/ viernes 23 de noviembre de 2018

No Ficción

La locura de las compras compulsivas nos ha alcanzado

Hasta hace pocos años veía con asombro lo que ocurría en Estados Unidos el llamado viernes negro: gente corriendo como poseída en la búsqueda de la oferta de un producto mayoritariamente inútil.

Hoy estamos sumidos en una versión igualmente vergonzosa. Las imágenes de comprador peleando por una televisión es la versión actualizada de la barbarie prehistórica. Aunque peor, porque en la antigüedad se peleaba por hambre o por honor. Hoy se pelea por ser el primero en gastar el dinero inútilmente. Porque bien visto: ¿en que abona a la calidad de vida un artículo electrónico? Y no me refiero a la comodidad inherente a la creación de un electrodoméstico, sino a la verdadera calidad de vida: paz, armonía, amor, lealtad. Todos estos conceptos quedan sepultados por la vorágine comercial que nos tiene atados al volante con las ofertas del buen fin.

Los consumidores no ganan nada: ahorrar en electrónicos no es ahorro. Es gastar menos. Pero a fin de cuentas gastar. Creo que nadie necesita una televisión 4K para vivir mejor. Al contrario: lo único que la acompaña es la frustración de los programas televisivos de pésima calidad, que vistos en una súper pantalla solo hace más obvios los errores de producción.

En mi vida he tenido momentos de comprador compulsivo y también momentos de ahorrador converso. Solo esto último me ha dado felicidad. La compra obsesiva siempre me dejó insatisfecho y frustrado. El dinero nunca fue suficiente y en el aparador se quedó algo que quería y no pude comprar.

Y no es que esté en contra del comercio, de la compra venta o de tener mejores cosas. Lo que me parece deplorable es que la vida de alguien gire en torno de las compras. La vida es mucho más que eso.


La locura de las compras compulsivas nos ha alcanzado

Hasta hace pocos años veía con asombro lo que ocurría en Estados Unidos el llamado viernes negro: gente corriendo como poseída en la búsqueda de la oferta de un producto mayoritariamente inútil.

Hoy estamos sumidos en una versión igualmente vergonzosa. Las imágenes de comprador peleando por una televisión es la versión actualizada de la barbarie prehistórica. Aunque peor, porque en la antigüedad se peleaba por hambre o por honor. Hoy se pelea por ser el primero en gastar el dinero inútilmente. Porque bien visto: ¿en que abona a la calidad de vida un artículo electrónico? Y no me refiero a la comodidad inherente a la creación de un electrodoméstico, sino a la verdadera calidad de vida: paz, armonía, amor, lealtad. Todos estos conceptos quedan sepultados por la vorágine comercial que nos tiene atados al volante con las ofertas del buen fin.

Los consumidores no ganan nada: ahorrar en electrónicos no es ahorro. Es gastar menos. Pero a fin de cuentas gastar. Creo que nadie necesita una televisión 4K para vivir mejor. Al contrario: lo único que la acompaña es la frustración de los programas televisivos de pésima calidad, que vistos en una súper pantalla solo hace más obvios los errores de producción.

En mi vida he tenido momentos de comprador compulsivo y también momentos de ahorrador converso. Solo esto último me ha dado felicidad. La compra obsesiva siempre me dejó insatisfecho y frustrado. El dinero nunca fue suficiente y en el aparador se quedó algo que quería y no pude comprar.

Y no es que esté en contra del comercio, de la compra venta o de tener mejores cosas. Lo que me parece deplorable es que la vida de alguien gire en torno de las compras. La vida es mucho más que eso.


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