/ lunes 3 de mayo de 2021

La infancia, una emoción compartida

“Comprender que antes del lenguaje, esta la mirada de un niño o una niña, que se dirige a todas partes y lo descifra todo de manera festiva”.

Algunas semillas se dispersan y requieren toda una vida para germinar, otras tan solo con un poco de agua será suficiente para cumplir con este propósito.

Crear, gestar, construir o germinar, son preceptos que vinculan los sentidos del humano; entre sueños, anhelos y esperanzas para sobrevivir.

Pasado el tiempo llegara el momento oportuno de recordar imágenes y momentos especiales, algunos vacilantes y fugaces, otros lúdicos y divertidos, pero también aquellos que fueron tristes y dolorosos.

Experiencias que se guardan en la memoria, que nos brindan aprendizaje de una infancia compartida, para comprender una condición de tiempo, donde germina todo lo que soñamos.

Y a propósito de infancia; no podemos olvidar que el alma de un niño o una niña, se muestra soñadora e ingenua, dentro de su propio mundo, integrado a un tejido social establecido por los adultos.

El niño piensa, se mueve y observa; también calla, imagina, dibuja, trabaja, juega, mira televisión, tiene hambre, se enferma, escucha discutir y gritar a los adultos; pero además recibe regaños y desafortunadamente en otras ocasiones es objeto de maltratos y abusos.

Sabemos que en algunas regiones del planeta, existe el caos, penurias y tensiones, que afectan a la sociedad; desde luego que México no es la excepción, y es precisamente bajo estas condiciones que se fraguan las historias de millones de niños, sin contar los conflictos políticos y sociales que nos dan otra realidad de las relaciones humanas.

Recordemos que en la Edad Media […no había infancia…] Las niñas eran apartadas y criadas en la vida doméstica y preparadas en su función reproductora para el matrimonio.

En el caso de los niños, una vez completada sus capacidades psicomotoras, eran integrados directamente en la sociedad.

Así que literalmente no había diferencias entre niños y adultos: los niños vivían con los adultos y obvio no iban a la escuela, ya que escogían a sus propios maestros; desde luego quienes tenían la posibilidad de hacerlo, otros simplemente recibían la instrucción de sus padres.

Los niños eran considerados “adultos jóvenes” y, por lo tanto, la categoría de […infancia…] como instancia diferenciadora por edad no existía.

La familia no tenía una función afectiva, sino la de conservación de los bienes y el sustento a través de la práctica de un oficio.

Fue a finales del S XVII que ocurrieron dos cambios fundamentales.

En primer lugar en la esfera familiar, sucedió un cambio afectivo entre los esposos, y de éstos hacia a sus hijos.

Aun no se trata de una familia constituida en función de la propiedad y la fortuna; sino de una familia en función de los hijos y de su educación.

Así que niños y niñas salen del anonimato, se dan a conocer y se constituyen en una dimensión afectiva determinante de la familia.

Y en segundo lugar, la aparición de la escuela como un ámbito de encierro para disciplinar y educar a los niños.

Fue a partir del siglo XVIII que comienza a aparecer una característica endógena en la familia, que permite un vínculo en la intimidad de la vida privada, diferenciándose de la sociedad. Esto por supuesto que va a fortalecer los procesos que buscan mayor identidad incluyendo a niños y niñas.

No podemos negar que nacemos y nos integramos, a un vocerío de luz, a ser los oyentes de melodías de palabras y expresiones, que nos irán estructurando como hablantes dentro de casa.

Es así como crecemos, dentro de un entramado de ritmos y frases, que nos dan identidad desde que somos niños, con el único propósito de no olvidar la etapa de la infancia, que debe ser fortalecida, cuidada y amada.

Recordemos que el mundo se dilata y engrandece cuando es testigo del nacimiento de un niño; pero cuando nace una niña, aparece la belleza del paisaje y al mismo tiempo surge el perfume de la floresta.

Porque un niño o una niña, es una criatura mágica, que sin duda es el motivo más grande, que tenemos para vivir el día de hoy.

