/ lunes 2 de noviembre de 2020

Estados Unidos, destino incierto

Cada proceso electoral en Estados Unidos es diferente. Nuevos candidatos, nuevas promesas de campaña, nueva estrategia, pero incertidumbre en el ganador de la elección. Ganará quien haya tenido la mayor capacidad de convencimiento y que haya llevado a los ciudadanos a votar. Las campañas se ganan con tres elementos importantísimos: Dinero, tiempo y votos. El tiempo se acaba, faltan pocas horas para que los últimos votantes salgan a votar, a depositar su sufragio. Ya han votado más del 65% de electores en comparación con las elecciones del 2016, se han superado cifras que en ese año había de votos que fueron depositados de manera anticipada e incluso, en Texas ya se superó el número de votantes de hace 4 años.

Cuatro Estados de la Unión Americana están en la mira, serán decisivos en el resultado: Florida, Arizona, Pennsylvania, Wisconsin. En los dos primeros estados, hay una similitud que los caracteriza y es el número de latinos con posibilidades de votar y que pueden marcar con su voto el rumbo de Estados Unidos. Florida ha sido escenario de grandes batallas electorales postelectorales y pudiera ser que, por lo cerrado de las encuestas, los resultados oficiales tarden más de lo normal.

Texas, parece no moverse mucho, hay incertidumbre en qué sentido fueron los votos anticipados, pero ya han votado más para estas fechas que en anteriores procesos electorales y la campaña de mensajes de textos, llamadas telefónicas, anuncios en redes sociales, y visitas casa por casa se han intensificado. Hay una gran expectativa en lo que pudiera pasar el martes 3 de noviembre.

Lo que se ha repetido en estos escenarios son las mismas preguntas que en cada contienda electoral se hacen de cómo ha sido o fue el voto de los mexicanos y latinos. ¿Cuántos votantes latinos hay en Estados Unidos? ¿Cuáles son sus intereses como comunidad? ¿Qué afinidad política tienen? ¿Salieron a votar? En otras palabras, no hay un estudio como el de Almond y Verba sobre las actitudes, conocimientos y valoraciones que definen una cultura política de las comunidades latinas residentes en Estados Unidos. Son en cierto modo la primera minoría étnica en el país más poderosos del mundo y no han explotado el potencial económico y político que representan en Estado Unidos.

Existe una dependencia social, económica, política y comercial entre ambas fronteras entre Estados unidos y México. Cruzar de México hacia el otro lado, además de ser una expresión común, conlleva un rito ceremonial de “relaciones de poder interiorizadas” como lo ha descrito el actual Secretario de Educación Carlos Herrera en su texto La frontera que vino del norte. Una vez en Estados Unidos, existe un cambio de actitudes, de comportamientos, de conocimientos nuevos. Hay una transformación de las comunidades migrantes y residentes una vez que han cumplido con esos ceremoniales se convierten en comunidades distantes y diferentes en ambos lados de la frontera.

Esta construcción de un lado y del otro de la frontera entre México y Estados Unidos ha producido movimientos sociales entre las comunidades latinas, así lo relata el estudio de Abraham Paniagua Vázquez quien analiza precisamente la dimensión política de la comunidad latina en el Paso Texas y su participación en movimientos sociales, pero principalmente el porqué se insertaron en la esfera pública, un campo de poca participación social y política que han tenido las comunidades.

La campaña electoral en Estados Unidos ha tenido en las últimas semanas y días un escarnecido discurso por conquistar ese “poder latino” que no había sido tan explotado en proceso electorales. Debemos recordar que siempre se coqueteaba con la voz de los mexicanos, un voto que había que conquistar, pero el cual es difícil de acercar y más cuando históricamente hay un desdén en reconocer la potencialidad del mismo. Hoy, el poder latino puede definir la elección presidencial en dos estados claves como Arizona y Florida. Texas está en la incertidumbre si continuará siendo un estado “rojo” de dominio republicano y que desde 1976 no ha ganado una contienda de esta naturaleza el partido demócrata.

En una campaña, las promesas y afirmaciones son tan increíbles, pero vale de todo para ganar la Casa Blanca. Podemos escuchar por igual que en 100 días Biden podrá tener una propuesta que beneficie a 11 millones de inmigrantes “ilegales” o escuchar a Trump decir que es el presidente menos racista. Un día prometen millones de empleos y al día siguiente duplican sus promesas de campaña. Hemos observado en las campañas un singular populismo de izquierda y de derecha, prometen beneficios, reducir impuestos, pregonar un nacionalismo en el que ellos, los candidatos son los salvadores del “pueblo”. Lo que hemos observado son intentos de una manipulación de masas que hacen que Estados Unidos se encuentre con un destino incierto el próximo 3 de noviembre del 2020.



