Sin duda cuando somos niños, tenemos cuestiones y miradas sobre el mundo que nos rodea, esto nos conduce a pensar de manera diferente y convertirnos en filósofos, a través de dos capacidades, como son: el asombro y la curiosidad ilimitada, por supuesto que estos atributos naturales, nos ayudarán en la casa, en la escuela y en la vida cotidiana, para convertirnos en ciudadanos activos y comprometidos.
Pero para algunos, la vida se ha convertido en un ajetreo continuo, ya que muchas personas sufren las consecuencias del estrés o de un cansancio crónico; además de la dureza de la vida profesional y las exigencias de la industria del ocio.
Podríamos mencionar, que todo esto puede llevar, a una cierta "enajenación", de quien vive, sólo en el momento y para las cosas inmediatas, frente a una vida caótica, saciada de informática; de tal forma que, con frecuencia, resulta difícil detenernos, para pensar y reflexionar.
Que extraño se “escucha”, tal parece que ahora pensar y reflexionar, solo lo hacemos cuando se nos presenta algún problema, que cambia nuestro ritmo de vida.
Recordemos que la filosofía, nos conduce a utilizar la razón, para cuestionar las creencias y opiniones, con un sentido crítico; también nos brinda un sentido creativo, para proponer soluciones alternativas; y un sentido cuidadoso, para tener en cuenta a los demás y construir una sociedad con civilidad.
Es importante referir, que hubo grandes pensadores que se separaron voluntariamente del ajetreo de la sociedad y que no querían distraerse con banalidades.
Un ejemplo lo tenemos, con Diógenes, en el S IV a. C, quien valoraba la pobreza como una virtud.
No la pobreza por la pobreza, sino como un ejemplo de independencia, ya que lo más valioso para este personaje, fue vivir solo con lo justo y necesario.
Así que vivió en un barril, vistió todo el tiempo el mismo manto raído; caminó descalzo tanto en invierno como en verano y así fue feliz, pero lo más importante, es que no se dejaba molestar por nadie.
Otro ejemplo, es el de Ludwig Wittgenstein, filósofo y matemático austríaco, hijo de un industrial, quien regaló a sus hermanos, la herencia cuantiosa que le había dejado su padre.
Wittgenstein prefería la austeridad a las riquezas, se sabe que durante largo tiempo, no comía otra cosa que pan y queso; cuando le preguntaron por la razón, respondió sencillamente: "Me da igual lo que como; lo que importa es que siempre sea lo mismo".
Wittgenstein, falleció en 1951, y fue considerado uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, sus últimas palabras fueron: "Dígales que tuve una vida maravillosa”.
En esta época podríamos decir, que filosofar es un acto que, nos conduce a “pensar y reflexionar” a distanciarse de todo y no agobiarse solo en lo inmediato, sino saber mirar en otra dirección.
Y usted estimado lector, podría preguntarle:
¿Se atrevería a dejar todos sus bienes materiales, a cambio de llevar una vida austera y con reflexión?
Sin duda es difícil contestar.
Porque pensar y reflexionar, no se logra sólo cuando se ejerce la filosofía. También el poeta trasciende la cotidianidad, capaz de olvidarse de todo, a través de cometer locuras con el pensamiento poético. Lo mismo hace el amante, ya que su amor le impulsa a dejar todo y no dejarse llevar por un mundo banal y utilitario.
La filosofía se asemeja a la locura, porque saca al ser humano de su mundo, aquel que se muestra, inundado de idolatría e hipocresía.
De tal manera que la filosofía, está vinculada a las verdaderas expresiones artísticas, a la religión y también al amor, que son ejemplos de vida, fincados en el pensamiento y la reflexión.
Expresiones, que se oponen al utilitarismo del mundo global y no se dejan "comercializar"; porque al hacerlo, la filosofía y la religión se transformarían en ideologías, y el amor en un simple intercambio comercial.
Así que, bien valdría la pena, pensar, reflexionar y lograr filosofar; a menos que sigamos acostumbrados a repetir, lo que dicen los periódicos y revistas, la televisión, la radio, y lo que vemos en internet, o lo aseverado por todos aquellos, que presumen de intelectuales.
Porque todo ser humano, tarde o temprano, se plantea el por qué y el para qué de su existencia, se pregunta quién es y lo que podría hacer de su vida.
Lo cierto, es que el ser humano, en el curso de su evolución, ha cambiado tan poco, que las preguntas que nos hemos hecho a lo largo de la historia, siguen siendo las mismas.
¿Será cierto?