/ jueves 24 de febrero de 2022

Los lugares comunes en los que desaparecen nuestras niñas y niños

Para abrir estas líneas, recurro a esta frase atribuída a Stacia Tauscher: “Nos preocupamos por aquello en lo que un niño se convierta mañana, pero olvidamos que ya es alguien hoy”, partiendo de la reflexión que en esta ocasión nos sirve de tema para abordar en este espacio.

Para muchos -al menos en el discurso- no hay nada más importante que nuestros menores. Pero no pasa de palabrerías, porque proponer, crear o implementar políticas públicas efectivas dirigidas para niñas, niños y adolescentes se ha vuelto simplemente un discurso embaucador… se ha vuelto un lugar común. No exagero con lo anterior: si mi apreciable lector se remonta a la época electoral, podrá constatar que para más de un aspirante a algún puesto de representación la niñez es lo más importante. Lo juran y perjuran, al menos hasta que, teniendo el poder para volver las palabras en hechos, prefieren que el discurso se vuelva precisamente una bola de promesas que, de tanto decirlas, no se han vuelto verdad sino que se han reafirmado como burlas.

Más que entender mis palabras, espero que entiendan mi sentir: Por alrededor de tres años ya se ha pugnado por la implementación en Chihuahua del Código Adam, instrumento que surge de una terrible experiencia. La desaparición de Adam Walsh en 1981 conmocionó a propios y extraños y culminó con la localización del menor cruelmente asesinado, cuyos padres se esforzaron por generar un mecanismo que atendiera cualquier desaparición de manera inmediata y eficaz para evitar a otras familias pasar por esta terrible experiencia.

Lo que en Estados Unidos es una realidad desde 2006, pensábamos que sería la oportunidad para nuestras autoridades de salir del lugar común. Sin embargo, aún a varios meses después del término legal que obliga al Ejecutivo a convocar a una Comisión plural para concretar su creación, no tenemos un Código Adam. Tampoco tenemos uno sino más de 4,500 casos de niñas y niños que permanecen sin ser localizados y cuyas familias viven un calvario. Para quienes somos padres o madres, una serie de sentimientos nada placenteros nos invaden con la sola idea de imaginar lo que estas miles de familias viven a diario. Para quienes aún no son padres o madres, cambiemos el punto de partida: todos hemos sido niños; remontémonos ahora a nuestra infancia y pensemos si es que en alguna ocasión, ya sea por accidente, descuido o infortunio, perdimos de vista a aquella persona que era nuestro escudo ante el mundo.

Sin duda alguna, es aterrador pensar en todos esos miles de niños que han desaparecido en Chihuahua, pero más aterrador es la impotencia que sufren las familias al no contar con herramientas y mecanismos que combatan este lamentable problema de manera inmediata. La desaparición forzada de menores aumenta y sin necesidad de más ejercicios de imaginación que dejen a quien lee con un mal sabor de boca, esto es lamentablemente un elefante blanco. Nuestros niños y niñas tienen solo una infancia: hagámosla memorable y sobre todo invulnerable.


Economista. Diputado local


Para abrir estas líneas, recurro a esta frase atribuída a Stacia Tauscher: “Nos preocupamos por aquello en lo que un niño se convierta mañana, pero olvidamos que ya es alguien hoy”, partiendo de la reflexión que en esta ocasión nos sirve de tema para abordar en este espacio.

Para muchos -al menos en el discurso- no hay nada más importante que nuestros menores. Pero no pasa de palabrerías, porque proponer, crear o implementar políticas públicas efectivas dirigidas para niñas, niños y adolescentes se ha vuelto simplemente un discurso embaucador… se ha vuelto un lugar común. No exagero con lo anterior: si mi apreciable lector se remonta a la época electoral, podrá constatar que para más de un aspirante a algún puesto de representación la niñez es lo más importante. Lo juran y perjuran, al menos hasta que, teniendo el poder para volver las palabras en hechos, prefieren que el discurso se vuelva precisamente una bola de promesas que, de tanto decirlas, no se han vuelto verdad sino que se han reafirmado como burlas.

Más que entender mis palabras, espero que entiendan mi sentir: Por alrededor de tres años ya se ha pugnado por la implementación en Chihuahua del Código Adam, instrumento que surge de una terrible experiencia. La desaparición de Adam Walsh en 1981 conmocionó a propios y extraños y culminó con la localización del menor cruelmente asesinado, cuyos padres se esforzaron por generar un mecanismo que atendiera cualquier desaparición de manera inmediata y eficaz para evitar a otras familias pasar por esta terrible experiencia.

Lo que en Estados Unidos es una realidad desde 2006, pensábamos que sería la oportunidad para nuestras autoridades de salir del lugar común. Sin embargo, aún a varios meses después del término legal que obliga al Ejecutivo a convocar a una Comisión plural para concretar su creación, no tenemos un Código Adam. Tampoco tenemos uno sino más de 4,500 casos de niñas y niños que permanecen sin ser localizados y cuyas familias viven un calvario. Para quienes somos padres o madres, una serie de sentimientos nada placenteros nos invaden con la sola idea de imaginar lo que estas miles de familias viven a diario. Para quienes aún no son padres o madres, cambiemos el punto de partida: todos hemos sido niños; remontémonos ahora a nuestra infancia y pensemos si es que en alguna ocasión, ya sea por accidente, descuido o infortunio, perdimos de vista a aquella persona que era nuestro escudo ante el mundo.

Sin duda alguna, es aterrador pensar en todos esos miles de niños que han desaparecido en Chihuahua, pero más aterrador es la impotencia que sufren las familias al no contar con herramientas y mecanismos que combatan este lamentable problema de manera inmediata. La desaparición forzada de menores aumenta y sin necesidad de más ejercicios de imaginación que dejen a quien lee con un mal sabor de boca, esto es lamentablemente un elefante blanco. Nuestros niños y niñas tienen solo una infancia: hagámosla memorable y sobre todo invulnerable.


Economista. Diputado local