Ni yo soy Montesquieu, ni vosotros «Les Cordeliers».
A mí, me faltan cientos de millas de conocimiento. Y trillones de incandescencia LED, para alcanzar la luminosidad de Montesquieu.
Ni siquiera, para comprender bien a bien, "El Espíritu de las Leyes".
Y a vosotros otro tanto para empatar con el esplendor del club de los Cordeliers (Club de los Cordeleros) o Sociedad de Amigos de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Tenéis cosas en común.
La sangre hirviente, algunos bohemios activistas (buenos, por cierto), y el instinto radical.
¿Diferencias?... Muchas.
Aquellos representaban al pueblo más humilde, los «sans-culottes». Vosotros hostigáis al campesino que se resiste vivir en la ignominia y busca alternativas de desarrollo.
Aquellos, ayudaban al indigente.
Y vosotros, respondéis sólo al radicalismo extremo bajo la bandera ecologista; condenáis a los desposeídos que guardan riqueza bajo sus tierras comunales, y quieren comerciar con ella, los condenáis por atrevidos.
Os hacéis notar con el estandarte de la "protección al medio ambiente" ondeando y profiriendo presagios, como otrora, los inquisidores perseguían a sus enemigos con La Cruz por delante, y el poder del Vaticano, cómplice, condenando a los herejes.
Aquellos, aunque igualmente radicales, se dividieron en dos bandos. No se soportaban entre sí:
Los Indulgentes o dantonistas, partidarios de Georges-Jacques Danton.
Y los, Exagerados o hébertistas, partidarios de Jacques-René Hébert, autores de la ley de sospechosos y promotores de una dictadura de la Comuna.
A su escición, tuvieron enfrentamientos encarnizados entre sí. Su ADN los arrastraba siempre a la polémica y a la confrontación, aunque fuera entre ellos mismos.
Ambos grupos, sin embargo, fueron eliminados por los Robespierristas: los Hébertistas fueron guillotinados; y un par de meses después los Dantonistas (Danton, Desmoulins, y Fabre d'Énglantine) también fueron ejecutados, por allá por los lejanos años de 1794.
Los Robespierristas, que por lo visto eran más ultras, se los despacharon.
A más de 200 años, la naturaleza humana no cambia.
Habemos unos de cierto pensar y hay otros radicalmente opuestos. Afortunadamente los tiempos han cambiado, de otro modo, las diferencias se zanjarían en tajos con espada, o estocadas mortales, sólo "por quítame estas pajas".
Que prive la elocuencia, el acuerdo, la diplomacia, pero sobre todo... La razón.
¿Va?