/ viernes 14 de febrero de 2020

Y hablando de…

Feminicidio

El derecho penal es otro de los muchos temas en los que soy ignorante, por ello no pretendo abordar el tema del feminicidio desde la discusión que se suscita por las declaraciones del fiscal general de la república en cuento aspectos técnicos del tipo legal.

Verá usted, hace ya más de un cuarto de siglo que la tragedia explotó estigmatizando a nuestra ciudad, pero permitiendo visibilizarlo. Las historias, los datos, las pifias en investigación, la indiferencia, banalización e indolencia; estrujaron no sólo a la comunidad mexicana, si no prácticamente a cada rincón del mundo.

A pesar del tiempo transcurrido no hemos logrado resolver nuestro problema, de hecho, según los datos que el propio fiscal general expuso, éste ha venido creciendo a tasas muy superiores a las de otro tipo de delitos; lo que no quiere decir que estemos controlando otro tipo de delitos, sino que evidencia lo poco efectivos que somos como sociedad para brindar seguridad a las mujeres.

No es que no se haya hecho nada, desde que la realidad nos explotó en la cara se han creado institutos, comisiones, fondos; expedido y reformado leyes; realizado conferencias, simposios, talleres; tambos de tinta y bosques convertidas en papel abordan la problemática; el resultado hasta hoy es en el sentido contrario al esperado: el problema aumenta.

Esta aberrante realidad nos obliga a replantear la estrategia en general, lo hecho no es despreciable, pero a todas luces insuficiente. Hay que insistir en el cambio cultural

Hace ya muchos años mi hermana Martha me dio un dato sorprendente. Cuando en nuestro país se empezaron a levantar encuestas de violencia doméstica, estas revelaron que en el norte del país el número de mujeres que manifestaban sufrirla era más elevado que en el sur – sudeste, lo que a quienes procesaban la información no les hacía sentido, tal vez por el concepto que se tiene de aquella región del país.

Cuando entraron al análisis cualitativo de las entrevistas levantadas en esa zona, se dieron cuenta que a las preguntas del tipo “tu pareja te maltrata”, muchas mujeres respondían “lo normal.” Si la normalización de la violencia domestica por quienes la padecen es preocupante, más debe preocuparnos que quienes recibieron la respuesta también quedaron satisfechos con la misma, y por lo tanto no consideraron la situación de esas entrevistadas como un caso que reportar para incluir en la estadística. Así de grave estaban las cosas a finales del siglo pasado, así de graves continúan ahora.

Seguramente la visibilidad del problema ha llevado a muchas mujeres a tomar consciencia de éste y de su situación. Hoy sabemos que dos de cada tres mujeres manifiestan haber sufrido, al menos en una ocasión, algún tipo de violencia.

Hoy sabemos también que, en la mayoría de los casos, el feminicidio no se da por generación espontánea, es una escalada que puede identificarse desde sus primeras manifestaciones como una actitud del varón de mostrar una supuesta superioridad sobre su pareja, pasar por la violencia verbal y psicológica, llegar a la violencia física y culminar el crimen.

Es necesario, sí, educar desde la más temprana edad a toda mujer para que sepa identificar y reaccionar ante las primeras y más mínimas muestras de violencia. Pero, sobre todo hay que educar a los varones, también desde el preescolar. Hacerles conscientes que no son superiores por ser de sexo masculino, que como personas tienen la obligación de conducirse con respeto, y como seres sociales la de ser solidarios, convivir y procurar la superación y realización de los demás, sobre todo de aquellos que les son cercanos, y más aún de la persona con quien han elegido compartir al menos un momento de su vida.

Hace unas semanas le hablé (en “Cosas de hombres”) de la necesidad de involucrar a todas las personas independientemente de su sexo en la solución de esta problemática. ¿Qué debemos hacer?

A finales del siglo pasado se habló de la necesidad de proteger la selva amazónica, reserva de más de treinta y seis mil millones de hectáreas que se extiende desde Brasil a Colombia, Perú y otros países; ante la imposibilidad de los gobiernos locales de garantizar la sustentabilidad de esa región que es el pulmón del mundo. Muchos lo vieron bien, otros pensaron que es una locura que rompe la soberanía de los Estados.

Pues a mí me parece que bien podemos hablar de declarar la violencia doméstica, donde lamentablemente de gestan infinidad de crímenes, un asunto de interés colectivo. A ver si me explico.

La violencia doméstica no sucede en un universo paralelo, pasa ahí, enseguida de su casa; usted la percibe en el trabajo cuando su compañera llega con manga larga, cuello de tortuga y se deja caer el pelo sobre la cara. Pues sépase usted que está obligado a hacer algo, lo que ocurre intramuros es responsabilidad de todos.

Si escucha gritar al vecino llame a la policía, si percibe que su compañera está retraída, se aísla por sus problemas, ofrezca ayuda; si no sabe cómo, busque orientación. Tomemos consciencia que esto no puede seguir así. Muy posiblemente la policía no haga caso a su llamado, alegaran que están muy ocupados combatiendo el crimen como para meterse en relaciones de pareja, insista, convoque a sus vecinos, la perseverancia, la repetición de las llamadas puede salvar una vida, no deje de hacerlo.

