/ jueves 12 de noviembre de 2020

México y las elecciones en Estados Unidos

Al ser el sistema democrático representativo más antiguo del mundo, las elecciones en Estados Unidos siempre serán atractivas para su análisis, sus peculiaridades como el Colegio Electoral, el marcado bipartidismo, los debates electorales televisados y la innegable influencia norteamericana en el mundo, especialmente en México generan la mayor de las atenciones.

En esta ocasión, el proceso electoral involucró a dos políticos opuestos diametralmente. El republicano Donald Trump, junto a otros mandatarios, comparten ser catalogados de populistas, asiduo al discurso beligerante “políticamente incorrecto” que divide a sus gobernados, posiciona a las minorías étnicas como sus adversarios, mantiene señalamientos fuertes a los medios de comunicación que cuestionan rigurosos sus decisiones, ultraconservador, se presenta a si mismo como víctima de las “fake news” y de la prensa sin ética. Por el otro lado el demócrata Joe Biden, mesurado, progresista, con experiencia como vicepresidente bajo el mandato de Barack Obama, se presentó como la alternativa ecuánime frente a las posturas radicales de Trump.

A pesar de que el proceso aún no finaliza, las tendencias numéricas favorecen al candidato demócrata. Los comicios han arrojado datos interesantes como el de ser uno de los más concurridos, generar al candidato perdedor con más votos a favor, actitud protagónico de los medios masivos de comunicación, proceso debatido, disputado, álgido, abierto, digno de “La democracia en América” de Alexis de Tocqueville, el pionero en analizar la lógica democrática en el país del norte.

El proceso electoral estadounidense arrojó también una señal peligrosa para la sociedad: la exacerbada polarización, característica que parece ser condición en las democracias en las que un populista participa. La intolerancia y el descrédito a lo que no sea propio genera condiciones adversas para la gobernabilidad y ahonda más en el descrédito de la política. Entre politólogos circula la necesidad de evitar que la polarización sea el eje rector de la vida pública, no es que la desigualdad económica y social irrumpan con fuerza, no, la referencia se dirige a evitar estrategias de gobierno divisorias, condicionantes de la democracia propia.

Ahora bien, “Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, indudablemente el proceso electoral en el país del norte repercutirá en la relación bilateral con su vecino del sur, de entrada, ya hay señalamientos en contra por la posición del gobierno mexicano de no reconocer a Joe Biden como el candidato ganador, la explicación es el apego de nuestra política exterior a la ancestral Doctrina Estrada, que unas veces se respeta y otras no tanto, el reto es que el reconocimiento tardío no contamine los puntos de la agenda entre ambos países, llena de pendientes y carente de negociadores.

Como juarenses nuestras expectativas se fundan en la propuesta de solución a dos problemas que afectan nuestra cotidianidad y que desafortunadamente el paso de distintas administraciones federales no encuentran soluciones: migración y seguridad.

Posibles soluciones al tema migratorio deberían abarcar la vieja demanda de regularizar la estadía de millones de mexicanos que viven en Estados Unidos de manera irregular y la crisis que sufren los migrantes varados en nuestra ciudad en espera solucionar su estatus. La inseguridad al tener orígenes múltiples requiere alternativas múltiples. Sin duda, una buena noticia sería la implementación de controles para disminuir y erradicar el tráfico de armas norte – sur, una exigencia en la agenda bilateral desde la administración del Presidente Calderón que sigue sin respuesta, los grupos conservadores norteamericanos que defienden el derecho a poseer armas ha pesado más que la nota diplomática y las quejas del gobierno mexicano.

Ya el presidente López Obrador ha dado muestras de pragmatismo al aceptar condiciones duras de la administración Trump, que generaron algunos logros comerciales como la puesta en marcha del T – Mec, aunque para ello debió dejar de lado posturas ideológicas. Seguramente sabrá negociar con una posible administración Biden, así el reconocimiento a su victoria electoral sea tardío. Eso sí, siempre aceptando el papel que México ocupa en esa álgida mesa de negociación, nada de polarizaciones exacerbadas, esas son domésticas o para otro tipo de gobiernos, nunca para los Estados Unidos.

