/ viernes 6 de septiembre de 2024

Recordando el dilema del erizo

Sabemos que la filosofía, es una de las disciplinas más antiguas desarrolladas por el ser humano.

Y en cualquier época, han surgido reflexiones acerca de diferentes aspectos sobre nuestra especie y del funcionamiento del mundo con respecto a su contexto espacio-temporal.

Uno de los filósofos más destacados del siglo XIX es, sin duda, Arthur Schopenhauer. De origen alemán, este influyente autor es popularmente recordado como “el filósofo del pesimismo” ya que desechaba las ideas de algunos otros filósofos.

No obstante, fue autor de algunos de los dilemas del ser humano más interesantes.

Titulado como el “dilema del erizo” publicado en el año 1851; reflexión fincada a modo de parábola y refiere que, “En uno de los inviernos más crudos que se recuerdan, muchos animales murieron a causa del frío. En el caso de los erizos, decidieron agruparse buscando la proximidad corporal para mantener el calor. Sin embargo, la cercanía entre ellos les generaba dolor a causa de los pinchazos que le provocaban sus espinas, por lo que debían alejarse para evitarse daño, cuanto más se acercaban, mayor era el daño que les producían estas espinas.

Tras un rato, y viendo que no aguantaban el dolor, se separaron de nuevo. Como era de esperarse, pasaron solo unos minutos antes de que volvieran a temblar de frío, sintiendo que se congelaban.

No obstante, la sensación de frío les obligaba a volver a unirse, encontrando la distancia justa, para calentarse sin dañarse entre ellos. De esta manera fueron capaces de sobrevivir”.

El significado de la historia remite a las relaciones sociales y como es necesario mostrar nuestras vulnerabilidades a los demás para estrecharlas y hacerlas más íntimas. Sin embargo, eso puede desembocar en que nos sintamos más dolidos por los comportamientos nocivos que tienen los demás con respecto a nosotros, lo que provoca que nos cerremos a nivel social.

La solución que propone Schopenhauer es mantener nuestras relaciones sociales con cierta cercanía, pero también con algo de distancia para no evitar males futuros, aunque que de esta forma no se satisfagan nuestras necesidades sociales totalmente.

Curiosamente esta rara paradoja llamó la atención de Sigmund Freud, quien se refirió a ella en su ensayo “Psicología de las masas y análisis del yo”, donde plantea la teoría de los afectos ambivalentes; es decir, que en todo amor hay odio y viceversa, por lo que, no existen los afectos puros.

De tal forma, que la paradoja planteada por Schopenhauer, se ha vuelto más relevante en la actualidad; ya que el dilema del erizo, expone las complejas relaciones del ser humano.

Interesante saber, que esta paradoja tiene varias interpretaciones, por lo que en las relaciones interpersonales, se puede definir, como la elección entre herirse o morir de frío.

La solución frente a este escenario, es encontrar la distancia óptima, ni tan cerca de los demás como para salir herido, ni tan lejos como para morir de frío.

En este caso, no se habla tanto del cálculo de la distancia cuando se ejerce el amor, como la fuerza capaz de modelar esa frontera, entendiendo, que en el amor se renuncia al egoísmo.

Sin embargo, lo primero es el amor propio, que en este caso equivale a aceptar esos aspectos que no gustan de uno mismo.

Por ejemplo, no eres tú quien me hace daño cuando te niegas a darme algo que necesito, sino que es mi necesidad la que me lastima.

Este tipo de aceptación tendría un efecto inmediato: aquello que conocemos como empatía y que vendría a ser una de las tantas caras del amor. Es esa empatía la que permite acercarse íntimamente al otro, sin herir ni ser herido.

Este dilema también se puede aplicar en el trabajo.

De tal forma, que es importante que sepamos hasta dónde nos tenemos que acercar a una persona o compañero de trabajo, para cumplir nuestros objetivos y buscar el punto óptimo en el que las púas no nos hagan un daño.

Porque en el trabajo, simplemente no nos llevamos bien con esa persona, e incluso no lo podemos negar, que también esto mismo sucede con algunos familiares. Por lo que usted decide hasta donde acercarse para que no le causen daño.