“Comprender que antes del lenguaje, esta la mirada de un niño o una niña, que se dirige a todas partes y lo descifra todo de manera festiva”.

Algunas semillas se dispersan y requieren toda una vida para germinar, otras tan solo con un poco de agua será suficiente para cumplir con este propósito.

Crear, gestar, construir o germinar, son preceptos que vinculan los sentidos del humano; entre sueños, anhelos y esperanzas para sobrevivir.

Pasado el tiempo llegara el momento oportuno de recordar imágenes y momentos especiales, algunos vacilantes y fugaces, otros lúdicos y divertidos, pero también aquellos que fueron tristes y dolorosos.

Experiencias que se guardan en la memoria, que nos brindan aprendizaje de una infancia compartida, para comprender una condición de tiempo, donde germina todo lo que soñamos.

Y a propósito de infancia; no podemos olvidar que el alma de un niño o una niña, se muestra soñadora e ingenua, dentro de su propio mundo, integrado a un tejido social establecido por los adultos.

El niño piensa, se mueve y observa; también calla, imagina, dibuja, trabaja, juega, mira televisión, tiene hambre, se enferma, escucha discutir y gritar a los adultos; pero además recibe regaños y desafortunadamente en otras ocasiones es objeto de maltratos y abusos.

Sabemos que en algunas regiones del planeta, existe el caos, penurias y tensiones, que afectan a la sociedad; desde luego que México no es la excepción, y es precisamente bajo estas condiciones que se fraguan las historias de millones de niños, sin contar los conflictos políticos y sociales que nos dan otra realidad de las relaciones humanas.

Recordemos que en la Edad Media […no había infancia…] Las niñas eran apartadas y criadas en la vida doméstica y preparadas en su función reproductora para el matrimonio.

En el caso de los niños, una vez completada sus capacidades psicomotoras, eran integrados directamente en la sociedad.

Así que literalmente no había diferencias entre niños y adultos: los niños vivían con los adultos y obvio no iban a la escuela, ya que escogían a sus propios maestros; desde luego quienes tenían la posibilidad de hacerlo, otros simplemente recibían la instrucción de sus padres.

Los niños eran considerados “adultos jóvenes” y, por lo tanto, la categoría de […infancia…] como instancia diferenciadora por edad no existía.

La familia no tenía una función afectiva, sino la de conservación de los bienes y el sustento a través de la práctica de un oficio.

Fue a finales del S XVII que ocurrieron dos cambios fundamentales.

En primer lugar en la esfera familiar, sucedió un cambio afectivo entre los esposos, y de éstos hacia a sus hijos.

Aun no se trata de una familia constituida en función de la propiedad y la fortuna; sino de una familia en función de los hijos y de su educación.

Así que niños y niñas salen del anonimato, se dan a conocer y se constituyen en una dimensión afectiva determinante de la familia.

Y en segundo lugar, la aparición de la escuela como un ámbito de encierro para disciplinar y educar a los niños.

Fue a partir del siglo XVIII que comienza a aparecer una característica endógena en la familia, que permite un vínculo en la intimidad de la vida privada, diferenciándose de la sociedad. Esto por supuesto que va a fortalecer los procesos que buscan mayor identidad incluyendo a niños y niñas.

No podemos negar que nacemos y nos integramos, a un vocerío de luz, a ser los oyentes de melodías de palabras y expresiones, que nos irán estructurando como hablantes dentro de casa.

Es así como crecemos, dentro de un entramado de ritmos y frases, que nos dan identidad desde que somos niños, con el único propósito de no olvidar la etapa de la infancia, que debe ser fortalecida, cuidada y amada.

Recordemos que el mundo se dilata y engrandece cuando es testigo del nacimiento de un niño; pero cuando nace una niña, aparece la belleza del paisaje y al mismo tiempo surge el perfume de la floresta.

Porque un niño o una niña, es una criatura mágica, que sin duda es el motivo más grande, que tenemos para vivir el día de hoy.