Hacia una cultura de paz
Tomaba café por la mañana -como de costumbre- cuando apareció en Youtube una entrevista hecha por René Delgado a Arturo Herrera (ex secretario de Hacienda y actualmente director de Gobernanza del Banco Mundial) sobre la desigualdad económica, traducida en polaridad política.
México es de los países más desiguales en América Latina y esa región, la más desigual del mundo. Uno de los factores para ello se vincula al ingreso, que a la vez esconde otras desigualdades. De acuerdo con el Economista, el 50% de los trabajadores gana como máximo un salario mínimo al mes, mientras que los hogares ricos perciben ingresos 38 veces mayores que los pobres. Estas personas con alto poder adquisitivo viven en zonas aisladas y cerradas, van a escuelas privadas y tienen servicios de calidad accesibles para unos pocos.
Las personas de escasos recursos, trabajan para viviendas “ricas” y no alcanzan a dimensionar la cantidad de dinero que estos poseen. Ni los unos ni los otros entienden a cabalidad las distintas realidades entre sí, reduciéndose a la expresión “ellos” y “nosotros”. Luego, leí un “X” con un fragmento de una mañanera de AMLO donde la periodista Reyna Ramírez le dijo “sus verdades” al presidente, y ahí se encuadró la fórmula de Herrera sobre la polaridad política: “…hay fanatismo de parte de usted Sr. presidente…yo entiendo que usted tiene muchísimo carisma, que muchas personas lo aman, pero usted polarizó a la sociedad…” ¡Qué bueno que se lo dijo!, pensé.
El país efectivamente está tremendamente dividido no sólo por ingreso, sino por grupos sociales: chairos y fifís, buenos y malos que ahora, gracias a AMLO, MORENOS contra MAFIOSOS conservadores. Las fracciones extremas de los partidos políticos se radicalizaron haciendo las ideas de unos y de otros, irreconciliables, afectando la esfera social, económica y democrática del país. Herrera citó, entre otros autores, al francés Thomas Piketti, conocido por sus tratados que abordan las desigualdades de estructura en la sociedad.
A propósito de Francia, recordé a los ilustrados franceses del Siglo XVIII y uní las palabras que había venido leyendo como fanatismo, desigualdad, polarización e intolerancia, a la vez que me servía otro café. Diderot escribió que “del fanatismo a la barbarie sólo hay un paso”. Kant, que “el fanatismo es una transgresión a los límites de la razón humana” y Voltaire, redactó los libros “Ironía contra el fanatismo” y tratado sobre la tolerancia principalmente religiosa, que da pie a otras. Un fanático es una persona que no razona y se niega a escuchar opiniones de otros. En materia política es peligroso, porque afecta a los asuntos públicos de toda una sociedad; divide, manipula y distorsiona.
Los políticos fanáticos defienden con espada su propia verdad, son iracundos, irracionales e irascibles. “O crees en lo que yo creo, o te aborrezco y te hago daño”. Para “acabarla”, leí que Alito Moreno se reeligió en la dirigencia del PRI. Otro fanático del poder. Los cobardes aduladores, los odiosos conspiradores, los ladrones sumidos en su iniquidad, todos rinden homenaje, a pesar suyo, a la misma virtud que pisotean, diría Voltaire.
En eso se acabó el café y terminé de escuchar la entrevista: “Para que una democracia sea funcional, tiene que asegurar crecimiento económico, estabilidad, servicios públicos, buena salud, y disminuir los niveles de desigualdad”. Es larga la lista que alimenta la polarización en México. AMLO es listo, sabe lo que hace (creó), y ha logrado su cometido al dividir para vencer. Hoy, más que nunca, se debe corregir el camino hacia una igualdad, como tanto profesaban los enciclopedistas y aniquilar al fanatismo. Todo en una mañana de café.