/ sábado 30 de abril de 2022

La infancia, una emoción compartida

“Antes del lenguaje, esta la mirada de un niño o una niña, que se dirige a todas partes y lo descifra todo de manera festiva”.

Algunas semillas se dispersan y requieren toda una vida para germinar, otras tan solo con un poco de agua será suficiente, para cumplir con este propósito.

Recordemos que crear, gestar o construir, son preceptos que vinculan los sentidos del ser humano; entre sueños, anhelos y esperanzas para vivir.

Pasado el tiempo llegará el momento oportuno de recordar imágenes y momentos especiales, algunos vacilantes y fugaces, otros lúdicos y divertidos, pero también aquellos que fueron tristes y dolorosos.

Experiencias que tenemos en la memoria, ya que nos brindan aprendizaje de una infancia compartida, para comprender una condición de tiempo, donde germina todo lo que soñamos.

Y a propósito de infancia; no podemos olvidar que el alma de un niño o una niña, se muestra soñadora e ingenua, dentro de su propio mundo, integrado a un tejido social establecido por los adultos.

El niño(a) piensa, se mueve y observa; también calla, imagina, dibuja, trabaja, juega, mira televisión, tiene hambre, se enferma, escucha discutir o gritar a los adultos; pero además recibe regaños y desafortunadamente en otras ocasiones es objeto de maltratos y abusos.

Sabemos que en algunas regiones del planeta, existe el caos, penurias y tensiones, que afectan a la sociedad; desde luego que México no es la excepción, les aquejan: pobreza, trabajo, deserción escolar y violencia, al interior de las familias, entre otras; y es precisamente bajo estas condiciones que se fraguan las historias de millones de niños, sin contar los conflictos políticos y sociales que nos dan otra realidad de las relaciones humanas.

La niñez es una geografía, un territorio, un espacio que nos llevamos para el resto de la vida, donde construimos las primeras relaciones sociales, los primeros encuentros que configuran un proceso humanizante.

Por esa razón necesitamos desmontar la idea de que el niño es propiedad del adulto.

Recordemos que en la Edad Media […no había infancia…] Las niñas eran apartadas y preparadas para el matrimonio.

Y en el caso de los niños, una vez completada sus capacidades psicomotoras, eran integrados directamente en la sociedad.

Así que literalmente no había diferencias entre niños y adultos: los niños vivían con los adultos y obvio, no iban a la escuela, ya que escogían a sus propios maestros; desde luego que muchos otros no podían hacerlo, y tan solo recibían la instrucción de sus padres.

De esta forma la familia no tenía una función afectiva, sino la de conservación de los bienes y el sustento a través de la práctica de un oficio.

Fue a finales del S XVII, que ocurrieron dos cambios fundamentales.

En primer lugar en la esfera familiar, sucedió un cambio afectivo de padres a hijos.

Por supuesto que aun, no se trata de una familia constituida en función de la propiedad y la fortuna; sino de una familia en función de los hijos y su educación.

Por lo que simplemente los niños y niñas, salen del anonimato, se dan a conocer y se constituyen en una dimensión afectiva determinante de la familia.

Y en segundo lugar, la aparición de la escuela como un ámbito de encierro, para disciplinar y educar a los niños.

Fue a partir del siglo XVIII, que comienza a aparecer una característica endógena en la familia, que permite un vínculo en la intimidad de la vida privada, diferenciándose de la sociedad.

Esto por supuesto que va a fortalecer los procesos que buscan mayor identidad incluyendo a niños y niñas.

No podemos negar que nacemos y nos integramos, a un vocerío de luz, a ser los oyentes de melodías de palabras y expresiones, que nos estructuran como hablantes dentro de casa.

Es así como crecemos, dentro de un entramado de ritmos y frases, que nos dan identidad desde que somos niños, con el único propósito de no olvidar la etapa de la infancia, que debe ser fortalecida, cuidada y amada.

Recordemos que el mundo se dilata y engrandece cuando es testigo del nacimiento de un niño; pero cuando nace una niña, aparece la belleza del paisaje y al mismo tiempo surge el perfume de la floresta.