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Cada proceso electoral en Estados Unidos es diferente. Nuevos candidatos, nuevas promesas de campaña, nueva estrategia, pero incertidumbre en el ganador de la elección. Ganará quien haya tenido la mayor capacidad de convencimiento y que haya llevado a los ciudadanos a votar. Las campañas se ganan con tres elementos importantísimos: Dinero, tiempo y votos. El tiempo se acaba, faltan pocas horas para que los últimos votantes salgan a votar, a depositar su sufragio. Ya han votado más del 65% de electores en comparación con las elecciones del 2016, se han superado cifras que en ese año había de votos que fueron depositados de manera anticipada e incluso, en Texas ya se superó el número de votantes de hace 4 años.

Cuatro Estados de la Unión Americana están en la mira, serán decisivos en el resultado: Florida, Arizona, Pennsylvania, Wisconsin. En los dos primeros estados, hay una similitud que los caracteriza y es el número de latinos con posibilidades de votar y que pueden marcar con su voto el rumbo de Estados Unidos. Florida ha sido escenario de grandes batallas electorales postelectorales y pudiera ser que, por lo cerrado de las encuestas, los resultados oficiales tarden más de lo normal.

Texas, parece no moverse mucho, hay incertidumbre en qué sentido fueron los votos anticipados, pero ya han votado más para estas fechas que en anteriores procesos electorales y la campaña de mensajes de textos, llamadas telefónicas, anuncios en redes sociales, y visitas casa por casa se han intensificado. Hay una gran expectativa en lo que pudiera pasar el martes 3 de noviembre.

Lo que se ha repetido en estos escenarios son las mismas preguntas que en cada contienda electoral se hacen de cómo ha sido o fue el voto de los mexicanos y latinos. ¿Cuántos votantes latinos hay en Estados Unidos? ¿Cuáles son sus intereses como comunidad? ¿Qué afinidad política tienen? ¿Salieron a votar? En otras palabras, no hay un estudio como el de Almond y Verba sobre las actitudes, conocimientos y valoraciones que definen una cultura política de las comunidades latinas residentes en Estados Unidos. Son en cierto modo la primera minoría étnica en el país más poderosos del mundo y no han explotado el potencial económico y político que representan en Estado Unidos.

Existe una dependencia social, económica, política y comercial entre ambas fronteras entre Estados unidos y México. Cruzar de México hacia el otro lado, además de ser una expresión común, conlleva un rito ceremonial de “relaciones de poder interiorizadas” como lo ha descrito el actual Secretario de Educación Carlos Herrera en su texto La frontera que vino del norte. Una vez en Estados Unidos, existe un cambio de actitudes, de comportamientos, de conocimientos nuevos. Hay una transformación de las comunidades migrantes y residentes una vez que han cumplido con esos ceremoniales se convierten en comunidades distantes y diferentes en ambos lados de la frontera.

Esta construcción de un lado y del otro de la frontera entre México y Estados Unidos ha producido movimientos sociales entre las comunidades latinas, así lo relata el estudio de Abraham Paniagua Vázquez quien analiza precisamente la dimensión política de la comunidad latina en el Paso Texas y su participación en movimientos sociales, pero principalmente el porqué se insertaron en la esfera pública, un campo de poca participación social y política que han tenido las comunidades.

La campaña electoral en Estados Unidos ha tenido en las últimas semanas y días un escarnecido discurso por conquistar ese “poder latino” que no había sido tan explotado en proceso electorales. Debemos recordar que siempre se coqueteaba con la voz de los mexicanos, un voto que había que conquistar, pero el cual es difícil de acercar y más cuando históricamente hay un desdén en reconocer la potencialidad del mismo. Hoy, el poder latino puede definir la elección presidencial en dos estados claves como Arizona y Florida. Texas está en la incertidumbre si continuará siendo un estado “rojo” de dominio republicano y que desde 1976 no ha ganado una contienda de esta naturaleza el partido demócrata.

En una campaña, las promesas y afirmaciones son tan increíbles, pero vale de todo para ganar la Casa Blanca. Podemos escuchar por igual que en 100 días Biden podrá tener una propuesta que beneficie a 11 millones de inmigrantes “ilegales” o escuchar a Trump decir que es el presidente menos racista. Un día prometen millones de empleos y al día siguiente duplican sus promesas de campaña. Hemos observado en las campañas un singular populismo de izquierda y de derecha, prometen beneficios, reducir impuestos, pregonar un nacionalismo en el que ellos, los candidatos son los salvadores del “pueblo”. Lo que hemos observado son intentos de una manipulación de masas que hacen que Estados Unidos se encuentre con un destino incierto el próximo 3 de noviembre del 2020.



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