Uno de los acontecimientos que más se habían comentado por años era que Apolinar Machado, individuo de muchos pantalones que de nadie se dejaba, incluso lo identificaban como integrante de la famosa y poderosa División del Norte de Pancho Villa, y en esos años de mayor actividad militar, se le habían colgado muchos muertitos, ya que se decía que era uno de los brazos ejecutores y sanguinario del famoso guerrillero Francisco Villa. Fue así que los habitantes de Chihuahua tenían miedo ya de él, pues además de ser medio “perro”, su deporte favorito eran los guamazos y los balazos.
Era un gran jinete, se le reconocía por su habilidad con los caballos, pues durante la guerra, había recorrido muchos rincones del Estado y fuera de este con su famoso caballo, “El Negro” que, decía que tenía pactos con el mismísimo demonio, ya que, por las noches, se veía solo la silueta, pues, además, el mismo Apolinar, siempre vestía de negro. En una ocasión, el aguerrido Apolinar, estaba cansado de la jornada del día, pues la revolución le había dejado algunas tierritas y poseía muchas cabezas de ganado, por ello, se le ocurrió dirigirse a echarse unos tragos con Melitón Escárcega a la cantina “La Paz” que, más tarde se llamaría la “Antigua Paz”. Entraron y se sentaron en la barra donde se encontraban muchos tomándose sus tequilitas, algunos, lo habían saludado quitándose el sombrero, otros, ni siquiera lo voltearon a ver, pues como lo había mencionado antes, otros tenían resentimiento contra él, ya que, entre los muertitos que estaban en su conciencia, algunos de los familiares todavía vivían.
Pasaron las horas y las bebidas alcohólicas empezaron a ser su efecto, Apolinar y Melitón, ya estaban muy pasados de copas, y en un rincón de esa cantina estaban tres individuos que eran hermanos que no le habían quitado la vista durante toda la tarde a los dos amigos, aunque Apolinar, ni siquiera se había dado cuenta. Al pagar lo que habían consumido, salieron abrazados como buenos amigos de ahí de la cantina, y detrás de ellos, se encaminaron los hermanos de apellido Frías, los cuales, se habían puesto de acuerdo para acabar con la vida del ex villista. Ya cuando llegaron a la altura del parque Lerdo, los Frías se habían dirigido a sus caballos, donde sacaron algunas sogas y dos machetes. La cosa se iba poner muy fea, pues estos hermanos, lo que querían hacer era vengar a su papá, que había sido golpeado salvajemente y arrastrado con el caballo de Apolinar por todo el mezquital, quedando el pobre hombre desfigurado y fulminado por los golpes en las piedras del camino. Fue así que uno de ellos de nombre Agustino, se adelantó, y a la altura del parque Lerdo, hoy las avenidas Bolívar y Ocampo, se puso frente a Apolinar y Melitón mientras que, Fidencio y Anastasio, se habían colocado en la retaguardia: “¡Maldito, por fin te tengo de frente, desgraciado!”. En ese momento, y un tanto destanteado y medio perdido por la borrachera que traía, quiso sacar su pistola, y los Frías que estaba atrás, lo golpearon a él y a Melitón con la cacha de la pistola e inmediatamente, los amarraron y llevaron con rumbo incierto.
Era una noche tenebrosa, ya que, se esperaba que cayera una tormenta, los relámpagos hacían parpadear halos de luz en los cerros Coronel y Grande, cuando los Frías habían llegado a una parte alejada de la pequeña población de Chihuahua, era un arroyo que la gente le denominaba de “Los Perros”, pues el municipio tiraba en ese lugar a los animales callejeros que recogía, y sacrificaba; ubicada donde hoy es la vialidad Cantera a la altura del Ortiz Mena. Ahí bajarían a los dos hombres y empezaron a golpearlos con saña; Apolinar, resistía como todo un “macho”, pues sus andanzas lo habían curtido como un cuero bastante duro. Un golpe tras otro recibía sin piedad, mientras que Melitón, lo habían dejado a un lado pues él nada tenía que ver con el asunto, dejándolo fuera de servicio con el golpe en la cabeza.