[…Porque un niño o una niña, es una criatura mágica, que sin duda es el motivo más grande, que tenemos para vivir el día de hoy…]

“Antes del lenguaje, esta la mirada de un niño o una niña, que se dirige a todas partes y lo descifra todo de manera festiva”.

Algunas semillas se dispersan y requieren toda una vida para germinar, otras tan solo con un poco de agua será suficiente, para cumplir con este propósito.

Recordemos que crear, gestar o construir, son preceptos que vinculan los sentidos del ser humano; entre sueños, anhelos y esperanzas para vivir.

Pasado el tiempo llegará el momento oportuno de recordar imágenes y momentos especiales, algunos vacilantes y fugaces, otros lúdicos y divertidos, pero también aquellos que fueron tristes y dolorosos.

Experiencias que tenemos en la memoria, ya que nos brindan aprendizaje de una infancia compartida, para comprender una condición de tiempo, donde germina todo lo que soñamos.

Y a propósito de infancia; no podemos olvidar que el alma de un niño o una niña, se muestra soñadora e ingenua, dentro de su propio mundo, integrado a un tejido social establecido por los adultos.

El niño(a) piensa, se mueve y observa; también calla, imagina, dibuja, trabaja, juega, mira televisión, tiene hambre, se enferma, escucha discutir o gritar a los adultos; pero además recibe regaños y desafortunadamente en otras ocasiones es objeto de maltratos y abusos.

Sabemos que en algunas regiones del planeta, existe el caos, penurias y tensiones, que afectan a la sociedad; desde luego que México no es la excepción, les aquejan: pobreza, trabajo, deserción escolar y violencia, al interior de las familias, entre otras; y es precisamente bajo estas condiciones que se fraguan las historias de millones de niños, sin contar los conflictos políticos y sociales que nos dan otra realidad de las relaciones humanas.

La niñez es una geografía, un territorio, un espacio que nos llevamos para el resto de la vida, donde construimos las primeras relaciones sociales, los primeros encuentros que configuran un proceso humanizante.

Por esa razón necesitamos desmontar la idea de que el niño es propiedad del adulto.

Recordemos que en la Edad Media […no había infancia…] Las niñas eran apartadas y preparadas para el matrimonio.

Y en el caso de los niños, una vez completada sus capacidades psicomotoras, eran integrados directamente en la sociedad.

Así que literalmente no había diferencias entre niños y adultos: los niños vivían con los adultos y obvio, no iban a la escuela, ya que escogían a sus propios maestros; desde luego que muchos otros no podían hacerlo, y tan solo recibían la instrucción de sus padres.

De esta forma la familia no tenía una función afectiva, sino la de conservación de los bienes y el sustento a través de la práctica de un oficio.

Fue a finales del S XVII, que ocurrieron dos cambios fundamentales.

En primer lugar en la esfera familiar, sucedió un cambio afectivo de padres a hijos.

Por supuesto que aun, no se trata de una familia constituida en función de la propiedad y la fortuna; sino de una familia en función de los hijos y su educación.

Por lo que simplemente los niños y niñas, salen del anonimato, se dan a conocer y se constituyen en una dimensión afectiva determinante de la familia.

Y en segundo lugar, la aparición de la escuela como un ámbito de encierro, para disciplinar y educar a los niños.

Fue a partir del siglo XVIII, que comienza a aparecer una característica endógena en la familia, que permite un vínculo en la intimidad de la vida privada, diferenciándose de la sociedad.

Esto por supuesto que va a fortalecer los procesos que buscan mayor identidad incluyendo a niños y niñas.

No podemos negar que nacemos y nos integramos, a un vocerío de luz, a ser los oyentes de melodías de palabras y expresiones, que nos estructuran como hablantes dentro de casa.

Es así como crecemos, dentro de un entramado de ritmos y frases, que nos dan identidad desde que somos niños, con el único propósito de no olvidar la etapa de la infancia, que debe ser fortalecida, cuidada y amada.

Recordemos que el mundo se dilata y engrandece cuando es testigo del nacimiento de un niño; pero cuando nace una niña, aparece la belleza del paisaje y al mismo tiempo surge el perfume de la floresta.

[…Porque un niño o una niña, es una criatura mágica, que sin duda es el motivo más grande, que tenemos para vivir el día de hoy…]