/ jueves 19 de mayo de 2022

O todos, o ninguno

La gira del presidente López Obrador por Centroamérica marca una tendencia distinta en la historia de relación con los países al sur de nuestro territorio, historia en la que, generalmente, México dio la espalda en diversos intentos de complacer a la región del norte.

Importantes acuerdos tuvieron lugar durante esta gira, como el establecimiento de un mercado libre de aranceles en algunos productos intercambiados con Belice; la cooperación en temas de salud con Cuba, uno de los países más avanzados en diversas especialidades médicas; o la instauración y evaluación de programas sociales en países como Honduras y El Salvador, a fin de mitigar las causas que obligan a su gente a abandonar su lugar de origen y sumergirse en los peligros de la migración.


Desde el comienzo de este gobierno se ha dejado clara la postura en cuanto a la procuración de unidad en América Latina, con respeto a la soberanía y diversidad de los pueblos que la integran. Y en ese panorama, México juega un papel trascendental, pues gracias a la legitimidad que se ha ganado Andrés Manuel López Obrador, hoy podemos hablar de un Estado líder en la región, muy a pesar de aquellos demócratas de ocasión que, tratándose de países pobres o de ideología distinta, se muestran a favor de la exclusión.


En esta lógica de solidaridad y colaboración con los países centroamericanos, sería una incongruencia que el ejecutivo mexicano actuara contrariando a los principios de política exterior plasmados en nuestra Carta Magna, por ello, ante el anuncio de que Venezuela, Cuba y Nicaragua, quedarían fuera de la IX Cumbre de las Américas, nuestro presidente fue tajante al decir que enviaría al canciller Marcelo Ebrard en un mensaje de protesta contra la política intervencionista, pugnando por la política de fraternidad sin distinción de posturas ideológicas.

En las reuniones de la Cumbre de las Américas, celebrada cada tres años, los Jefes de Estado se congregan para discutir políticas sociales, comerciales y económicas; sumando esfuerzos en una búsqueda de soluciones y desarrollo con una visión compartida para el futuro de la región. Es francamente ridículo que el presidente de México tenga que estar explicando a la comitiva organizadora de la Cumbre de las Américas las razones por las cuales todos los países deben ser invitados. No hay que ser Nostradamus para adivinar lo favorable que resultaría abrirse al diálogo y al intercambio de opiniones.


A la crítica del presidente de México le siguió la del presidente de Bolivia, Luis Arce; de Honduras, Xiomara Castro; de Argentina, Alberto Fernández; de Chile, Gabriel Boric, y hasta el de Brasil, Jair Bolsonaro, que ha considerado no asistir. Nuestro presidente ha demostrado el liderazgo que México ha adquirido en apenas tres años en el exterior; su apoyo a los países menos favorecidos de la región para adquirir vacunas y salir a flote en lo más crudo de la pandemia, le otorgaron el respeto y respaldo de sus homólogos. Tan es así, que el mismo Joe Biden ha cedido al flexibilizar sus políticas restrictivas hacia Cuba, autorizando más vuelos y remesas.


Aunque resulte impensable para algunos, e incluso utópico para otros, la realidad es que nos encontramos en un punto del tablero internacional en el que solo la solidaridad como continente puede hacer contrapeso al gigante asiático, y empezar por la inclusión en la Cumbre de las Américas sería un paso formidable. Además, se lo debemos a nuestra América Latina, que si algo le caracteriza es la lucha pasada y presente de un mundo que busca en la libertad el triunfo del espíritu.


Pero, para que las cosas pasen, primero hay que creer que pueden pasar. Hay que creer que es posible consolidar una América diferente, reconciliada; una que por fin haga una corrección corajuda de la miseria que mancha nuestro suelo.

La gira del presidente López Obrador por Centroamérica marca una tendencia distinta en la historia de relación con los países al sur de nuestro territorio, historia en la que, generalmente, México dio la espalda en diversos intentos de complacer a la región del norte.

Importantes acuerdos tuvieron lugar durante esta gira, como el establecimiento de un mercado libre de aranceles en algunos productos intercambiados con Belice; la cooperación en temas de salud con Cuba, uno de los países más avanzados en diversas especialidades médicas; o la instauración y evaluación de programas sociales en países como Honduras y El Salvador, a fin de mitigar las causas que obligan a su gente a abandonar su lugar de origen y sumergirse en los peligros de la migración.


Desde el comienzo de este gobierno se ha dejado clara la postura en cuanto a la procuración de unidad en América Latina, con respeto a la soberanía y diversidad de los pueblos que la integran. Y en ese panorama, México juega un papel trascendental, pues gracias a la legitimidad que se ha ganado Andrés Manuel López Obrador, hoy podemos hablar de un Estado líder en la región, muy a pesar de aquellos demócratas de ocasión que, tratándose de países pobres o de ideología distinta, se muestran a favor de la exclusión.


En esta lógica de solidaridad y colaboración con los países centroamericanos, sería una incongruencia que el ejecutivo mexicano actuara contrariando a los principios de política exterior plasmados en nuestra Carta Magna, por ello, ante el anuncio de que Venezuela, Cuba y Nicaragua, quedarían fuera de la IX Cumbre de las Américas, nuestro presidente fue tajante al decir que enviaría al canciller Marcelo Ebrard en un mensaje de protesta contra la política intervencionista, pugnando por la política de fraternidad sin distinción de posturas ideológicas.

En las reuniones de la Cumbre de las Américas, celebrada cada tres años, los Jefes de Estado se congregan para discutir políticas sociales, comerciales y económicas; sumando esfuerzos en una búsqueda de soluciones y desarrollo con una visión compartida para el futuro de la región. Es francamente ridículo que el presidente de México tenga que estar explicando a la comitiva organizadora de la Cumbre de las Américas las razones por las cuales todos los países deben ser invitados. No hay que ser Nostradamus para adivinar lo favorable que resultaría abrirse al diálogo y al intercambio de opiniones.


A la crítica del presidente de México le siguió la del presidente de Bolivia, Luis Arce; de Honduras, Xiomara Castro; de Argentina, Alberto Fernández; de Chile, Gabriel Boric, y hasta el de Brasil, Jair Bolsonaro, que ha considerado no asistir. Nuestro presidente ha demostrado el liderazgo que México ha adquirido en apenas tres años en el exterior; su apoyo a los países menos favorecidos de la región para adquirir vacunas y salir a flote en lo más crudo de la pandemia, le otorgaron el respeto y respaldo de sus homólogos. Tan es así, que el mismo Joe Biden ha cedido al flexibilizar sus políticas restrictivas hacia Cuba, autorizando más vuelos y remesas.


Aunque resulte impensable para algunos, e incluso utópico para otros, la realidad es que nos encontramos en un punto del tablero internacional en el que solo la solidaridad como continente puede hacer contrapeso al gigante asiático, y empezar por la inclusión en la Cumbre de las Américas sería un paso formidable. Además, se lo debemos a nuestra América Latina, que si algo le caracteriza es la lucha pasada y presente de un mundo que busca en la libertad el triunfo del espíritu.


Pero, para que las cosas pasen, primero hay que creer que pueden pasar. Hay que creer que es posible consolidar una América diferente, reconciliada; una que por fin haga una corrección corajuda de la miseria que mancha nuestro suelo.