/ sábado 18 de noviembre de 2023

La melancolía otra expresión de vida

¿Y que se hace cuando el nudo está en el alma y no en la garganta?

Interesante saber que a partir del siglo XVII, que se perfiló hacia el racionalismo y la modernidad; se acompañó, no solo del avance de áreas como: la economía, la política, las ciencias, la filosofía, la geografía, la antropología, las artes y otras más; sino también de aquello singularmente intangible, como son el conjunto de actitudes y emociones, que van desde la autocrítica, el arraigo, el descontento, la incertidumbre y la nostalgia, hasta las más sensibles y agudas, como la melancolía, la angustia y el temor.

En el caso de la “melancholia” proviene de los términos griegos “melas”, que significa negro o triste, y de “kholis”, que significa bilis o cólera (melankholía).

La expresión “bilis negra” deriva del latín “atrabilis” o “atra-bilis”, que tiene por igual un significado, tanto la melancolía misma como el acceso de locura.

La melancolía se podría definir como una tristeza vaga, profunda y permanente, originada por causas físicas o “morales”, manifestándose en quien la padece como falta de gusto o diversión, ante todo.

Que extrañas referencias, que la melancolía es causada por falta de gusto o diversión y una moral desvanecida.

Por otra parte, también se considera el ámbito médico, que le da el sentido de manía, en que dominan las afecciones morales que provocan la tristeza; (otra vez moral)

Hemos de mencionar que la moral puede cambiar de una generación a otra; que finalmente se traduce en costumbres del individuo, inmerso en un grupo social; sin embargo, lo que no cambia son las emociones y los sentimientos que manifiesta en este mundo, que cada vez se muestra fracturado e incoherente, donde impera la tecnología y la digitalización; pero también inundado de hipocresía y consumismo; además de una cultura del desecho.

De tal forma que la melancolía, es un problema histórico, filosófico, artístico y cultural.

Los especialistas refieren que hay tristezas que afectan el cuerpo y otras que implican al alma. Se habla de la herencia de la depresión y, más aún, de una tristeza que es calificada como enfermedad, la cual es tratada con medicamentos que proliferan en la práctica psiquiátrica.

Llegado el siglo XIX, la ciencia psiquiátrica se enfrenta a la tarea de sistematizar las enfermedades mentales. En este rubro la melancolía comienza entonces a “esconderse”, a un intento de clasificación.

Poco más tarde, definitivamente se consideró como un patrimonio de la ciencia médica, con la difusión de un término muy poco difundido; lipemanía o lipeminitis.

Aunque ya se hablaba de ciertas tristezas, como enfermedades en sí mismas, donde caben las pasiones que tiene una persona y que por supuesto seguirán siendo culpables de la producción de los más diversos estados de ánimo que se reflejan de manera muy parecida; donde influyen las costumbres, la religión, la cultura y la edad, de quien padece la tan temida melancolía.

Porque sin excepción todos hemos padecido melancolía y/o tristeza, cuando el espejo multiplica profundos recuerdos de alguien en casa ha dejado de respirar, o en su caso de una niñez dibujada desde el patio de la casa, que se muestra melancólica, dócil y amigable; pero también lacerante, aguda y dolorosa.

Profecía de un paisaje oculto y secreto desbordado en congoja, fiebre y cólera, donde languidecen los dioses, impávidos y mudos, donde las aves inquietas vuelan al revés, donde el agua vaticina y reinventa los sueños, que deambulan sin nombre en la calle ardorosa, donde un niño transmuta y vuela en el papel, al encuentro de palabras pétreas o congeladas.

Allá donde la música aguarda suspendida en la pizarra y discurre un laberinto en la hoja que se escribe, que nos lleva a descubrir una geografía deshabitada donde se reinventan, tiempos y lugares.

Allá donde el camino es solo una visión, un espejismo, un invento para llegar a algún lugar o tal vez a ningún sitio, en este mundo sin principio ni fin, refugio de todas las especies, donde los tropiezos están inundados de estruendos y silencios, donde se fraguan arroyos de vida en direcciones opuestas.

Ahí donde las tentaciones bulliciosas de los dioses no existen, donde el hambre polvorienta busca apoderarse de la palabra con otra dimensión, eco estrecho donde resuellan los colores, donde se nace con una plegaria y se camina descalzo al oscuro final.

Donde la melancolía; nos enfrenta y se hace presente, para darnos a conocer que, en otro tiempo, hubo alegría.

