/ sábado 20 de noviembre de 2021

La tolerancia de la intolerancia

“No es tolerante quien no tolera la intolerancia”

Jaime Balmes

A pesar del fenómeno de la globalización, las sociedades del mundo se encuentran formadas por diferentes grupos y comunidades, cuyas creencias, intereses y puntos de vista son muy complejos.

Esto implica que la capacidad de los individuos para tolerar ideas desiguales, o incluso opuestas a las propias, es una cualidad no solo moralmente deseable, sino además, imprescindible para la supervivencia y el desarrollo de la civilización moderna.

Bajo estos argumentos suponemos que vivimos en una sociedad considerada como “tolerante” y no sólo en materia de creencias religiosas o ideologías políticas, sino incluso de prácticas y orientaciones sexuales, que hasta hace poco, fueron condenadas a guardarse en secreto.

Ahora nuestras diferencias como individuos, nos permite […manifestarnos y supuestamente convivir…] con plena libertad, pero siempre apegados a la tolerancia, que es una capacidad y un valor esencial en la vida, no solo en la relación con los demás, sino también para relacionarnos con nosotros mismos.

Sin embargo debemos comprender, que es la simple disposición para convivir con todo aquello, que desafortunadamente nos puede disgustar, por no comulgar con las mismas creencias y formas de vida de otros.

Por otro lado, suponemos que todas estas relaciones de convivencia, están fincadas en el respeto, lo cual significa “observar dos veces, con atención” el lugar y con quien nos encontremos, antes de hacer un juicio o tomar una decisión que no nos favorezca.

Pero si somos personas “inflexibles”, esto se manifestará como una rigidez hacia las actitudes y comportamientos de los demás, que puede convertirse en una actitud extremadamente severa, lo cual resulta en una intolerancia.

Sin embargo en una sociedad que predica la tolerancia, las personas opinamos pero no “sabemos”, discutimos las consecuencias y no las “causas”, por tal razón acudimos a palabras como: “mala intención e intolerancia”, para juzgar o criticar un acontecimiento que rechazamos y no se tolera.

En ese momento surge la intolerancia, allí donde las personas entran en una dinámica de comportamiento y actitudes, para “castigar al intolerante”, estableciendo una línea divisoria entre “nosotros” y “el o ellos” fomentando la polarización social.

Proceso que se plasma en la sociedad, por una diferencia de elementos culturales convencionales e incluso legales, que pueden reforzar la intolerancia, que se sustenta en esquemas cognitivos y patrones de comportamiento.

De otra forma damos paso a la crítica, y basta decir que los soportamos o aguantamos, y no que los toleramos.

Así que tolerar implica tomar una decisión “No hay tolerancia cuando no se tiene nada que perder y todavía menos, cuando se tiene todo que ganar soportando, es decir, no haciendo nada” lo cual se puede interpretar como indolencia e indiferencia.

Si al fin toleramos una conducta o una opinión, es porque revisamos las consecuencias de nuestra intolerancia, razón demás para analizar nuestra capacidad de intolerancia.

Cabe citar la paradoja de la tolerancia, que fue descrita por el filósofo austríaco Karl Popper en 1945.

Popper concluyó que, aunque parece paradójico, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia.

Por lo que tolerar requiere que no sea un hecho fatal y ajeno a la voluntad humana.

Nuestra intolerancia social no mata a nadie, no desarraiga ninguna opinión, pero nos conduce fácilmente a desfigurarlas para su difusión.

[…Y no lo podemos negar nos encontramos hambrientos de tolerancia, y desnutridos no sólo por carencias de ella, sino por este principio ético, que significa la supremacía del valor de las personas y de su dignidad, que consiste en el respeto y el aprecio de la diversidad, algo esencial para la convivencia y el ejercicio de los derechos humanos…]


“No es tolerante quien no tolera la intolerancia”

Jaime Balmes

A pesar del fenómeno de la globalización, las sociedades del mundo se encuentran formadas por diferentes grupos y comunidades, cuyas creencias, intereses y puntos de vista son muy complejos.

Esto implica que la capacidad de los individuos para tolerar ideas desiguales, o incluso opuestas a las propias, es una cualidad no solo moralmente deseable, sino además, imprescindible para la supervivencia y el desarrollo de la civilización moderna.

Bajo estos argumentos suponemos que vivimos en una sociedad considerada como “tolerante” y no sólo en materia de creencias religiosas o ideologías políticas, sino incluso de prácticas y orientaciones sexuales, que hasta hace poco, fueron condenadas a guardarse en secreto.

Ahora nuestras diferencias como individuos, nos permite […manifestarnos y supuestamente convivir…] con plena libertad, pero siempre apegados a la tolerancia, que es una capacidad y un valor esencial en la vida, no solo en la relación con los demás, sino también para relacionarnos con nosotros mismos.

Sin embargo debemos comprender, que es la simple disposición para convivir con todo aquello, que desafortunadamente nos puede disgustar, por no comulgar con las mismas creencias y formas de vida de otros.

Por otro lado, suponemos que todas estas relaciones de convivencia, están fincadas en el respeto, lo cual significa “observar dos veces, con atención” el lugar y con quien nos encontremos, antes de hacer un juicio o tomar una decisión que no nos favorezca.

Pero si somos personas “inflexibles”, esto se manifestará como una rigidez hacia las actitudes y comportamientos de los demás, que puede convertirse en una actitud extremadamente severa, lo cual resulta en una intolerancia.

Sin embargo en una sociedad que predica la tolerancia, las personas opinamos pero no “sabemos”, discutimos las consecuencias y no las “causas”, por tal razón acudimos a palabras como: “mala intención e intolerancia”, para juzgar o criticar un acontecimiento que rechazamos y no se tolera.

En ese momento surge la intolerancia, allí donde las personas entran en una dinámica de comportamiento y actitudes, para “castigar al intolerante”, estableciendo una línea divisoria entre “nosotros” y “el o ellos” fomentando la polarización social.

Proceso que se plasma en la sociedad, por una diferencia de elementos culturales convencionales e incluso legales, que pueden reforzar la intolerancia, que se sustenta en esquemas cognitivos y patrones de comportamiento.

De otra forma damos paso a la crítica, y basta decir que los soportamos o aguantamos, y no que los toleramos.

Así que tolerar implica tomar una decisión “No hay tolerancia cuando no se tiene nada que perder y todavía menos, cuando se tiene todo que ganar soportando, es decir, no haciendo nada” lo cual se puede interpretar como indolencia e indiferencia.

Si al fin toleramos una conducta o una opinión, es porque revisamos las consecuencias de nuestra intolerancia, razón demás para analizar nuestra capacidad de intolerancia.

Cabe citar la paradoja de la tolerancia, que fue descrita por el filósofo austríaco Karl Popper en 1945.

Popper concluyó que, aunque parece paradójico, para mantener una sociedad tolerante, la sociedad tiene que ser intolerante con la intolerancia.

Por lo que tolerar requiere que no sea un hecho fatal y ajeno a la voluntad humana.

Nuestra intolerancia social no mata a nadie, no desarraiga ninguna opinión, pero nos conduce fácilmente a desfigurarlas para su difusión.

[…Y no lo podemos negar nos encontramos hambrientos de tolerancia, y desnutridos no sólo por carencias de ella, sino por este principio ético, que significa la supremacía del valor de las personas y de su dignidad, que consiste en el respeto y el aprecio de la diversidad, algo esencial para la convivencia y el ejercicio de los derechos humanos…]