Mientras la fiesta era con Apolinar que, ya tenía golpes por todo el cuerpo, y, aun así, se levantaba y daba pelea, dejando a Fidencio Frías fuera de servicio. Los dos hermanos temerosos que no pudieran tener éxito con tanto golpe hacia el sanguinario ex villista, tomaron la decisión de golpearlo con una piedra en la cabeza, dejándolo inconsciente. Para evitar que pudiera recuperarse, y al calor del odio, y el desenfreno, Agustino tomó su machete, y le ordenó a Anastasio que lo levantara, éste un tanto perdido, lo hizo, y tomando vuelo con el filoso instrumento, se lo dejó caer al cuello de Apolinar, cayendo la cabeza en medio del panorama tenebroso, con relámpagos en el cielo que tronaban como aviso del inicio de una terrible tormenta. La sangre y el cuerpo del odiado ex villista yacían en el suelo, entre los cadáveres de los animales que estaban ahí en ese arroyo pestilente. La cabeza rodó hasta el fondo, y el cuerpo quedó ahí en una ladera bañado con la sangre que empezaba a escurrir, producto de la fuerte lluvia que precipitaba en ese lugar. Melitón en cambio, se quedó desmayado entre la inmundicia. Cosa rara, al lugar en medio de la tempestad, llegaba su caballo “El Negro” que había sido fiel en todas las andanzas de su amo Apolinar.
Al día siguiente, la noticia corrió como pólvora por toda la región, pues un personaje tan famoso, temido y odiado, era para la mayoría un verdadero respiro al saber que había muerto. La autoridad, se concretó a dar con el cadáver después de varios días del crimen, y tras una fuerte búsqueda, lograron dar con él, sin la cabeza; su cuerpo carcomido por los animales, y en estado de descomposición. Unos hombres lo recogieron para llevárselo a sus familiares y darle “santa sepultura”, mientras que, otros afanosamente, buscaron la cabeza, y por más que habían “peinado” la zona, nunca la encontraron. Lo curioso es que, el caballo negro, nunca se había movido del lugar, y ya, se apreciaba débil por la falta de alimento, al cual, también se lo llevaron a una caballeriza que tenían en los baños del Jordán, donde hoy es la YMCA de Chihuahua.
Corría el año de 1924, y ya, se había olvidado un tanto la muerte del infeliz ex villista, y la ley nunca comprobó nada de quién o quiénes, habían sido los responsables del atroz asesinato; el caballo, murió misteriosamente, sin saber los motivos por lo que, las cosas se quedaron en aparente calma. En ese entonces, el mismo día que Anastasio había descargado su machete sobre la cabeza de Apolinar, un 15 de julio de 1925, se disponía a salir hacia la comunidad de Santa Isabel, a llevar varios encargos a unos amigos. Tomaría el atardecer para salir de Chihuahua y librarse del calor, siendo las 19:00 horas cuando tomaría rumbo al sur oeste. Más o menos a la altura de El Charco, cuando la luz del día se había apagado, las tinieblas de la noche hacían presencia y el cielo amenazaba tormenta, de repente Anastasio, observó una silueta muy cerca de su camino y al pasar unos minutos, de repente se le emparejó un jinete, y cuyas ropas eran negras con un caballo del mismo color. Al voltear el que fuera el asesino de Apolinar, se le erizó toda la piel al ver que el que estaba a su lado, era un individuo sin cabeza, de repente, el caballo de Anastasio empezó a relinchar, y correr como loco, dejándolo sin control, lo que causó que se cayera del animal, pero con la mala fortuna que uno de los pies, se quedó atorado en el estribo, por lo que el caballo se llevó arrastrándolo por toda la zona, quedando finalmente desfigurado por el arrastre. El Jinete sólo se concretó a quedarse por un rato y desapareció sin rumbo fijo.
La noticia se propagó por toda la región y la familia Frías, lo único que le quedaba, era sepultar a su muertito Anastasio. Para el 20 de julio de 1926, Fidencio y Agustino, se fueron con unos amigos a embriagarse en las peñas del cerro Coronel, la cosa duró hasta altas horas del noche, y, entre las sombras de la noche y el viento que soplaba tempestuosamente, se percibió a un individuo que trotaba en su caballo, y entre la borrachera y la sinrazón, se percataron los Frías que estaban frente a ellos, un hombre vestido de negro y sin cabeza, montado en un caballo con mirada de diablo. Los Frías se sorprendieron, y uno de ellos se tropezó hacia atrás, agarrando a su hermano cayendo irremediablemente al vacío, destrozándose ambos la cabeza en una de las peñas. Los demás, corriendo como alma que lleva el diablo llegando al poblado de Chihuahua gritando la noticia “¡Los mató el hombre sin cabeza!” “¡Los mató el hombre sin cabeza!”. La noticia contagió a toda la pequeña ciudad y la gente empezó a sentir terror de que se le apareciera el que después llamaran y se formaría la leyenda del “Jinete sin Cabeza”.
Doctor en Administración. Maestro investigador FCA-UACh.
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