Al ser el sistema democrático representativo más antiguo del mundo, las elecciones en Estados Unidos siempre serán atractivas para su análisis, sus peculiaridades como el Colegio Electoral, el marcado bipartidismo, los debates electorales televisados y la innegable influencia norteamericana en el mundo, especialmente en México generan la mayor de las atenciones.

En esta ocasión, el proceso electoral involucró a dos políticos opuestos diametralmente. El republicano Donald Trump, junto a otros mandatarios, comparten ser catalogados de populistas, asiduo al discurso beligerante “políticamente incorrecto” que divide a sus gobernados, posiciona a las minorías étnicas como sus adversarios, mantiene señalamientos fuertes a los medios de comunicación que cuestionan rigurosos sus decisiones, ultraconservador, se presenta a si mismo como víctima de las “fake news” y de la prensa sin ética. Por el otro lado el demócrata Joe Biden, mesurado, progresista, con experiencia como vicepresidente bajo el mandato de Barack Obama, se presentó como la alternativa ecuánime frente a las posturas radicales de Trump.

A pesar de que el proceso aún no finaliza, las tendencias numéricas favorecen al candidato demócrata. Los comicios han arrojado datos interesantes como el de ser uno de los más concurridos, generar al candidato perdedor con más votos a favor, actitud protagónico de los medios masivos de comunicación, proceso debatido, disputado, álgido, abierto, digno de “La democracia en América” de Alexis de Tocqueville, el pionero en analizar la lógica democrática en el país del norte.

El proceso electoral estadounidense arrojó también una señal peligrosa para la sociedad: la exacerbada polarización, característica que parece ser condición en las democracias en las que un populista participa. La intolerancia y el descrédito a lo que no sea propio genera condiciones adversas para la gobernabilidad y ahonda más en el descrédito de la política. Entre politólogos circula la necesidad de evitar que la polarización sea el eje rector de la vida pública, no es que la desigualdad económica y social irrumpan con fuerza, no, la referencia se dirige a evitar estrategias de gobierno divisorias, condicionantes de la democracia propia.

Ahora bien, “Tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, indudablemente el proceso electoral en el país del norte repercutirá en la relación bilateral con su vecino del sur, de entrada, ya hay señalamientos en contra por la posición del gobierno mexicano de no reconocer a Joe Biden como el candidato ganador, la explicación es el apego de nuestra política exterior a la ancestral Doctrina Estrada, que unas veces se respeta y otras no tanto, el reto es que el reconocimiento tardío no contamine los puntos de la agenda entre ambos países, llena de pendientes y carente de negociadores.

Como juarenses nuestras expectativas se fundan en la propuesta de solución a dos problemas que afectan nuestra cotidianidad y que desafortunadamente el paso de distintas administraciones federales no encuentran soluciones: migración y seguridad.

Posibles soluciones al tema migratorio deberían abarcar la vieja demanda de regularizar la estadía de millones de mexicanos que viven en Estados Unidos de manera irregular y la crisis que sufren los migrantes varados en nuestra ciudad en espera solucionar su estatus. La inseguridad al tener orígenes múltiples requiere alternativas múltiples. Sin duda, una buena noticia sería la implementación de controles para disminuir y erradicar el tráfico de armas norte – sur, una exigencia en la agenda bilateral desde la administración del Presidente Calderón que sigue sin respuesta, los grupos conservadores norteamericanos que defienden el derecho a poseer armas ha pesado más que la nota diplomática y las quejas del gobierno mexicano.

Ya el presidente López Obrador ha dado muestras de pragmatismo al aceptar condiciones duras de la administración Trump, que generaron algunos logros comerciales como la puesta en marcha del T – Mec, aunque para ello debió dejar de lado posturas ideológicas. Seguramente sabrá negociar con una posible administración Biden, así el reconocimiento a su victoria electoral sea tardío. Eso sí, siempre aceptando el papel que México ocupa en esa álgida mesa de negociación, nada de polarizaciones exacerbadas, esas son domésticas o para otro tipo de gobiernos, nunca para los Estados Unidos.