/ jueves 6 de agosto de 2020

Las causas del progreso

La riqueza de un país se sustenta en dos circunstancias principales: primero, en el capital humano, es decir en las habilidades y capacidades de su fuerza laboral, de la gente que trabaja; segundo, en la cantidad de capital humano que se emplea en un trabajo útil y productivo, es decir en la gente que es útil y que colabora en la producción de un bien, sea producto o servicio, y que tiene que ser más gente que la que no produce.

Pero incluso considerando esas dos circunstancias, quizá es más importante la primera, pues de las habilidades y capacidades de la fuerza laboral de un país es de donde se desprenden las innovaciones en los negocios, en la tecnología, en la medicina, en la educación o en cualquier área, agregándole mayor valor al trabajo realizado y produciendo en tan grandes cantidades al grado de cubrir incluso la falta de productividad de los sectores de la población que no participan en los procesos productivos como los niños y los adultos mayores.

El progreso de las actividades empresariales, que ofrecen productos y servicios a la ciudadanía, se ha logrado con base en la división del conocimiento, de ahí surge la importancia de las micros, pequeñas y medianas empresas, quienes se encargan de satisfacer necesidades sumamente específicas que tienen los consumidores y que no son necesidades satisfechas por las grandes empresas debido al volumen de negocio tan pequeño.

En el contexto actual, en México, y ante el cierre o posible cierre de un gran número de micros, pequeñas y medianas empresas, el impacto negativo no solo radica en la caída de la actividad económica, es decir en la compra y venta, ni tampoco radica únicamente en la alta tasa de desempleo que ya de por sí es muy grave pues han sido alrededor de 12 millones de puestos de trabajo perdidos entre la formalidad y la informalidad, sino que la gravedad también radica en la pérdida de los conocimientos adquiridos y las habilidades desarrolladas por los trabajadores.

Indudablemente, la desaparición de las micros, pequeñas y medianas empresas se lleva consigo la posibilidad que tienen los trabajadores, sobre todo los jóvenes que recién se integran al campo laboral, para adquirir conocimientos prácticos no articulados en el momento y en el lugar, o dicho de otra manera pierden la posibilidad de adquirir conocimientos que se obtienen haciendo el trabajo: “learning by doing”, desde un corte de pelo hasta un proceso de moldeo por inyección de plástico.

Pero también, el estrés generado por la situación económica y laboral, además de la emergencia sanitaria, destruye la capacidad de trabajar en equipo y la división del trabajo dentro de un equipo. Cada ciudadano hace las cosas a su manera y es entendible, ante la urgencia de satisfacer sus necesidades básicas. Sin embargo, la división del trabajo dentro de un equipo es lo que ha elevado los niveles de productividad de cualquier sociedad, así como el uso de las herramientas más óptimas para sus labores.

Ahora, desgraciadamente, no solo tenemos un país enfermo, sino tenemos también un país obsoleto incapaz de ofrecer servicios de educación pública básica en línea, un país incapaz de incorporar talentos a equipos multidisciplinarios en donde el progreso surja de la división del conocimiento, un país incapaz de fortalecer el marco jurídico necesario para la innovación y el emprendimiento ante las múltiples violaciones a la propiedad privada… y, quizá, un país incapaz de recuperarse de una crisis de bienestar tan severa, ante lo cual no hay que preguntarse: ¿Cuándo empieza la recuperación? La pregunta correcta es: ¿Habrá recuperación?


La riqueza de un país se sustenta en dos circunstancias principales: primero, en el capital humano, es decir en las habilidades y capacidades de su fuerza laboral, de la gente que trabaja; segundo, en la cantidad de capital humano que se emplea en un trabajo útil y productivo, es decir en la gente que es útil y que colabora en la producción de un bien, sea producto o servicio, y que tiene que ser más gente que la que no produce.

Pero incluso considerando esas dos circunstancias, quizá es más importante la primera, pues de las habilidades y capacidades de la fuerza laboral de un país es de donde se desprenden las innovaciones en los negocios, en la tecnología, en la medicina, en la educación o en cualquier área, agregándole mayor valor al trabajo realizado y produciendo en tan grandes cantidades al grado de cubrir incluso la falta de productividad de los sectores de la población que no participan en los procesos productivos como los niños y los adultos mayores.

El progreso de las actividades empresariales, que ofrecen productos y servicios a la ciudadanía, se ha logrado con base en la división del conocimiento, de ahí surge la importancia de las micros, pequeñas y medianas empresas, quienes se encargan de satisfacer necesidades sumamente específicas que tienen los consumidores y que no son necesidades satisfechas por las grandes empresas debido al volumen de negocio tan pequeño.

En el contexto actual, en México, y ante el cierre o posible cierre de un gran número de micros, pequeñas y medianas empresas, el impacto negativo no solo radica en la caída de la actividad económica, es decir en la compra y venta, ni tampoco radica únicamente en la alta tasa de desempleo que ya de por sí es muy grave pues han sido alrededor de 12 millones de puestos de trabajo perdidos entre la formalidad y la informalidad, sino que la gravedad también radica en la pérdida de los conocimientos adquiridos y las habilidades desarrolladas por los trabajadores.

Indudablemente, la desaparición de las micros, pequeñas y medianas empresas se lleva consigo la posibilidad que tienen los trabajadores, sobre todo los jóvenes que recién se integran al campo laboral, para adquirir conocimientos prácticos no articulados en el momento y en el lugar, o dicho de otra manera pierden la posibilidad de adquirir conocimientos que se obtienen haciendo el trabajo: “learning by doing”, desde un corte de pelo hasta un proceso de moldeo por inyección de plástico.

Pero también, el estrés generado por la situación económica y laboral, además de la emergencia sanitaria, destruye la capacidad de trabajar en equipo y la división del trabajo dentro de un equipo. Cada ciudadano hace las cosas a su manera y es entendible, ante la urgencia de satisfacer sus necesidades básicas. Sin embargo, la división del trabajo dentro de un equipo es lo que ha elevado los niveles de productividad de cualquier sociedad, así como el uso de las herramientas más óptimas para sus labores.

Ahora, desgraciadamente, no solo tenemos un país enfermo, sino tenemos también un país obsoleto incapaz de ofrecer servicios de educación pública básica en línea, un país incapaz de incorporar talentos a equipos multidisciplinarios en donde el progreso surja de la división del conocimiento, un país incapaz de fortalecer el marco jurídico necesario para la innovación y el emprendimiento ante las múltiples violaciones a la propiedad privada… y, quizá, un país incapaz de recuperarse de una crisis de bienestar tan severa, ante lo cual no hay que preguntarse: ¿Cuándo empieza la recuperación? La pregunta correcta es: ¿Habrá recuperación?