Sin duda, lo primero que hacemos cuando conocemos a alguien, es presentarnos y preguntar su nombre; y esto ha sido desde hace cientos o miles de años.
El nombre que tenemos y con el que nos identificamos, dice mucho de nosotros y de quienes nos lo han puesto, también de la sociedad, sus modas, historia y evolución.
De ahí la necesidad y el deseo, de ser y ser designado.
¿Alguien lo recuerda? “Yo Tarzán, tú Jane”, lo cual es una muestra, de que lo primero que se nos ocurre, cuando conocemos a alguien, y en ocasiones, no importa el lugar donde nos encontremos, sobre todo si vamos de vacaciones.
Interesante saber que el nombre es nuestra primera señal de consonancia, aquello que nos identifica y nos da entidad.
Aunque con toda seguridad, existen algunas personas que no les gusta su nombre y cuando alcanzan la mayoría de edad, recurren a procedimientos jurídicos y/o legales, ante las instituciones correspondientes, para cambiar su nombre.
Por otra parte, recordemos que el apellido en algunas culturas no existía, sin embargo, no comenzaron en un solo lugar, sino de forma espontánea o cuando un reino conquistaba otro.
Los apellidos, correspondían al lugar de origen de la persona, su oficio o bien a características físicas distintivas.
A medida que los imperios, comenzaron a descubrir y conquistar nuevos territorios, impusieron el uso de apellidos en la población.
En el caso de los esclavos, se hizo lo mismo, su amo era el encargado de otorgárselos. Así que cuando el uso de apellidos se hizo más común y las diferentes culturas se mezclaron, muchos apellidos fueron traducidos de un idioma a otro, o sufrieron pequeñas modificaciones, para hacerles parecer originarios de otro lugar y no sufrir discriminación.
Por supuesto que los apellidos, pueden ser muy diferentes, pero si los revisamos, tienen un significado lógico. Lo más común es que, al día de hoy, los apellidos son resultado de las costumbres de una región, un pueblo o un país.
Recordemos, que el apellido es heredable, pero el nombre es “libre elección”, el cual dará a conocer la cultura y el aspecto social, en el que se desarrollan nuestros padres.
No hace mucho tiempo en nuestro país, se tenía la costumbre de dar al niño(a) el nombre del santo del día en que nació, pero esto fue cayendo en desuso, o en su caso le ponían el nombre del padre, abuelo y bisabuelo, así que, tal vez usted estimado lector, conoce a alguien que tiene hasta 3 o 4 nombres.
No imagino la cara de sorpresa de la maestra o el maestro, cuando pasaba lista, a aquel alumno(a) al iniciar la clase; y pensar que esto, es todos los días.
Sin embargo, esta demostrado que, entre el ocho y el diez por ciento, de los padres se han arrepentido, de los nombres elegidos para sus vástagos, y un buen número de ellos ha pensado en cambiarlos.
Recordemos que el nombre, forma parte de nosotros y al mismo tiempo de nuestra personalidad, nos dan información sobre el origen, cultura, lengua, clase social, género o incluso una edad determinada.
Por lo que los padres de familia, debemos de tomar una decisión, si no la más importante, sí una de las más esenciales y determinantes, que es la elección del nombre de nuestros hijos(as).
Como seres sociales que somos, el nombre propio (sea su nombre de pila, su apellido, y en ocasiones su sobrenombre o su apodo) es el elemento con el que se identifica, el que le hace distinto a los demás, el que le dota, al final de existencia.
Con el conocimiento del nombre de alguien, se obtiene información suficiente, incluso, para sentir ciertas emociones hacia esa persona.
De tal forma, que el nombre, es la tarjeta de presentación de una persona.
Porque aún en pleno S XXI, con solo saber cómo se llama una persona, desafortunadamente se le desestima para un puesto de trabajo, o se le niega un contrato de alquiler; así que el clasismo y el racismo, en muchos países, aún sigue vigente.
Recordemos que los nombres propios, dan tanta información que en la actualidad están protegidos por leyes especiales de protección de datos, para evitar el abuso por parte de terceros.
Los nombres son parte importante de nuestra identidad. Nos ayudan a reconocernos ante el espejo y a decir a los demás quiénes somos y de dónde venimos.
Porque toda relación, comienza cuando sabemos y pronunciamos nuestro nombre.
Por lo que preguntaría:
¿Y a usted estimado lector(a) le gusta su nombre?