Así que el dilema del erizo, sigue vigente aun después de haberse publicado, hace más de 173 años.

Sabemos que la filosofía, es una de las disciplinas más antiguas desarrolladas por el ser humano.

Y en cualquier época, han surgido reflexiones acerca de diferentes aspectos sobre nuestra especie y del funcionamiento del mundo con respecto a su contexto espacio-temporal.

Uno de los filósofos más destacados del siglo XIX es, sin duda, Arthur Schopenhauer. De origen alemán, este influyente autor es popularmente recordado como “el filósofo del pesimismo” ya que desechaba las ideas de algunos otros filósofos.

No obstante, fue autor de algunos de los dilemas del ser humano más interesantes.

Titulado como el “dilema del erizo” publicado en el año 1851; reflexión fincada a modo de parábola y refiere que, “En uno de los inviernos más crudos que se recuerdan, muchos animales murieron a causa del frío. En el caso de los erizos, decidieron agruparse buscando la proximidad corporal para mantener el calor. Sin embargo, la cercanía entre ellos les generaba dolor a causa de los pinchazos que le provocaban sus espinas, por lo que debían alejarse para evitarse daño, cuanto más se acercaban, mayor era el daño que les producían estas espinas.

Tras un rato, y viendo que no aguantaban el dolor, se separaron de nuevo. Como era de esperarse, pasaron solo unos minutos antes de que volvieran a temblar de frío, sintiendo que se congelaban.

No obstante, la sensación de frío les obligaba a volver a unirse, encontrando la distancia justa, para calentarse sin dañarse entre ellos. De esta manera fueron capaces de sobrevivir”.

El significado de la historia remite a las relaciones sociales y como es necesario mostrar nuestras vulnerabilidades a los demás para estrecharlas y hacerlas más íntimas. Sin embargo, eso puede desembocar en que nos sintamos más dolidos por los comportamientos nocivos que tienen los demás con respecto a nosotros, lo que provoca que nos cerremos a nivel social.

La solución que propone Schopenhauer es mantener nuestras relaciones sociales con cierta cercanía, pero también con algo de distancia para no evitar males futuros, aunque que de esta forma no se satisfagan nuestras necesidades sociales totalmente.

Curiosamente esta rara paradoja llamó la atención de Sigmund Freud, quien se refirió a ella en su ensayo “Psicología de las masas y análisis del yo”, donde plantea la teoría de los afectos ambivalentes; es decir, que en todo amor hay odio y viceversa, por lo que, no existen los afectos puros.

De tal forma, que la paradoja planteada por Schopenhauer, se ha vuelto más relevante en la actualidad; ya que el dilema del erizo, expone las complejas relaciones del ser humano.

Interesante saber, que esta paradoja tiene varias interpretaciones, por lo que en las relaciones interpersonales, se puede definir, como la elección entre herirse o morir de frío.

La solución frente a este escenario, es encontrar la distancia óptima, ni tan cerca de los demás como para salir herido, ni tan lejos como para morir de frío.

En este caso, no se habla tanto del cálculo de la distancia cuando se ejerce el amor, como la fuerza capaz de modelar esa frontera, entendiendo, que en el amor se renuncia al egoísmo.

Sin embargo, lo primero es el amor propio, que en este caso equivale a aceptar esos aspectos que no gustan de uno mismo.

Por ejemplo, no eres tú quien me hace daño cuando te niegas a darme algo que necesito, sino que es mi necesidad la que me lastima.

Este tipo de aceptación tendría un efecto inmediato: aquello que conocemos como empatía y que vendría a ser una de las tantas caras del amor. Es esa empatía la que permite acercarse íntimamente al otro, sin herir ni ser herido.

Este dilema también se puede aplicar en el trabajo.

De tal forma, que es importante que sepamos hasta dónde nos tenemos que acercar a una persona o compañero de trabajo, para cumplir nuestros objetivos y buscar el punto óptimo en el que las púas no nos hagan un daño.

Porque en el trabajo, simplemente no nos llevamos bien con esa persona, e incluso no lo podemos negar, que también esto mismo sucede con algunos familiares. Por lo que usted decide hasta donde acercarse para que no le causen daño.