Hay muchos otras conductas y ambientes que vulneran la dignidad de la mujer, ya ve usted la situación en varios planteles de la UNAM cerrados como protesta por el acoso, ese es un tema que vale la pena abordar en una próxima ocasión en que nos encontremos hablando de…

Feminicidio

El derecho penal es otro de los muchos temas en los que soy ignorante, por ello no pretendo abordar el tema del feminicidio desde la discusión que se suscita por las declaraciones del fiscal general de la república en cuento aspectos técnicos del tipo legal.

Verá usted, hace ya más de un cuarto de siglo que la tragedia explotó estigmatizando a nuestra ciudad, pero permitiendo visibilizarlo. Las historias, los datos, las pifias en investigación, la indiferencia, banalización e indolencia; estrujaron no sólo a la comunidad mexicana, si no prácticamente a cada rincón del mundo.

A pesar del tiempo transcurrido no hemos logrado resolver nuestro problema, de hecho, según los datos que el propio fiscal general expuso, éste ha venido creciendo a tasas muy superiores a las de otro tipo de delitos; lo que no quiere decir que estemos controlando otro tipo de delitos, sino que evidencia lo poco efectivos que somos como sociedad para brindar seguridad a las mujeres.

No es que no se haya hecho nada, desde que la realidad nos explotó en la cara se han creado institutos, comisiones, fondos; expedido y reformado leyes; realizado conferencias, simposios, talleres; tambos de tinta y bosques convertidas en papel abordan la problemática; el resultado hasta hoy es en el sentido contrario al esperado: el problema aumenta.

Esta aberrante realidad nos obliga a replantear la estrategia en general, lo hecho no es despreciable, pero a todas luces insuficiente. Hay que insistir en el cambio cultural

Hace ya muchos años mi hermana Martha me dio un dato sorprendente. Cuando en nuestro país se empezaron a levantar encuestas de violencia doméstica, estas revelaron que en el norte del país el número de mujeres que manifestaban sufrirla era más elevado que en el sur – sudeste, lo que a quienes procesaban la información no les hacía sentido, tal vez por el concepto que se tiene de aquella región del país.

Cuando entraron al análisis cualitativo de las entrevistas levantadas en esa zona, se dieron cuenta que a las preguntas del tipo “tu pareja te maltrata”, muchas mujeres respondían “lo normal.” Si la normalización de la violencia domestica por quienes la padecen es preocupante, más debe preocuparnos que quienes recibieron la respuesta también quedaron satisfechos con la misma, y por lo tanto no consideraron la situación de esas entrevistadas como un caso que reportar para incluir en la estadística. Así de grave estaban las cosas a finales del siglo pasado, así de graves continúan ahora.

Seguramente la visibilidad del problema ha llevado a muchas mujeres a tomar consciencia de éste y de su situación. Hoy sabemos que dos de cada tres mujeres manifiestan haber sufrido, al menos en una ocasión, algún tipo de violencia.

Hoy sabemos también que, en la mayoría de los casos, el feminicidio no se da por generación espontánea, es una escalada que puede identificarse desde sus primeras manifestaciones como una actitud del varón de mostrar una supuesta superioridad sobre su pareja, pasar por la violencia verbal y psicológica, llegar a la violencia física y culminar el crimen.

Es necesario, sí, educar desde la más temprana edad a toda mujer para que sepa identificar y reaccionar ante las primeras y más mínimas muestras de violencia. Pero, sobre todo hay que educar a los varones, también desde el preescolar. Hacerles conscientes que no son superiores por ser de sexo masculino, que como personas tienen la obligación de conducirse con respeto, y como seres sociales la de ser solidarios, convivir y procurar la superación y realización de los demás, sobre todo de aquellos que les son cercanos, y más aún de la persona con quien han elegido compartir al menos un momento de su vida.

Hace unas semanas le hablé (en “Cosas de hombres”) de la necesidad de involucrar a todas las personas independientemente de su sexo en la solución de esta problemática. ¿Qué debemos hacer?

A finales del siglo pasado se habló de la necesidad de proteger la selva amazónica, reserva de más de treinta y seis mil millones de hectáreas que se extiende desde Brasil a Colombia, Perú y otros países; ante la imposibilidad de los gobiernos locales de garantizar la sustentabilidad de esa región que es el pulmón del mundo. Muchos lo vieron bien, otros pensaron que es una locura que rompe la soberanía de los Estados.

Pues a mí me parece que bien podemos hablar de declarar la violencia doméstica, donde lamentablemente de gestan infinidad de crímenes, un asunto de interés colectivo. A ver si me explico.

La violencia doméstica no sucede en un universo paralelo, pasa ahí, enseguida de su casa; usted la percibe en el trabajo cuando su compañera llega con manga larga, cuello de tortuga y se deja caer el pelo sobre la cara. Pues sépase usted que está obligado a hacer algo, lo que ocurre intramuros es responsabilidad de todos.

Si escucha gritar al vecino llame a la policía, si percibe que su compañera está retraída, se aísla por sus problemas, ofrezca ayuda; si no sabe cómo, busque orientación. Tomemos consciencia que esto no puede seguir así. Muy posiblemente la policía no haga caso a su llamado, alegaran que están muy ocupados combatiendo el crimen como para meterse en relaciones de pareja, insista, convoque a sus vecinos, la perseverancia, la repetición de las llamadas puede salvar una vida, no deje de hacerlo.

Hay muchos otras conductas y ambientes que vulneran la dignidad de la mujer, ya ve usted la situación en varios planteles de la UNAM cerrados como protesta por el acoso, ese es un tema que vale la pena abordar en una próxima ocasión en que nos encontremos hablando de…

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