El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Jn 8:7
Hace años, cuando el internet y sobre todo las redes socio digitales todavía no existían, la información fluía en una sola dirección y era casi inexistente el intercambio de opiniones entre medio y público.
En la actualidad, con todas las posibilidades que ofrece internet, la opinión pública está al alcance de todos. De entrada parece bueno, pero esa facilidad de intercambio no siempre da buenos resultados.
Un ejemplo reciente es el caso de Karen Espíndola, la joven reportada como desaparecida por su madre y que apareció al día siguiente viva y sana.
La sociedad la ha destrozado mediáticamente, y en casi todas las conversaciones el juicio y la condena han sido implacables.
Los medios, ciertamente influyentes por su nivel de penetración, no ayudan: pareciera que hubieran preferido encontrar un cuerpo mutilado, vejado. Materia prima para las primeras planas.
Con esta inclinación subjetiva, la salida lógica es la lapidación a la mentirosa.
Karen se equivocó. Lo reconoce y acepta. Hasta ahí, el peso de su responsabilidad. Todo lo demás ha sido creado por terceros.
La desaparición temporal de Karen nos permite ver que hay cambios profundos en la reacción social frente a la posibilidad de una mujer desaparecida. La gente reaccionó inmediatamente y obligó a la autoridad a actuar. Qué bueno que no encontraron el cuerpo muerto.
Que si Karen mintió o no, no nos corresponde juzgarlo. Hagamos solo lo que ayuda, sigamos reaccionando ante la posibilidad de una desaparición, sin importar si es o no una equivocación, omisión o mentira.
Por otro lado, la misma Karen manda un mensaje que no debe pasar inadvertido: la confianza y la honestidad debe marcar el camino. Mentir acarrea serios problemas. Vale más avisar o pedir permiso que perdón. Nunca la premisa opuesta ha sido correcta.
Quien nunca se ha equivocado es quien puede juzgar a Karen.