Así que el dilema del erizo, sigue vigente aun después de haberse publicado, hace más de 173 años.

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¿Y usted tiene discreción?

En el mundo dominado por las redes sociales, la premisa es publicar todo lo que hacemos; así. que es muy común, que las personas siempre estemos presumiendo de nuestros logros o nuestros méritos, buscando la admiración de los demás. Por lo que, exponernos y exponer todo lo que hacemos está de moda. Da igual de lo que se trate: lo que cocinamos, cuándo viajamos, qué ropa utilizamos y dónde la compramos, los logros de nuestros hijos, o qué hacemos cuando nos aburrimos, y hasta las peripecias que hace nuestro perro. El propósito es compartir y exponer la vida privada, la cotidianeidad de cada uno, para que la “vean” nuestras amistades más cercanas, pero además la mayor cantidad de gente. Así, en un mundo de infinitos escaparates, la discreción parece ser un valor que ha quedado en desuso, o en todo caso olvidado. La discreción, hace referencia a la cautela, para no contar lo que uno sabe o para guardar un secreto, cuando no hay necesidad de que lo sepan o conozcan los demás. A veces somos tan abiertos con otras personas, que incurrimos en riesgos, que ni siquiera sabemos que existen, ni las consecuencias que nos van a generar. Además, es habitual entre nosotros, que compitamos con quienes nos rodean, para conseguir figurar en los primeros puestos, buscando el reconocimiento social. Curiosamente en este contexto, la discreción resulta ser una virtud escasa, que facilita la convivencia y las relaciones personales, tanto en los entornos laborales, como en los domésticos o familiares. Frente a estos escenarios, una persona discreta sabe ser cautelosa y callar cuando es conveniente; además también es reservada, especialmente con los asuntos de los demás. Curiosamente una persona con estas cualidades, es confiable y un confidente ideal, con la que podríamos compartir una preocupación, un problema o incluso confiarle un secreto íntimo o privado. Porque estos secretos, no serán compartidos, ni medio compartidos, con otros. Una persona discreta, sabe actuar y hablar con tacto, desde la cercanía, haciendo siempre sentir cómoda a otra persona. Suele ser sensata y no busca figurar, ni ser protagónico. Por lo general no habla de sí misma, ni de sus virtudes ni de sus méritos frente a terceros. Aunque es consciente de ellos y de su valor, se siente más cómoda haciendo visibles las virtudes y los méritos de los demás. No tiene prisa, ya que siempre sabe esperar, hasta que llega el momento oportuno para actuar. Es importante referir, que las personas faltas de discreción, se verán en dificultades para ocultar su verdadero ser, y tratarán de enmascarar todo con excusas. Podríamos mencionar que el valor de la discreción, es directamente proporcional a la prudencia. La discreción es simplemente la base de la confianza. Que extraño se “escucha” que la discreción es la base la confianza; recordemos que la confianza, es resultado de un proceso de conocimiento y aprendizaje, la cual podemos perder en un instante. Porque estimado lector sin dudarlo, usted y un servidor, no nos sentiríamos seguros de compartir información, con personas que puedan darla a conocer con otras personas, con quienes no tenemos empatía o no conocemos. Lo más recomendable es que, si usted desea ser generoso, hágalo con cualquier cosa, menos con la información de los otros. Recuerde que una persona prudente se comporta, con sensatez, eligiendo en cada momento el comentario oportuno, también tiene el control con la información, al ejercer la discreción evitando traicionar el secreto o la intimidad de otros. Esto es un ejemplo de respeto, hacia quien le ha confiado información personal y privada; además es una muestra de lealtad. Y lo más importante una persona discreta y prudente, entiende y valora las emociones que puede sentir el otro y procura no provocar su dolor. Porque una frase o una conducta imprudente, acaban con todo y cambian la opinión que los demás tienen de usted. Recuerde que la confianza, es básica en las relaciones personales. Sin ella no podemos mantener relaciones profundas, tan solo frívolas, y superficiales. Porque una de las ventajas de ser prudente, es que usted consigue tener relaciones personales de calidad y respeto. Así que estimado lector, la pregunta obligada: ¿Y usted tiene el poder de la discreción?

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