/ miércoles 13 de abril de 2022

Estamos de acuerdo, la política es un asco

¿Qué procede?

En el popular deporte nacional de criticar políticos y a sus partidos, genera a su vez un distanciamiento de los ciudadanos de la política, pero eso agrava más la situación y se crea un pernicioso círculo vicioso. La gente cada vez más irritada no logra encontrar espacios para transformar esa irritación en fuerza sanadora porque los partidos se han convertido en proyectos particulares y su pragmatismo ha desdibujado a sus ideologías, su doctrina y el idealismo de su militancia.

Cada vez a menos gente le interesa militar en algún partido y la credibilidad y la confianza en los gobernantes se deteriora a lo largo de sus gobiernos. Pero la situación se agrava, en vez de mejorar, los problemas de la gente. La inseguridad alcanza máximos históricos de homicidios dolosos, desapariciones, asesinatos de periodistas y defensores de derechos humanos. El narco aumenta su presencia en la política y las familias en completo desamparo.

La mala fama de los partidos y de los políticos está bien ganada, pero el desentendimiento de la cosa pública, de la participación en la solución de los problemas comunes, agrava más el caos.

Este vacío frecuentemente se llena con propuestas populistas y autocráticas que sustituyen a las democracias que no han logrado cerrar las brechas de la desigualdad, la pobreza, la corrupción y la violencia. El fenómeno ha llegado al extremo de desvalorar incluso a la propia democracia como forma de gobierno.

En su informe de Latinobarómetro 2021 refiere: “La crítica de los ciudadanos a la democracia es una demanda de democracia. Ningún pueblo de la región está contento con la manera como funciona la democracia en su país. A más de 30 años de las transiciones, las democracias se han consolidado en grados crecientes de imperfección con estados anquilosados”. En este estudio se muestra cómo ha caído el apoyo a la democracia entre la población. En 2020, en México sólo un 43% de los ciudadanos sostenía que la democracia era preferible a cualquier otra forma de gobierno vs un 13% que piensa que un gobierno autoritario puede ser preferible y un 27% que confiesa que le da lo mismo. El mayor apoyo a la democracia como forma de gobierno en México lo tuvimos en 2002, con el 63% de los encuestados.

Durante décadas, participar en política, como oposición, era un acto heroico. Ya no. Los partidos han dejado de buscar el bien mayor para consolarse con el mal menor. En ese pragmatismo que privilegia la popularidad y la rentabilidad electoral sobre la congruencia político-ideológica.

Por todo esto, tenemos que aceptar en nuestro país una gran asignatura pendiente: una ley de partidos políticos para garantizar que funjan como instrumentos de los ciudadanos para construir un mejor futuro y dejen de estar capturados por las dirigencias.

La posibilidad de que los ciudadanos intervengan en la definición de los candidatos de los partidos es una de las mejores prácticas para lograrlo. Pero no es la única medida.

Requerimos exorcizar el hechizo y recuperar el interés general en la cosa pública. Participar democráticamente en todos los espacios que requieran la construcción de acuerdos. Hacer ciudadanía y fortalecer instituciones que garanticen límites a la concentración y el abuso del poder, pesos y contrapesos, transparencia, rendición de cuentas y una cultura del Estado de derecho.

Esta tarea es indelegable y se logrará en la medida en que modifiquemos nuestra actitud, tolerancia y compromiso con los demás, sobre todo, con los que piensan y defienden intereses distintos.

La gravedad del momento que atravesamos es un buen aliciente para lograrlo.


¿Qué procede?

En el popular deporte nacional de criticar políticos y a sus partidos, genera a su vez un distanciamiento de los ciudadanos de la política, pero eso agrava más la situación y se crea un pernicioso círculo vicioso. La gente cada vez más irritada no logra encontrar espacios para transformar esa irritación en fuerza sanadora porque los partidos se han convertido en proyectos particulares y su pragmatismo ha desdibujado a sus ideologías, su doctrina y el idealismo de su militancia.

Cada vez a menos gente le interesa militar en algún partido y la credibilidad y la confianza en los gobernantes se deteriora a lo largo de sus gobiernos. Pero la situación se agrava, en vez de mejorar, los problemas de la gente. La inseguridad alcanza máximos históricos de homicidios dolosos, desapariciones, asesinatos de periodistas y defensores de derechos humanos. El narco aumenta su presencia en la política y las familias en completo desamparo.

La mala fama de los partidos y de los políticos está bien ganada, pero el desentendimiento de la cosa pública, de la participación en la solución de los problemas comunes, agrava más el caos.

Este vacío frecuentemente se llena con propuestas populistas y autocráticas que sustituyen a las democracias que no han logrado cerrar las brechas de la desigualdad, la pobreza, la corrupción y la violencia. El fenómeno ha llegado al extremo de desvalorar incluso a la propia democracia como forma de gobierno.

En su informe de Latinobarómetro 2021 refiere: “La crítica de los ciudadanos a la democracia es una demanda de democracia. Ningún pueblo de la región está contento con la manera como funciona la democracia en su país. A más de 30 años de las transiciones, las democracias se han consolidado en grados crecientes de imperfección con estados anquilosados”. En este estudio se muestra cómo ha caído el apoyo a la democracia entre la población. En 2020, en México sólo un 43% de los ciudadanos sostenía que la democracia era preferible a cualquier otra forma de gobierno vs un 13% que piensa que un gobierno autoritario puede ser preferible y un 27% que confiesa que le da lo mismo. El mayor apoyo a la democracia como forma de gobierno en México lo tuvimos en 2002, con el 63% de los encuestados.

Durante décadas, participar en política, como oposición, era un acto heroico. Ya no. Los partidos han dejado de buscar el bien mayor para consolarse con el mal menor. En ese pragmatismo que privilegia la popularidad y la rentabilidad electoral sobre la congruencia político-ideológica.

Por todo esto, tenemos que aceptar en nuestro país una gran asignatura pendiente: una ley de partidos políticos para garantizar que funjan como instrumentos de los ciudadanos para construir un mejor futuro y dejen de estar capturados por las dirigencias.

La posibilidad de que los ciudadanos intervengan en la definición de los candidatos de los partidos es una de las mejores prácticas para lograrlo. Pero no es la única medida.

Requerimos exorcizar el hechizo y recuperar el interés general en la cosa pública. Participar democráticamente en todos los espacios que requieran la construcción de acuerdos. Hacer ciudadanía y fortalecer instituciones que garanticen límites a la concentración y el abuso del poder, pesos y contrapesos, transparencia, rendición de cuentas y una cultura del Estado de derecho.

Esta tarea es indelegable y se logrará en la medida en que modifiquemos nuestra actitud, tolerancia y compromiso con los demás, sobre todo, con los que piensan y defienden intereses distintos.

La gravedad del momento que atravesamos es un buen aliciente para lograrlo.