velocidad es sinónimo de productividad y por supuesto de competitividad, de ganarle al hermano, al vecino o al compañero de trabajo, incluso hay individuos que compiten con la pareja y siempre quieren ganar en todo, ya que su ego no les permite perder.

De tal forma, que todas las realidades humanas y culturales de nuestra época, se han convertido en un factor decisivo de la producción y en un bien de consumo.

Es buscar hacer más y mejores cosas, en menos tiempo. Esto significa acelerar el ritmo; es un hábito y un estilo que se mantiene incluso cuando deja de ser necesario.

Se trata no solo de vencer al “otro”, sino más aún, se tiene una lucha de nosotros mismos contra el tiempo.

Es competir con el fantasma de la velocidad, que se puede convertir en una vivencia dolorosa en el ámbito del trabajo por la actividad febril, las agendas apretadas, la acumulación de gestiones, el cumplimiento de los plazos, los tramites y requisitos legales, las reuniones, las horas extras, la tensión de no llegar tarde y muchas otras más.

Por supuesto que son formas normales de trabajar, en las que se busca mejorar y aumentar la productividad, y sobre todo ser competitivo para poder sobrevivir y no perder el puesto de trabajo, con el resultado de vivir horarios desfasados, lo cual resulta simplemente agotador.

Porque todo, absolutamente todo está basado en la prisa, en el […modus operandi…] donde “todo urge” dentro de la inmediatez obligatoria.

O acaso el “curriculum” actual de muchos profesionistas, no es demostrar lo mucho que han logrado en poco tiempo.

Las consecuencias no esperan, a corto o mediano plazo, provocan la alteración incontrolable de los ciclos naturales del cuerpo, que finalmente te cobra la factura a través del stress, el agotamiento físico, la ansiedad e incluso la depresión, sin tomar en cuenta que aun estamos inmersos en una pandemia, que se ha convertido en una verdadera pesadilla para muchas familias.

Recordemos todo es resultado por las prisas de ir a todas partes, y darse cuenta de no llegar a ningún lado.

Esta forma de vivir el tiempo, conlleva a lo inmediato, donde la prisa impide la contemplación de la belleza, puesto que toda ella, está volcada a la utilidad y al ansia de los buenos resultados que nos deben sustentar el trabajo, donde ya no hay tiempo de reír ni llorar, porque probablemente estas emociones en un futuro, se conviertan en una competencia para ver quien ríe o llora mas, en menos tiempo.

Estimado lector, todo lo anterior tal vez ya lo ha vivido o le está sucediendo, así que es necesario darse un “tiempo” para pensar en construir un tiempo nuevo y esperanzador, de volver a empezar y tener una nueva oportunidad para mejorar y confiar en aquello que queremos cambiar, de tener un tiempo para soñar, de establecer vínculos para seguir creciendo, y que cada día nos aporte algo nuevo que nos pueda fortalecer como sociedad.