¿Será cierto?



¿Y que se hace cuando el nudo está en el alma y no en la garganta?

Interesante saber que a partir del siglo XVII, que se perfiló hacia el racionalismo y la modernidad; se acompañó, no solo del avance de áreas como: la economía, la política, las ciencias, la filosofía, la geografía, la antropología, las artes y otras más; sino también de aquello singularmente intangible, como son el conjunto de actitudes y emociones, que van desde la autocrítica, el arraigo, el descontento, la incertidumbre y la nostalgia, hasta las más sensibles y agudas, como la melancolía, la angustia y el temor.

En el caso de la “melancholia” proviene de los términos griegos “melas”, que significa negro o triste, y de “kholis”, que significa bilis o cólera (melankholía).

La expresión “bilis negra” deriva del latín “atrabilis” o “atra-bilis”, que tiene por igual un significado, tanto la melancolía misma como el acceso de locura.

La melancolía se podría definir como una tristeza vaga, profunda y permanente, originada por causas físicas o “morales”, manifestándose en quien la padece como falta de gusto o diversión, ante todo.

Que extrañas referencias, que la melancolía es causada por falta de gusto o diversión y una moral desvanecida.

Por otra parte, también se considera el ámbito médico, que le da el sentido de manía, en que dominan las afecciones morales que provocan la tristeza; (otra vez moral)

Hemos de mencionar que la moral puede cambiar de una generación a otra; que finalmente se traduce en costumbres del individuo, inmerso en un grupo social; sin embargo, lo que no cambia son las emociones y los sentimientos que manifiesta en este mundo, que cada vez se muestra fracturado e incoherente, donde impera la tecnología y la digitalización; pero también inundado de hipocresía y consumismo; además de una cultura del desecho.

De tal forma que la melancolía, es un problema histórico, filosófico, artístico y cultural.

Los especialistas refieren que hay tristezas que afectan el cuerpo y otras que implican al alma. Se habla de la herencia de la depresión y, más aún, de una tristeza que es calificada como enfermedad, la cual es tratada con medicamentos que proliferan en la práctica psiquiátrica.

Llegado el siglo XIX, la ciencia psiquiátrica se enfrenta a la tarea de sistematizar las enfermedades mentales. En este rubro la melancolía comienza entonces a “esconderse”, a un intento de clasificación.

Poco más tarde, definitivamente se consideró como un patrimonio de la ciencia médica, con la difusión de un término muy poco difundido; lipemanía o lipeminitis.

Aunque ya se hablaba de ciertas tristezas, como enfermedades en sí mismas, donde caben las pasiones que tiene una persona y que por supuesto seguirán siendo culpables de la producción de los más diversos estados de ánimo que se reflejan de manera muy parecida; donde influyen las costumbres, la religión, la cultura y la edad, de quien padece la tan temida melancolía.

Porque sin excepción todos hemos padecido melancolía y/o tristeza, cuando el espejo multiplica profundos recuerdos de alguien en casa ha dejado de respirar, o en su caso de una niñez dibujada desde el patio de la casa, que se muestra melancólica, dócil y amigable; pero también lacerante, aguda y dolorosa.

Profecía de un paisaje oculto y secreto desbordado en congoja, fiebre y cólera, donde languidecen los dioses, impávidos y mudos, donde las aves inquietas vuelan al revés, donde el agua vaticina y reinventa los sueños, que deambulan sin nombre en la calle ardorosa, donde un niño transmuta y vuela en el papel, al encuentro de palabras pétreas o congeladas.

Allá donde la música aguarda suspendida en la pizarra y discurre un laberinto en la hoja que se escribe, que nos lleva a descubrir una geografía deshabitada donde se reinventan, tiempos y lugares.

Allá donde el camino es solo una visión, un espejismo, un invento para llegar a algún lugar o tal vez a ningún sitio, en este mundo sin principio ni fin, refugio de todas las especies, donde los tropiezos están inundados de estruendos y silencios, donde se fraguan arroyos de vida en direcciones opuestas.

Ahí donde las tentaciones bulliciosas de los dioses no existen, donde el hambre polvorienta busca apoderarse de la palabra con otra dimensión, eco estrecho donde resuellan los colores, donde se nace con una plegaria y se camina descalzo al oscuro final.

Donde la melancolía; nos enfrenta y se hace presente, para darnos a conocer que, en otro tiempo, hubo alegría.

¿Será cierto?