/ sábado 26 de diciembre de 2020

Un oratorio nos arraiga

El siglo actual, es el siglo en el que prevalece la velocidad, la tecnología y las guerras, pero también vemos como estamos inmersos en un planeta amordazado por un virus; en un mundo de vínculos mediáticos, donde los dioses ya no habitan.

El año que esta por concluir, simplemente estará marcado por la peor crisis sanitaria a la que el mundo se haya enfrentado en el siglo XXI.

No se puede evitar, verdaderamente duele lo que está pasando en nuestro país, las cifras son frías, ya que detrás de cada fallecido hay una tragedia en una familia.

De tal forma que el dolor, es tal vez lo más personal e intransferible que existe.

Por otro lado, fuimos testigos de una política universal de prevención de grandes proporciones, suscitada por el covid-19.

Además no lo podemos negar, este virus ha logrado paralizar una buena parte del planeta y reducir al máximo su ritmo acelerado de vida, provocando una paranoia colectiva.

Literalmente todo se detuvo y parado en seco el consumismo que nos ha movido en las últimas décadas.

Algo que ni las guerras pudieron lograr, tampoco el cambio climático entre huracanes, sequías e incendios, ni mucho menos las manifestaciones del descontento popular contra este capitalismo decadente que nos gobierna.

El virus nos puso a prueba a todos, generando grandes retos y desafíos, para reconstruir la vida y recibir el año 2021.

La fecha en el calendario puede cambiar, pero tan solo es un número; recordemos que el cambio lo hacemos nosotros, a través de las posibilidades que nos permitan vislumbrar juntos un mejor futuro.

Por tal razón tendremos que hacer un mayor esfuerzo, ya que el 2020, nos ha dejado un gran aprendizaje, así que es oportuno agradecer lo recibido, y tomar conciencia de lo que hemos logrado.

Será el momento de fortalecer nuestras habilidades con humildad y generosidad, para un proyecto de vida, a través del amor de nuestras familias.

De recordar a un ser querido que ya no se encuentra entre nosotros, pero también de tener anhelos y esperanza cuando un recién nacido llega a casa.

Es el momento justo de hacer una pausa, para evaluar y agradecer para confiar en un nuevo inicio, para compartir experiencias, aprendizajes y reflexiones sobre este año que está por concluir.

Celebrar el año nuevo, nos invita a reflexionar, para agradecer lo recibido y lo que somos, festejar un movimiento astronómico, que nos prepara mentalmente para poder asomarnos ante los milagros de la vida, que es la primera obra de arte conocida, en esta conciencia.

Porque la vida la vivimos solos o acompañados, entre desacuerdos, emoción y alegría; pero también en algunas ocasiones, con tristeza y melancolía, cuando recordamos a todos aquellos que han dejado de respirar y no podemos olvidar.

Proceso individual y colectivo, que nos revela como crecemos, en este festejo que nos vincula a todos, por más alejado que se encuentre el horizonte.

[…A tiempo vamos en silencio, veo y escucho los años a distancia, porque en esta tierra un oratorio nos arraiga…]




El siglo actual, es el siglo en el que prevalece la velocidad, la tecnología y las guerras, pero también vemos como estamos inmersos en un planeta amordazado por un virus; en un mundo de vínculos mediáticos, donde los dioses ya no habitan.

El año que esta por concluir, simplemente estará marcado por la peor crisis sanitaria a la que el mundo se haya enfrentado en el siglo XXI.

No se puede evitar, verdaderamente duele lo que está pasando en nuestro país, las cifras son frías, ya que detrás de cada fallecido hay una tragedia en una familia.

De tal forma que el dolor, es tal vez lo más personal e intransferible que existe.

Por otro lado, fuimos testigos de una política universal de prevención de grandes proporciones, suscitada por el covid-19.

Además no lo podemos negar, este virus ha logrado paralizar una buena parte del planeta y reducir al máximo su ritmo acelerado de vida, provocando una paranoia colectiva.

Literalmente todo se detuvo y parado en seco el consumismo que nos ha movido en las últimas décadas.

Algo que ni las guerras pudieron lograr, tampoco el cambio climático entre huracanes, sequías e incendios, ni mucho menos las manifestaciones del descontento popular contra este capitalismo decadente que nos gobierna.

El virus nos puso a prueba a todos, generando grandes retos y desafíos, para reconstruir la vida y recibir el año 2021.

La fecha en el calendario puede cambiar, pero tan solo es un número; recordemos que el cambio lo hacemos nosotros, a través de las posibilidades que nos permitan vislumbrar juntos un mejor futuro.

Por tal razón tendremos que hacer un mayor esfuerzo, ya que el 2020, nos ha dejado un gran aprendizaje, así que es oportuno agradecer lo recibido, y tomar conciencia de lo que hemos logrado.

Será el momento de fortalecer nuestras habilidades con humildad y generosidad, para un proyecto de vida, a través del amor de nuestras familias.

De recordar a un ser querido que ya no se encuentra entre nosotros, pero también de tener anhelos y esperanza cuando un recién nacido llega a casa.

Es el momento justo de hacer una pausa, para evaluar y agradecer para confiar en un nuevo inicio, para compartir experiencias, aprendizajes y reflexiones sobre este año que está por concluir.

Celebrar el año nuevo, nos invita a reflexionar, para agradecer lo recibido y lo que somos, festejar un movimiento astronómico, que nos prepara mentalmente para poder asomarnos ante los milagros de la vida, que es la primera obra de arte conocida, en esta conciencia.

Porque la vida la vivimos solos o acompañados, entre desacuerdos, emoción y alegría; pero también en algunas ocasiones, con tristeza y melancolía, cuando recordamos a todos aquellos que han dejado de respirar y no podemos olvidar.

Proceso individual y colectivo, que nos revela como crecemos, en este festejo que nos vincula a todos, por más alejado que se encuentre el horizonte.

[…A tiempo vamos en silencio, veo y escucho los años a distancia, porque en esta tierra un oratorio nos arraiga…]